Restos del vehículo incinerado debido a la explosión de la bomba / Autor: Elpaís.com

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(04/12/2019)

Por: Santiago Pabón López – CrossmediaLab 

Así era la mañana del 17 de enero de 2019 para los oficiales en formación de la Policía en la Escuela General Santander de Bogotá. Lejos de tener que soportar únicamente la inclemencia del Sol, ese día muchos jóvenes cadetes vivirían en carne propia un atentado terrorista dentro del corazón de la Policía. Un carro bomba ingresaría sin atrevimiento alguno a las instalaciones de la Escuela General Santander, porque contrario a las versiones que se conocieron ese día sobre la forma en la que el carro logró llegar al interior de esa Institución, el conductor de la Nissan Patrol no tuvo que pasar por ningún filtro de seguridad para llegar al sitio donde finalmente explotó. Así lo demostraron los videos de las cámaras de seguridad de la Escuela y los testimonios de algunos de los cadetes que vieron pasar frente a sus ojos a la camioneta segundos antes del estallido. 

En los adentros de la Escuela General Santander de Bogotá

La vida de los cadetes dentro de la Escuela General Santander está marcada por el estricto régimen y disciplina que desde el día uno tienen que aguantar los jóvenes que deciden entrar a la Policía. Resulta ser una especie de “filtro” para saber si se tiene o no la madera necesaria que se requiere para estar allí adentro. Los primeros tres meses dentro del proceso de formación son de mucha exigencia para los cadetes que recién ingresan, varios de ellos provienen de distintas regiones del país que deciden dejar sus tierras y familia por servir a la patria. Una decisión muy valiente, pero también difícil para papás, mamás, hermanos, abuelos, primos o amigos. Es el caso de Nancy Velazco, madre de la alférez Annie Rivas que cursa su tercer y último año dentro de la Escuela y que resultó herida por la bomba detonada el día del atentado. Ella recuerda el día que viajaron desde Cali, ciudad en la que viven, a Bogotá para acompañar a Annie a su primer día en la Policía y lo duro que ha sido para ella tener a su hija lejos de casa: <<Para mí esos primeros meses fueron difíciles, y lo siguen siendo porque es una lucha dura que a ella le toca vivir desde que la dejé en la Escuela, y yo he llorado mucho al recordar esos primeros domingos cuando tenían visitas porque nadie de nosotros podía viajar hasta allá a acompañarla>>, expresa la señora Nancy con la voz entre cortada. La adaptación a ese régimen de ritmo frenético toma su tiempo, algunos desertan porque para mantenerse hay que contar con cualidades físicas, practicar o ser bueno en algún deporte, aprender a levantarse todos los días a las tres o cuatro de la mañana a trotar, tolerar gritos e improperios de los cadetes más antiguos que ya cuentan con más autoridad para mandar y dar órdenes a los más nuevos. Atacan los sentimientos de los que apenas entran en la dinámica de la Policía como método infalible para descubrir a los que tienen cabida o no en esta profesión tan estricta como peligrosa. Esa es la Policía y así los forman. 

Así están restauradas las instalaciones de la General Santander siete meses después del atentado / Autor: Santiago Pabón

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Algo que resalta y llama particularmente la atención sobre varios de los jóvenes cadetes de la Escuela General Santander, es la firmeza y seguridad con la que pronuncian sus palabras, el semblante imponente cuando portan el uniforme de la Policía y la naturalidad con la que se refieren a los peligros que están expuestos, pese a la corta edad de muchos de ellos. La alférez Ana María Castiblanco, quien también cursa su último año en la Escuela de Cadetes y está próxima a cumplir apenas 21 años de edad, aparenta ser mucho más joven de lo que es. Es de Bogotá y cuenta mientras ríe: << Siempre me dicen que tengo cara de bebé, que parezco de 16>>, y es cierto, pese a que, el maquillaje que lleva en su rostro, sumado a su pelo perfectamente recogido y su uniforme color verde aceituna, lo disimule apenas un poco. Es muy consciente del peligro que representa portar el uniforme de la Policía. <<uno está expuesto a morir –agrega Ana María- y cuando uno porta el uniforme tiene enemigos naturales>>. Reconoce que antes del atentado a la Escuela no pensaba mucho en esos riesgos, pero luego de tener que sentir el estallido del carro bomba a manos del ELN y a tan solo unos metros del alojamiento de las mujeres en el que se encontraba y que le sirvió como escudo ante la explosión, supo que la teoría aprendida en las aulas de clase sí llega a trascender al plano de la realidad. << Yo ya iba a salir del alojamiento, no había salido porque Dios es muy grande, o si no, otro sería el cuento>> confiesa ella mientras recuerda lo ocurrido el 17 de enero de 2019.

La mayoría de las estructuras físicas de la Escuela resultaron averiadas por el impacto de la explosión / Autor: El Tiempo

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El atentado

Ese 17 de enero de 2019 parecía ser un día más en la Escuela General Santander. Dos días antes, el 15 de enero, había sido la ceremonia de ascenso a alférez de los cadetes de la compañía Simón Bolívar, siendo este el mayor rango que puede un oficial en formación alcanzar dentro de la Escuela. Ana María Castiblanco recuerda que dicha ceremonia estaba programada para el día que ocurrió la explosión, pero que, por cuestiones logísticas de la propia Escuela, se había adelantado el protocolo. Para la mañana del día del ataque terrorista estaba programada otra ceremonia donde se condecoran a los mejores estudiantes de la Escuela, justo a la hora que la camioneta irrumpió en las instalaciones de la Policía, pero nuevamente por cuestiones de protocolo y logística de la General Santander, esta se realizó más temprano, exactamente a las ocho de la mañana. Sin duda, estos cambios en las fechas y horas de algunas de las ceremonias programadas para ese día, evitaron que el saldo trágico del atentado hubiera sido más lamentable.  

Una vez se terminó la ceremonia, todos los cadetes se empezaron a esparcir por las instalaciones de la Escuela. Algunos debían dirigirse a sus alojamientos para cambiarse de uniforme y formarse junto a sus compañeros de compañía, otros debían prestar servicio en la Guardia de Honor que le rendiría homenaje a un general que había fallecido y otros tantos se habían escapado a la cafetería para comer algo. Las calles que hay dentro de la Escuela de Cadetes son bastante anchas, espaciosas, y las distancias entre los diferentes sitios de la institución son largas. Algunos iban con apuro agilizando su marcha, debían alistarse rápidamente, brillar las botas, planchar el uniforme o de lo contrario, podían ser merecedores de un “volteo” por no presentarse en la formación apropiadamente. Ana María debía cambiarse de uniforme, el comandante le había dado solo diez minutos para alistarse y volver bien presentada algo que, dice ella, le fastidiaba mucho porque le incomodaba esa <<cambiadera de uniforme>>. Ya había llegado al alojamiento, apurada brillaba un casco que debía portar mientras charlaba con su compañera de habitación, ella recuerda que ese día estaba estrenando uniforme, que solo le hacía falta ponerse un cinturón para salir, cuando sintió el estremecedor ruido de los vidrios quebrándose, como si el edificio tuviera huesos que se quebraran en pedazos hiriendo a la estructura de cemento, un sonido que, dice ella, sigue siendo inexplicable hasta hoy. En cuestión de segundos el oscuro humo generado por la explosión de la bomba inundó todo el edificio, confundida, Ana María no sabía lo que sucedía. Primero pensó que era un terremoto, quería salir cuanto antes porque sintió que el edificio se le iba a caer encima: <<Desde la puerta de mi habitación, siempre se alcanza a ver la salida del alojamiento, pero cuando abrí la puerta en ese momento, no se veía nada. Todo estaba destruido, todo, todo, todo. Del techo goteaba el agua de las tuberías>>, asegura Ana. Se agachó y se deslizó debajo de su cama, inmediatamente sintió como algo caliente empezó a escurrir por su cabeza. Era sangre. Una esquirla de vidrio le había caído en la cabeza. Mientras rezaba, escuchó en el segundo piso los pasos desesperados de sus compañeras que empezaban a evacuar el edificio, lo que la animó a salir corriendo del lugar. Llegó a la salida y el panorama le confirmó que su hipótesis del terremoto había fallado: Sabía que se trataba de un atentado terrorista, vio a alguien caído en el piso, no supo si era hombre o mujer, se aterrorizó y volvió a emprender su huida del alojamiento femenino. Llegó a Sanidad donde estaban arribando todas las personas heridas. 

Los cadetes aún no se habían podido comunicar con sus familias que empezaron a enterarse de a pocos sobre el rumor de un posible atentado en la Escuela General Santander, rumor que se fue confirmando con el paso de los minutos, y con él, creció la angustia de cientos de familias. La familia de Ana María vive cerca de la Escuela, su mamá, Patricia Peña, se encontraba en la casa preparando el almuerzo cuando a lo lejos escuchó el estallido. Ella recuerda: <<A mí algo por dentro me decía que había sido allá en la Escuela, salí a la calle y todos los vecinos estaban asomados buscando alguna explicación, luego llegó mi madre que no estaba en la casa y me confirmó lo de la bomba>>, y empezaron a llegarle al mismo tiempo demasiadas llamadas de amigos y conocidos preocupados por conocer la suerte de su hija, algo que ella misma desconocía en ese momento. Pasados veinte minutos llegó la llamada de alivio, era Ana María avisándoles que estaba bien, iba en camino al hospital en una ambulancia. Cuando se encontraron, Ana con los ojos aguados le dijo: <<mami, casi me muero>>. 

Las estructuras tardaron varios meses en ser restauradas en su totalidad / Autor: Santiago Pabón

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Para la familia de la alférez Annie Rivas, en Cali, esa llamada de alivio tardó más tiempo en llegar. Nancy, la mamá de Annie, no se había enterado del atentado hasta que su esposo, que estaba fuera de casa y que ya sabía lo ocurrido por unas llamadas que recibió, le dijo que pusiera las noticias. Doña Nancy, inmediatamente prendió el televisor y al leer los titulares de las noticias sintió, cuenta ella en medio de lágrimas, como si le incrustaran un puñal en el alma: <<Fue como si la tierra se lo comiera a uno, no sé quién tiene corazón para hacerle una cosa de esas a unos muchachos que están queriendo salir adelante en su profesión>>. Tuvo que pasar una hora de zozobra para que su hija lograra comunicarse con su familia. Ella estaba en el hospital. Cuando explotó la bomba, Annie se encontraba frente al alojamiento de las mujeres junto a un poste en el borde del andén que daba a la carretera donde ocurrió el ataque, cayó inconsciente en ese lugar y cuando recuperó la conciencia pensó que se trataba de un simulacro. << No desperté hasta que una cadete empezó a preguntarme si estaba bien, que estuviera tranquila, que todo iba a salir bien -Relata Annie-. Ahí reaccioné y me di cuenta que sí había sido un ataque hacia nosotros>>, lo que le causó a Annie una herida abierta en la pierna izquierda debajo de la rodilla, a causa de una esquirla de la camioneta que se le incrustó allí. Fue necesario que le practicaran una cirugía plástica para la reconstrucción del tejido afectado de su pierna. <<Es un dolor que no se borra y que le queda a uno en el alma>>, sentencia la madre de la Alférez Annie.

<<Somos diez Rangers ecuatorianos y de aquí nos sacan graduados o muertos>>

<<Somos diez Rangers ecuatorianos y de aquí nos sacan graduados o muertos>>, fue una frase que inmortalizó a Erika Sofía Chico Vallejo, policía ecuatoriana que falleció en el atentado terrorista a la Escuela General Santander. Esa frase quedó consignada en el libro “Lo Que El Terrorismo Nos Arrebató”, escrito por Richard Benavides, alférez de la Escuela y compañero de curso de Erika en Ecuador. Su mejor amiga, Aliz Gabriela Haro Valencia, alférez también ecuatoriana, cuenta que estuvo con ella segundos antes de que el carro bomba le quitara la vida. A las 9:25 de la mañana, 5 minutos antes del ataque, ellas dos estaban charlando en el segundo piso del alojamiento femenino, recordando cómo habían llegado las dos a Colombia, un sueño que siempre tuvieron ambas desde que se conocieron en la Policía en Ecuador. Aliz la recuerda a ella como una persona poco expresiva, sin embargo, esa mañana antes de que Erika saliera del edificio hacia un ensayo al que debía asistir, ella le dijo: <<bueno, bebé, me voy, cuídate mucho, te portas bien>>, algo que a Aliz le pareció extraño. Soltó una sonrisa y le respondió: <<Estás loca, ahorita te voy a buscar y vamos y comemos algo>>. La sintió triste, habían acabado de llegar de vacaciones, tal vez extrañaba a su familia, pensó su mejor amiga. Erika se despidió y se fue riéndose. 

Fotografía tomada instantes previos al atentado terrorista. En la imagen se encuentran la mayoría de los cadetes de la Escuela, varios de ellos fallecieron esa mañana. / Autor: Escuela de Cadetes General Santander

Lo siguiente que recuerda, dice Aliz, fue un silbido abrumador que entorpeció sus oídos mientras el pánico se apoderó de todas las cadetes que estaban al interior del edificio. Una vez afuera, Aliz cuenta con bastante detalle: << Miré a ver a la izquierda y vi a Erika en el piso, yo la reconocí por el uniforme, porque nosotros en el uniforme tenemos la bandera de Ecuador, pero yo no fui capaz de ir a donde ella. Hace un par de minutos estaba conmigo y yo no supe qué hacer>>. Recuerda que corrió hacia el lugar donde se estaban reuniendo los jóvenes ecuatorianos una vez estalló el carro bomba. La única que no llegó fue Erika.

Las estructuras tardaron varios meses en ser restauradas en su totalidad / Autor: Santiago Pabón

Ha sido la única vez que un cadete extranjero ha muerto en la Escuela, escenario complejo para las autoridades colombianas por la gravedad que significa el hecho. Los estudiantes ecuatorianos siempre se preguntaron por lo que ocurriría si eso llegaba a suceder, a lo que un oficial colombiano, según Aliz, les contestó en algún momento: <<sería tremendo el problema que se nos armaría aquí>>. Al día siguiente llegaron al país la viceministra ecuatoriana, la ministra del Interior y el director de la Dirección Nacional de Educación de la Policía del Ecuador. A los padres de Erika, sumado al dolor por la pérdida de su hija, les indignó el hecho de que lo sucedido empezó a trascender a la esfera política, <<porque los países empezaron a tirarse la pelota de la culpa, el uno al otro>>, revela Aliz, la mejor amiga de Erika Chico.

¿Qué falló ese día? 

Esquirla del carro bomba recogida por la familia de la Alférez Ana María Castiblanco / Autor: Santiago Pabón

Pasados los minutos desde el ataque terrorista en la Escuela General Santander, las redes sociales y varios medios de comunicación empezaron a danzar el baile del rumor y la especulación, lanzando al aire teorías sobre la manera en la que el terrorista del ELN logró llegar hasta los adentros de la Escuela. Se decía que el vehículo había ingresado violentamente a las instalaciones de la Policía hiriendo a un guardia e incluso arrollando a un perro de la seguridad. El Ministerio de Defensa y la Policía, aseguraron, tras las primeras investigaciones, que el ingreso de la camioneta había sido a gran velocidad, sin respetar los protocolos de seguridad, situación que supuestamente había sido alertada de manera inmediata por los guardias. Sin embargo, esta versión de los hechos no coincidió con los videos de las cámaras de la propia Escuela que demostraron que el vehículo se paseó sin afán ni impedimento alguno segundos antes de ser detonada la bomba. Además, la puerta de ingreso presentaba un daño, como lo demostró un informe publicado por Noticias Uno que reveló varias fallas de la seguridad en la Escuela: << El motor que mueve la puerta estaba dañado, por lo que a la entrada había solo unos conos y el vehículo pasó por un lado de estos sin ningún problema. Nadie intentó detenerlo>>.

Las estructuras tardaron varios meses en ser restauradas en su totalidad / Autor: Santiago Pabón

La puerta fue reparada después. Se doblegó la seguridad y ahora hay presencia de caballos y perros antiexplosivos en los ingresos de la Escuela, pero el sentir de muchos cadetes es el mismo: <<Hasta que no pasó, no se previno>>, porque según la cadete ecuatoriana Aliz, uno de los temas de conversación entre los jóvenes de la General Santander era la inseguridad existente en las instalaciones, y revela que << la seguridad era pésima. Muchas cosas que salieron ese día en noticias eran verdad, no era amarillismo o exageración. Muchas cosas fallaron>>. Un experto en seguridad que habló con el diario El Nuevo Siglo días después del hecho, también coincide en el evidente y grave fallo de la Inteligencia de la Policía: << Si bien es casi imposible prever un atentado terrorista, las labores de inteligencia tienen que estar revisándose todo el tiempo>>. La rutina mata a Policías, tal como lo pronunció la Alférez Ana María Castiblanco, y parece ser este el caso.

Algunas estructuras físicas de la Escuela siguen en proceso de reparación y restauración / Autor: Aliz Gabriela Haro Valencia, Alférez ecuatoriana de la Escuela General Santander.

Lo que quedó luego del atentado 

Erika Chico, cadete ecuatoriana que falleció el día del atentado / Autor: Escuela de Cadetes General Santander

Los cadetes heridos tuvieron acceso a terapias psicológicas y algunos de ellos, los más antiguos, acaban de terminar sus prácticas como oficiales de la Policía en diferentes puntos del país.  El Coronel Gustavo Franco Gómez se convirtió en el nuevo director de la Escuela y consigo, llegaron cambios en las políticas y el régimen en la formación de los oficiales.

Panorama de un sector de la localidad de Ciudad Bolívar, lugar donde la Alférez Ana María Castiblanco realizó sus prácticas como oficial de la Policía / Autor: Santiago Pabón

El trato interno a los cadetes se volvió más flexible y la autodisciplina hace parte del nuevo programa implementado. En el Congreso se aprobó en primer debate el proyecto “Ley de Honores”, impulsado por el Ministerio de Defensa, que buscará el ascenso y reconocimiento prestacional y pensional póstumo de las víctimas del atentado terrorista cometido por el ELN. Este hecho, sin precedentes en la historia de Colombia, dejará regados por siempre ecos de desconfianza, como la que dice sentir ahora la madre de Annie hacia la Policía, y también ecos de nostalgia, como asegura sentir Aliz, la mejor amiga de Erika, una vez regrese a Ecuador, porque << si me voy yo, la dejo a ella acá solita>>, y que ni el tiempo ni la reconstrucción de la infraestructura averiada de la Escuela pueden prometer que la herida de cientos de familias se sane, que las páginas se pasen o que la intimidad atacada de una institución tan significante para el país como la Policía, se supere.

Homenaje realizado en el sitio donde fallecieron la mayoría de los jóvenes cadetes el día del ataque terrorista / Autor: Aliz Gabriela Haro Valencia, Alférez ecuatoriana de la Escuela General Santander.