33 años
Fue asesinada a puñaladas el 7 de junio de 2020. Los hechos ocurrieron en el barrio Kennedy, al sur de Bogotá.
Fuentes: Cerosetenta y Alerta Bogotá.
Los últimos rayos de sol se posaban sobre la copa de un árbol de mamoncillos, en el centro del patio. Se celebraba una boda. Nury, de pelo negro y suelto, era la organizadora del evento. Sobre la cabeza de Diana, su hermana menor, reposaba un toldillo de cama a manera de velo. A su derecha estaba Santiago, el novio. La pareja —que lucía un collar de flores de varios colores—, selló su compromiso con dos anillos de plástico que habían sacado del paquete de una golosina.
Nury tenía 12 años, Diana 10 y Santiago 8; todo era un juego de niños.
Para Diana, el recuerdo de esa boda es reflejo del papel que su hermana mayor tenía en su vida: era su amiga alcahueta, su confidente. En su memoria perdura la sonrisa y la valentía que la caracterizaban:
“Nury siempre tenía una sonrisa en el rostro. A pesar de los problemas, siempre decía: “Estoy bien”. Le decíamos ‘guerrera valiente’ porque fue una pelada muy berraca, no se quejaba nunca, ni siquiera cuando tuvo hasta tres trabajos para mantener a sus dos hijos. Se enfrentaba a lo que viniera, sacaba la frente en alto.
Muchos cuestionaban su manera de ejercer la maternidad. Trabajaba día y noche para mantener a sus niños, por eso debía dejarlos solitos, pero Nury estaba muy pendiente de ellos, de que nada les faltara y les dedicaba el poco tiempo libre que tenía. Esa era Nury, la gran mamá que siempre trabajó por sus hijos. Se mudó a Bogotá para buscarles un mejor futuro y todos los días, sin falta, ella se despertaba a las cuatro de la mañana y atravesaba la ciudad en bicicleta para ir al trabajo. Eso me sorprendía mucho de ella y, como se dice coloquialmente, me le quitaba el sombrero. No sabíamos de qué estaba hecha mi hermana… era una guerrera.
Recuerdo cuando Nury me dijo: “Diana, estoy ahorrando para comprar una casa. Quiero dejársela a mis hijos”. Estaba muy motivada, alcanzó a ahorrar cinco millones de pesos en el Fondo Nacional del Ahorro, pero fue un sueño que no se pudo hacer realidad.
La penúltima vez que hablé con Nury fue por mensaje de texto. Me escribió para pedirme que la ayudara con una tarea de matemáticas de su hija. Cuando estábamos en la escuela, yo era quien le hacía los ejercicios de esa materia, porque ella no entendía. Le colaboré y le dije, entre risas: “Cuando le den la calificación a mi sobrina me avisa, para saber si pasamos el año”. Días después me llamó contenta para decirme que la niña se había sacado cinco, la calificación máxima.
Tres días después tuvimos una conversación corta. Al despedirme le dije: “mamita, Dios la bendiga, descanse”. Esas fueron las últimas palabras que le dije”.
Diana Gelvéz, 33 años, hermana.
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“Mi guerrera valiente, ya son 20 meses de tu partida y aún recuerdo nuestro último abrazo. De haberlo sabido, no te hubiera soltado nunca. Gracias por dejarme tu sonrisa y tu valentía, siempre serás una inspiración para superarme. Como te lo dije un día, por ti me quito el sombrero, ganadora de mil batallas. Extraño tus llamadas para escucharte y contarte las experiencias vividas, pero sé que estás aquí, porque te llevo en mi pensamiento siempre. Gracias infinitas por tantas enseñanzas. Te amaré siempre. Tu cómplice y hermana gemela, como nos decían, Diana”.
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Olga, la segunda de las hermanas Gelvéz Lizarazo, vivía en Venezuela cuando nació su hija Sara. Viajó a Colombia con su bebé en brazos para asistir a la celebración de los 15 años de Nury quien, desde el primer momento que la vio, sintió un inmenso amor. La cuidaba mientras su hermana trabajaba durante el día. Así lo recuerda Olga:
“Cuando nos volvimos a encontrar, lo único que mi hermana Nury veía era a mi niña, se apegó mucho a mi hija. Tuve su apoyo, la cuidaba y estaba pendiente de ella todo el día porque yo salía muy temprano a trabajar y llegaba hasta la noche.
Nury tenía un carácter fuerte, pero era la más alegre de mis hermanas. Era una mujer guerrera y arriesgada, dejó Cúcuta para emprender un nuevo camino en Bogotá, donde no conocía a nadie. En la capital fue empleada de aseo en una entidad de salud, luego decidió renunciar y con el dinero que le dieron de liquidación hizo un curso de guardia de seguridad con caninos.
Nosotras no hablábamos seguido, pero cuando ella empezó a trabajar como vigilante me llamaba en los turnos de la noche. Nuestras conversaciones eran largas, a veces se extendían hasta la una, dos o tres de la mañana. Hablamos de todo, especialmente de cosas personales. Ella era la única de mis hermanas a quien le contaba mis cosas. Por eso me hace mucha falta, ya no tengo con quién desahogarme.
La última vez que hablé con Nury planeamos una visita suya aquí a Cúcuta. Era una sorpresa, solo yo sabía. Después de cuadrar detalles, subí a mi estado de WhatsApp una foto de una bandeja paisa que había preparado para el almuerzo. Ella me escribió en broma: "¡Qué rico! ¿Y no me invitan?", y yo le respondí: "Tranquila que cuando usted venga yo le cocino una". Pero no regresó".
Olga Gelvéz, 38 años, hermana.
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“Mi Nury, hoy es el día que Dios escogió para honrar tu memoria. Tu sonrisa contagiosa, grabada en mi mente, me recuerda tu valentía y sencillez, que siempre mostraba la mujer fuerte y la niña tierna que se escondía en tu mirada. A pesar de que apagaron tu luz, sigues brillando en nuestros recuerdos. No sabes cuánta falta haces en casa y cuánto te amamos. Gracias por tanto aprendizaje a tu lado. Con todo mi amor, tu prima Mariana.”
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En septiembre de 2021, Óscar Iván Forero Carrero fue condenado, en primera instancia, a 600 meses de prisión por el delito de feminicidio agravado “en concurso heterogéneo con lesiones personales dolosas agravadas y violencia intrafamiliar” en contra de Nury, quien era su pareja. El Juzgado 37 Penal del Circuito le profirió, además, una multa de 8.7 salarios mínimos legales vigentes.
Un mes después, en octubre de 2021, Forero Carrero presentó un recurso de apelación a la condena. Aún no se ha proferido fallo en segunda instancia.
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