Defensa del Territorio Intelectual

(13/09/2024)

Periodista para el desarrollo humano, comunicadora para las resistencias, defensora de derechos humanos integrales e iniciadora del movimiento Feminismo Artesanal*
Crédito ilustración: Andrés Reina

Por: Mar Candela*

 Entrega 3

Debemos empezar por comprender que la intelectualidad no solo se trata de leer mucho o tener información especializada, menos en esta modernidad tardía. La intelectualidad es diversa y tiene que ver más con procesos cognitivos y la profundización en los argumentos que con la capacidad de repetir versículos al pie de la letra sobre algo que dijeron otros. 

La intelectualidad tiene que ver con la capacidad de producir conocimiento, cuestionar el conocimiento adquirido e incluso ver el mismo conocimiento desde otro lugar. Con la capacidad de optimizar el pensamiento rumiante.

Rumiar el pensamiento una y otra vez hasta que sea necesario para lograr algo que potencie lo que ya existe o nos permita develar algo que a simple vista no habríamos podido hacer. 

No es tan sencillo como repetir algo que ya dijeron de una manera grandilocuente con sinónimos y antónimos para maquillar.

En mi experiencia como disléxica con disgrafía y serios problemas de atención, desde mi enunciación como neurodivergente, he comprendido que la intelectualidad es un ejercicio que requiere de artesanía. 

Definitivamente, me reconozco como una intelectual artesanal porque, si he de usar un apellido para la intelectualidad que me habita, seré yo quien ponga el apellido y no la academia.

La academia jerarquiza el conocimiento y los saberes, dividiendo a los intelectuales entre orgánicos, aquellos que no cumplieron con los requisitos impuestos, por supuesto los intelectuales sin apellido, y esos que pueden mostrar cartones e investigaciones certificadas por instituciones.

Claro que hay una superioridad intelectual en aquel que tiene el privilegio de ganarse una beca o pagar la educación superior. 

Tener cartones certificados nos da una especie de superioridad social que nunca podré comprender. 

Una cosa es que la certificación valide un proceso y otra es que esa certificación invalide los procesos que no provienen de la institucionalidad.

Para academizarse en los estándares impuestos, habría que tener uno de dos privilegios: el primero debería ser el de clase, porque definitivamente hay que tener unos recursos materiales para poderse educar; el segundo, desde donde lo veo, es el privilegio cognitivo, tener la capacidad de ganarse becas dentro de los estándares típicos de las exigencias del conocimiento y las calificaciones.

Cuando una persona se sale de ese molde y ni tiene certificaciones ni cumple con lo típico de la grandilocuencia semántica y del pensamiento impuesto, es descalificado como intelectual. 

Resignifico mi intelectualidad porque, por ella, he pasado por diferentes procesos en una sociedad que mayoritariamente hoy cree que el estudio ya no vale de nada debido a que llegó la inteligencia artificial, porque los profesionales no son dignos de trabajos con salarios que cubran las cuentas, porque la tasa de desempleo siempre asusta sin importar cuánto mejore la estadística del desempleo, porque eso de ser comunicador social y periodista o cualquier vertiente de las humanidades es para gente sin futuro.

Hoy, uso la tribuna para resignificar el derecho al estudio y al trabajo, señalando el clasismo intelectual y el clasismo laboral. Señalo cómo los cerebros dominantes, definición que abordaré en la segunda entrega, explotan a los cerebros secundarizados sin importar cuánto talento genuino haya. No les reconocen nada, los borran de sus enunciaciones y, lo peor, lucran con sus saberes.

Umberto Eco decía que «la función del intelectual es criticar y desvelar las manipulaciones de la sociedad». Esto es crucial para entender la verdadera esencia de la intelectualidad.

Además, Bell Hooks, una destacada pensadora y activista, defendía la intelectualidad popular y al   intelectual denominado orgánico por la academia que no reconocerá como semejante intelectual a quien no tenga un proceso típico.

Ella argumentaba que «la educación como práctica de la libertad» es fundamental para empoderar a las comunidades marginadas y permitirles reclamar su espacio en el discurso intelectual.

Hooks, cuyo nombre real era Gloria Jean Watkins, publicó más de 40 libros y numerosos artículos académicos, abordando temas como la interseccionalidad entre raza, clase y género. 

Bell Hooks defendió aquello que los académicos denominaron intelectualidad orgánica y que yo resignifico en mi vida como intelectualidad artesanal si se trata de llevar apellidos porque, según las jerarquías académicas, no podemos ser todos intelectuales a secas y hay que traer el clasismo al mundo intelectual.

Por eso, es importante que entendamos bien la definición de intelectual según Umberto Eco y reconozcamos la defensa de la intelectualidad popular que hacen pensadoras como Bell Hooks.

*La Tribuna es el espacio de columnas de pensamiento de nuestros analistas y expertos en Cuestión Pública. Sus contenidos no comprometen al medio.