(12/08/2020)

Por: Salud con lupa

Desde el 9 de agosto, América Latina se ha convertido en la región con más muertos confirmados en el mundo al haber superado los 214 mil fallecidos. De todas las personas que nos ha arrebatado el coronavirus, el 29% vivía en nuestro continente. El problema es que esta radiografía oficial está incompleta: los sistemas epidemiológicos de varios países no consiguen ir al ritmo de la pandemia. Algunos hospitales tardan semanas en informar a las entidades de salud correspondientes su número de casos positivos, hay doctores que tienen que llenar a mano los certificados de defunción mientras las muertes siguen multiplicándose y, en algunos países, los registros simplemente no tienen casillas para recoger la situación de sectores completos de una población, como la indígena. En la región el real impacto del COVID-19 no se refleja en los números oficiales sino en las altas tasas de subregistro de las personas que hemos perdido.

Aunque parezca un problema de estadística, llevar mal la cuenta de los contagios y muertes por la pandemia es abrirle el paso a la propagación del virus. Sin saber por dónde se desplaza ni la fuerza con la que ataca, las autoridades de muchos países de la región están luchando a ciegas. Una muestra es cómo las cifras de muertos en Brasil, México, Perú y Colombia se empezaron a disparar en julio, cuando los gobiernos ya intentaban convencerse de que habían superado la primera ola del brote y era el momento de convivir con el coronavirus en un estado de nueva normalidad, de reabrir las escuelas, los negocios y regresar a nuestros trabajos.

En México, se ha reconocido que no se realizaron suficientes pruebas de descarte y la expansión del virus ha dejado casi cincuenta y tres mil muertos en poco más de cuatro meses. “Si la tendencia sigue como en las últimas semanas, el país alcanzará en poco tiempo un escenario catastrófico”, admitió el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López- Gatell. Mientras que en el Perú, la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, declaró este fin de semana que se evaluará el regreso a la cuarentena si no logramos atajar la progresión de contagiados y fallecidos. En Brasil, el país latinoaméricano con más contagiados y fallecidos, siete estados y el distrito federal han tenido que crear sus propios sistemas de registro para recoger información que les permita contener el contagio. Con un presidente que ha comparado al COVID-19 con “una gripecita” y sin un ministro de salud desde hace dos meses, esperar por las cifras oficiales del Estado no parece una opción segura.

Aunque parezca un problema de estadística, llevar mal la cuenta de los contagios y muertes por la pandemia es abrirle el paso a la propagación del virus. Sin saber por dónde se desplaza ni la fuerza con la que ataca, las autoridades de muchos países de la región están luchando a ciegas.

En este desfase en el control epidemiológico de la pandemia, se oculta, una vez más, las necesidades de los grupos de la población más vulnerables e históricamente excluidos por los Estados. Los vacíos en el registro se han profundizado entre los pueblos indígenas, las minorías sexuales y los trabajadores de limpieza pública.

Las consecuencias de no tratar de ordenar el caos no terminan con la muerte de un paciente de COVID-19. En Guayaquil, entre marzo y abril, el número de fallecidos avanzaba tan rápido que las autoridades confundieron los nombres de los cuerpos de las víctimas y hasta ahora hay cientos de familias buscando los cadáveres de sus seres queridos. Al dolor de perder a quien amas, se le suma la incertidumbre de no saber dónde descansa.

Sin embargo, tener un registro fidedigno de la pandemia no sólo nos servirá para enumerar a los que ya no están. Es el cimiento desde el que podemos empezar a construir un nuevo futuro. Sin datos epidemiológicos completos es imposible crear políticas públicas que resistan las secuelas que dejará esta crisis sanitaria. El coronavirus es un golpe demográfico solo comparado con la devastación de la Segunda Guerra Mundial. Para recuperarnos, todos los países estamos esperando que la ciencia nos entregue una vacuna que inmunice al planeta, pero los gobiernos también necesitan asumir su parte: desenredar su burocracia, comunicarse mejor y agilizar el registro del paso del virus por sus territorios. Aunque ya van cinco meses de contienda, aún hay mucho camino por recorrer. Y con los ajustes necesarios, las cifras pueden empezar a girar a nuestro favor. «Hay brotes de esperanza, y para cualquier país, región, ciudad o pueblo aún no es tarde para darle la vuelta a la pandemia», dijo el lunes el director general de OMS, Tedros Adhanom, en su más reciente balance.

 

Perú: los muertos indígenas que no existen para el Gobierno

Más de tres mil indígenas de la región Amazonas se han infectado con el nuevo coronavirus. La mayoría pertenece a comunidades nativas de las etnias awajún y wampis de la provincia de Condorcanqui. Si hay víctimas mortales, los registros no lo dicen porque quienes mueren en esta zona son enterrados sin haberles hecho una prueba de COVID-19. Sin un resultado positivo, no los cuenta el Gobierno. Por eso, la Municipalidad Provincial de Condorcanqui ha iniciado su propio registro para incorporar a quienes han muerto con un alto grado de sospecha de esta enfermedad.


México: los cuerpos de los trabajadores de limpia que nadie cuenta

Como las autoridades no llevan un registro de sus muertes, los recogedores de basura y barrenderos de la ciudad de México han abierto un grupo de Facebook para contar y hacer un duelo por sus compañeros víctimas del COVID-19. Aunque ya son más de 120 muertes, los municipios siguen sin hacerles pruebas ni entregarles suficientes equipos de protección.


Brasil: El caos de un gobierno frente al virus se tradujo en múltiples sistemas de registro de muertos

Sin un ministro de salud y con un presidente que ha llamado al COVID-19 “una gripecita”, siete estados de Brasil y el distrito federal han tenido que crear sus propias plataformas de registro para hacer frente a la pandemia. Uno de ellos es el estado de Ceará, polo turístico de la costa brasileña, en donde un equipo liderado por una bióloga implementó un sistema digital para llevar un conteo más exacto de los contagios y muertes en su zona.


Colombia: las familias del Caribe que se oponen a convertir el cuerpo de sus seres queridos en cenizas

En los departamentos del Atlántico y La Guajira, en el caribe colombiano, la cremación puede ser considerada un acto en contra de la dignidad de los muertos. Por eso, muchas familias han añadido al dolor de perder a sus seres queridos, la impotencia de que se ignoren sus tradiciones y creencias religiosas. Sobre todo, cuando se han cremado los cuerpos de personas sin pruebas positivas de COVID-19. Entre marzo y julio, hubo 3.506 muertes sospechosas de coronavirus en Colombia. Hasta ahora las autoridades analizan caso por caso.


Ecuador: los cuerpos perdidos por un registro ineficaz en Guayaquil

Entre marzo y abril, Guayaquil se convirtió en el epicentro de la pandemia en Ecuador. Alrededor del mundo circularon imágenes de cadáveres en las calles o envueltos con bolsas negras en los hospitales La velocidad de las muertes por COVID-19 desencadenó una confusión en el registro: se calcula que más de 200 cuerpos se extraviaron en ese período. Han pasado cinco meses y aún hay familias buscando el cuerpo de sus seres queridos.


 

Coordinación General: Fabiola Torres / Edición: Norka Peralta Liñán y Fabiola Torres / Ilustración de portada: Víctor Sanjinez / Visualización de datos: Jason Martínez.

Este especial forma parte del Programa Lupa, liderado por la plataforma digital colaborativa Salud con lupa, con el apoyo del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ).

Sin ti, no hay periodismo independiente.
Defiende el periodismo en el que crees con tu abono.

Hazte gestor de
Cuestión Pública aquí

¿Quiéres contarnos una historia? Te mostramos la forma segura y confidencial de hacerlo Ver Más