47 años
El pasado 10 de mayo de 2020 su pareja la atacó con un arma de fuego cuando se encontraba en el sector de La Esmeralda, en Mocoa (Putumayo). Falleció tres días después por la gravedad de los impactos de bala. Su hija, Luiza Valentina Rincón, también perdió la vida intentando evitar el feminicidio.
Fuente: RCN Radio y Cerosetenta.
Las trochas que unían las veredas cercanas a La Dorada, Putumayo, en 1994, fueron testigos de los pasos insistentes de una profesora de informática que comenzó su carrera dando clases en las zonas rurales más apartadas de ese departamento. Era Mónica Rincón, una mujer nacida en Pasto, morena y de cabello oscuro, que recorría los caminos de tierra provista únicamente de sus libros de estudio.
Aunque el conflicto armado y los grupos ilegales la siguieron de cerca mucho tiempo, ella dictaba sus clases en las escuelas del campo porque tenía una misión: enseñarle a los hijos de los cultivadores de coca que la educación los podía salvar de esa cadena de violencia.
Su hermana Nohora la recuerda en los salones de clase, rodeada de niños, con los ojos achinados y una sonrisa gigante, fruto del amor que sentía por su profesión y el territorio donde la ejercía:
“Mónica amaba el Putumayo y decía que no lo cambiaba por nada. Estaba muy contenta porque allí atendía a los niños de las zonas rurales, provenientes de familias agricultoras, que en ese momento se dedicaban a cultivar coca. No había mucho interés de los padres sobre la educación de sus hijos, por eso ella motivaba mucho a los pequeños a seguir estudiando y su alegría los contagiaba. Cuando no asistían a clase o no cumplían con las tareas, ella se preocupaba por ellos, porque sabía que en el territorio los campesinos vivían una paradoja:
— Mirá, Nohorita, esas familias están inundadas del dinero de la coca pero viven en medio de la violencia y no le ponen atención a la educación de los niños—, me decía cuando venía de vacaciones a Pasto.
Por eso ella empezó su carrera como docente trabajando en proyectos de formación rural. Su primer trabajo de planta fue en el Valle del Guamuez a principios de 1994, dos años después de graduarse de bachillerato y de tener a su hija Luiza.
A partir de ese primer año como docente, Mónica se inscribió en universidades que le permitían formarse a distancia y se trasladaba todos los fines de semana a los centros urbanos para poder cumplir con los pendientes de las asignaturas. De ese modo se educó en Pedagogía e hizo su Licenciatura en Informática. Era muy apasionada con el estudio porque le gustaba mucho enseñar y los niños que recibían sus clases eran su motivación.
Entre 2005 y 2007 la nombraron directora del Centro Educativo Rural El Sábalo en San Miguel, Putumayo. Yo ya era maestra en ese entonces y me fui a trabajar con ella. Mónica era una guerrera y estaba ocupada incluso los domingos. Cuando yo le decía que tenía que descansar, ella se reía y me decía: “Con una bailada y una cervecita se le va a uno todo [el cansancio]”, porque además de ser una profesora excelente, era muy rumbera.
Cuando las obligaciones le daban una tregua, ella convocaba a todos los docentes a la casa donde vivíamos las dos en La Dorada, Putumayo, y se ponía a bailar con ellos, porque eso le fascinaba. A veces iba a los festivales que hacían en el municipio con su amiga Irma Rosero, otra docente con la que mi hermana se divertía mucho. Mónica era el alma de las reuniones a pesar de que por esa época vivió momentos duros, pues la violencia la obligó a salir de La Dorada.
En 2007 estuvo cuatro días secuestrada por las Farc. El grupo guerrillero quería convertirla en su informante porque sabían de su liderazgo entre las comunidades locales y que se movía mucho por las veredas. Cuando la liberaron y pudo darme su ubicación, me dijo: “Nohorita, tuve que decirles que sí para salvar mi vida y salir de ese lugar”. Pero después de reencontrarse conmigo huyó al amanecer del municipio de San Miguel y pasó unos días en la capital del Putumayo. Por esos días le dijeron que buscara asilo en Canadá, pero ella no quiso, se resistió a dejar de ejercer y le dieron una nueva plaza como docente en Mocoa. Allí siguió su vida con Luiza.
Mónica no solo era muy valiente y excelente profesora, también era una mamá muy amorosa. Resulta que Luiza no siempre fue mujer: antes era Carlos, nosotras le decíamos ‘Carlitos’. Recuerdo que cuando ‘Carlitos’ estaba llegando a la adolescencia le dijo a Mónica que no quería ser un niño. Fue una escena hermosa que me enseñó mucho del amor: el pequeño lloraba y decía que no le gustaba tener ese cuerpo. Mi hermana no lo reprendió, al contrario, lo abrazó muy fuerte y le dijo: “Mijo, si usted quiere ser una mujer, yo lo apoyo”. De ahí en adelante ella hizo de todo por proteger a Luiza. Así quiero que la recuerden, como una mujer que sabía sobrellevarlo todo.”
Alma Nohora Rincón Tumal, 47 años, hermana.
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Según Lorena Rincón Tumal, la investigación por el feminicidio de Lida Mónica y su hija Luiza fue cerrada el 22 de octubre de 2020 a través de una audiencia de preclusión citada por el Juzgado Tercero Penal del Circuito Transitorio de Mocoa, Putumayo. Ese día, el fiscal aseguró que no había más que indagar teniendo en cuenta que el feminicida se quitó la vida en la escena del crimen frente a varios testigos.
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