23 años

Eilyn Catalina Velásquez Sánchez

Fue asesinada a puñaladas el pasado 28 de junio de 2020, el mismo día en que se celebraba el Día Internacional del Orgullo Gay, comunidad a la que ella pertenecía como mujer trans. Los hechos tuvieron lugar en el barrio Santo Domingo, en Medellín.

Fuente: Semana y Cerosetenta.

El sueño de madre e hija

Olga recuerda aquel lunes como uno de los más felices junto a su hija Eilyn Catalina. Despertaron muy temprano en la mañana y emprendieron camino rumbo a la Academia de Belleza Toscana, en el centro de Medellín. Durante meses Olga ahorró parte de su sueldo (trabajaba cuidando de un adulto mayor) para matricular a Catalina en una escuela de belleza. Quería que fuera estilista, la mejor de todas, y que tuviera su propio salón.

Iban a cumplir un sueño de las dos. Así lo contó Olga:

“Ella estaba muy contenta ese día. Me dijo: “Sí amá, me voy a poner a estudiar bien juiciosa”. Llegamos a las ocho de la mañana a la academia y luego hicimos el papeleo. Allá le dijeron a Cata que debía ir con uniforme, pero no nos alcanzaba para comprarlo. Le mostraron uno de dos piezas blanquito, el delantal tenía mangas cortas y bordadito azul. Ella me preguntó: “Ma, ¿cómo quedaré con ese uniforme?”. Y le dije: “Ahh, pues muy linda Cata. Usted es muy linda.”

Eso fue un lunes y las clases comenzaban el jueves. Ella estaba contenta, muy feliz. Me decía: “Ay amá, ¡qué tan bueno! No veo la hora de que sea jueves pa’ irme a estudiar”. Yo también estaba muy contenta porque pensaba que Catalina iba a tener que estudiar a las cinco de la tarde y a las nueve de la noche saldría para la casa, y luego le tocaría hacer tareas. O sea que iba a estar entretenida y sin tiempo de estar buscando peligro en la calle por su trabajo.

La verdad yo mantenía muy triste porque cuando ella salía a trabajar yo me quedaba muy preocupada, porque hay gente muy mala, muy maldadosa, hay gente que les pega, las aporrean y yo me quedaba muy triste cuando ella se iba. Se la encomendaba mucho a Dios.

Pero como todo se paralizó por el coronavirus, Cata no pudo empezar a estudiar. Mientras tanto cogía, salía, iba por ahí a trabajar, las amigas le decían “ay vámonos por aquí, vámonos pa’ tal parte que por aquí conseguimos la platica”, entonces salía a trabajar de trabajadora sexual.

Cata decidió hacer la transición como a los dieciséis o diecisiete años. Ella me preguntaba: “Ma, ¿usted se avergüenza de mí porque yo soy así?”. Y yo le respondía: “No, nunca”. Entonces ella me abrazaba porque hay papás que echan a sus hijos de la casa, dicen ‘ya no es mi hijo, qué pena, me avergüenza’. Pero no, yo no, yo le decía que no, que era normal.

Ella era muy buena hija y muy buena hermana. Estaba pendiente de nosotros y pendiente de todo: que la comidita, que el arriendo, los servicios. Yo mantengo muy enferma de artritis, me duelen mucho los pies, las rodillas, las manos, entonces me compraba remedios. “Vea ma, échese este remedio, póngase esta pomadita caliente”, me decía. Ella fue la única que se echó la obligación encima porque por la pandemia todos estábamos varados.

A Cata la mataron el domingo 28 de junio y los medios la mostraron porque ese día era el día de la comunidad LGBTI.

El día anterior, el sábado, me llamó mi jefe a decir que iban a prescindir de mis servicios, porque una sobrina del señor que cuidaba se iba a encargar de él. Y tuve que salir de la casa. Ese día ella me llamó mucho. Cuando le contestaba me decía: “Ma, ¿a qué hora llega pues?”. Y yo le respondí: “Ay, ¡quiubo Catalina! ¿Le estoy haciendo mucha falta o qué?”. Ella me respondió: “Sí má.” Colgábamos y a la media hora otra vez me sonaba el teléfono.

Cuando llegué a la casa la tenía toda bonita, toda arreglada. Catalina me dijo: “Quiubo má, ¿cómo le fue? Oiga ma, qué vuelta que usted se haya quedado sin trabajo. Pero amá, Dios proveerá, aunque sea vamos a conseguir dos termos y nos vamos a vender tinto por allá en el centro, cualquier cosa nos ponemos a hacer”. Pero no hubo tiempo, eso fue el 27 y el 28 la mataron.

La última noche que nos vimos ella salió a trabajar con una amiga suya que me dio mala espina apenas la vi. No supe de ella sino hasta el día siguiente, porque a las dos de la tarde llegaron las amigas tocando la puerta y me dijeron: “¡Ay! mataron a Catalina”. Y yo: “¡No! No me digan eso”. Le avisé al hijo mío, que vivía por ahí, mi marido estaba en la casa y llamé por teléfono a Dianita, la hermana de Catalina, porque había salido de la casa desde el jueves y le conté. Ella dijo “¡No, no! ¡Mi hermanita no!”

Con Diana nos fuimos a averiguar por dónde mataron a Cata. El Q’Hubo publicó una foto donde se veían unas escaleras y Diana me dijo: “Ma, yo creo que a Cata la mataron por aquí porque por acá es por donde hicieron el levantamiento. Por acá se ven las escalas que salieron en el periódico”.

Entonces comencé a preguntar en las casas por la amiga con la que Catalina había salido. Por fin una señora me dijo que ahí vivía esa amiga y yo le dije: “Yo soy la mamá de Catalina”. Ella me respondió cínicamente: “Ay, usted es la mamá de la muchacha que mataron. Ay ella llegó acá pidiendo auxilio”, pero no la ayudaron. Me dio mucha rabia y le grité.

Y digo ¡eso fue un domingo! Un domingo cómo hay de gente, cómo sí hubo una manada de gente para tomarle fotos, para filmarla y mandar fotos de donde ella cayó agonizando. ¡Cómo pa’ eso sí servía la gente, por eso este mundo está como está! Es que, ¡cómo es posible que toda esa gente estuviera ahí brujiando y ninguno fue capaz de ayudarla!

Esa mañana del 28 de junio, antes de que llegaran sus amigas a avisarme lo que le había pasado a Cata, me puse a escuchar la misa pero yo estaba pensando en ella y en que no le hubiera pasado nada. Pasaban las horas y nada que venía. Catalina siempre llegaba por la mañana a las cinco, seis o siete y traía las cositas para hacer el desayuno, pasteles, buñuelos a veces y ese día me quedé esperándola y no llegó, y no llegó, y no llegó.”

Olga Lucía Sánchez, 61 años, madre de Eilyn Catalina.

* * *

Según Olga, el caso por el asesinato de Eilyn Catalina se abrió el 2 de julio de 2020 en una fiscalía, en el búnker de Medellín. Luego, el expediente fue trasladado a la Fiscalía de la Alpujarra en la misma ciudad. El caso se encuentra en fase de indagación y a pesar de que testigos declararon y llevaron una foto para identificar al presunto asesino, aún no se detiene al responsable de los hechos.

Olga asegura que ella y su familia debieron desplazarse del barrio Santo Domingo por amenazas, “porque estábamos averiguando por la muerte de Catalina. Nos dijeron que nos íbamos o nos hacían ir, entonces tuvimos que desplazarnos.”

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