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(07/04/2020)

Soy fotoperiodista y periodista freelance colombiano. He cubierto el conflicto armado y procesos sociales durante diez años. Trabajo para medios internacionales como Folha de Sao Paulo, Dagens Nyheter, Ottar Magazine, Sverige Dagblat, Ältair Magazine y Sverige Natür.

Por: Gerald Bermúdez

A seis pisos del suelo el viento ulula muy fuerte en las ventanas y sirve para recordar que afuera, excepto las actividades humanas, todo sigue sucediendo como siempre. La cuarentena es eso que se impone y autoimpone mientras las cifras que nunca terminan de cuadrar nos hacen pensar que la catástrofe se avecina en Colombia. 

 

Al optimismo/omisión del gobierno colombiano se le contrapone la tragedia de Guayaquil: cientos de muertos diarios, muchos de ellos encontrados en las calles, que no se registran en las cifras oficiales. Tal vez allá también tengan dañada la máquina oficial que sirve para hacer las pruebas que identifican el virus en un contagiado (por cierto, cuando escribo esto en Venezuela anuncian que el gobierno Duque no quiso recibir los dos aparatos que suplirían el que se dañó en el Instituto Nacional de Salud de Colombia).

 

La piratería se empieza a convertir en el nuevo símbolo del capitalismo salvaje en tiempos de pandemia; gobiernos como el turco o el de Estados Unidos requisando material médico que iba para otros países o prohibiéndole a los productores de insumos que los exporten; ataques a convoyes de tractomulas en algunas carreteras de Colombia porque el hambre no conoce de aislamientos inteligentes. 

 

Todos los días hay noticias de todo el globo que muestran que los humanos podemos ser abyectos o tiernos; que los animales silvestres reconquistan espacios y que perros domésticos son envenenados en Bogotá; que hay mandatarios que cargan estampitas que dicen protegerlos de la nueva plaga y que hay otro que está internado en un hospital inglés con síntomas de Covid19. 

 

Hay lives de Instagram, llamadas colectivas por Zoom, conferencias y fiestas por Hangouts al mismo tiempo que muchas personas golpean puertas pidiendo comida o dinero porque en cuarentena no hay como sostener un hogar basado en la economía de la calle. Hay anuncios rimbombantes de los mandatarios que asumen la pandemia como una guerra o como un partido de fútbol al mismo tiempo que muchos ancianos, los más vulnerables, andan por las calles o piden volver al Congreso en cuerpo presente porque su ego los hace creer invulnerables. 

 

En un mismo día se puede pasar de un estado de euforia que hace que los oficios de la casa o el ejercicio dictado en Youtube sean una obligación, a un estado de aburrimiento y desconsuelo que tira a la cama a muchos que no paran de pensar en cuándo terminará el encierro. Esa desesperanza se parece mucho a la de muchos líderes religiosos, los que no andan cobrando por su cura milagrosa, que ante la imposibilidad de poder dar soluciones deciden dar perdones globales en caso tal de que no mejore la situación. 

 

Hay esperanza de que esto pase y logremos una inmunidad de grupo lo suficientemente alta para que el Sars-CoV-2 no vuelva a ser una amenaza y salgamos a un mundo en el que comprendamos que el consumo depredador que expresamos no es algo que nos convenga a futuro; sin embargo al mismo tiempo hay miedo de que el virus mute y comience a atacar letalmente a personas más jóvenes y de que al término de las medidas de aislamiento encontremos un mundo en el que el autoritarismo será el amor y señor de una sociedad que no tendrá reparos en ceder su autonomía solo para no sentir temor. 

 

Se crean mundos micro en escritorios, pantallas y libretas; se omite el hecho de que esta nueva plaga nos tiene encerrados con conocimiento y entretenimiento a la mano, algo impensable en las plagas precedentes de hace unos siglos cuándo además de la inacción la mortandad era mayor y la salubridad casi nula. 

 

Mientras todo lo anterior pasa (en una hora, un día o una semana. Ya es casi irrelevante la duración) los asesinatos de líderes sociales siguen como si no hubiera cuarentena o pandemia que los detuviera; las erradicaciones indolentes para con los cocaleros que no tienen otra fuente de ingresos son la norma en muchas regiones; las denuncias de relaciones entre narcotraficantes y el presidente Duque no cesan; y el hambre (la eterna gran plaga que a nadie pareciera importar) sigue reinando y mostrándose en forma de trapo rojo en algunas puertas y sigue empujando a muchos a las calles dejando de lado el miedo y la precaución. 

*La Tribuna es el espacio de columnas de pensamiento de nuestros analistas y expertos en Cuestión Pública. Sus contenidos no comprometen al medio.