Dunas y estrellas
(06/12/2018)
A Erg Chebbi se le conoce como la puerta al desierto del Sahara; a pocas horas en dromedario se llega a tener la sensación de estar aislado a días de la civilización, sobre todo por la afortunada ausencia de luz eléctrica y en consecuencia sus noches con miles de estrellas.
Agobia la resequedad, duele la nariz, después de una ducha no es necesario usar una toalla porque el agua se evapora inmediatamente. Cuando se está a cincuenta grados de temperatura solo se puede pensar en lo que se ha hecho mal en la vida para merecer tanto calor, aunque se esté en uno de los lugares más alucinantes de la Tierra, Marruecos.
En las puertas de Sahara se debe coordinar con alguien de la zona la salida al desierto, pues se es completamente inútil llegar por cuenta propia. Hay momentos y lugares en donde se puede prescindir de los guías, pero en Erfoud sería un acalorado suicidio. Mis compañeros de viaje y yo corrimos con suerte, un grupo turístico de lujo nos coordinó todo a cambio de escribir para ellos. No solo se encargaron de organizar todo, sino de hacerlo increíble y contamos con el apoyo de gente local muy profesional.
Para visitar las dunas de Erg Chebbi se debe llegar a las profundidades de Marruecos, a donde llegamos después de haber visitado el Valle del Dades, Merzougá y Rissani. Desde el hotel ubicado en Erfoud fuimos en carro hasta cierto punto donde llegan los dromedarios. También se puede llegar desde Errachidia, Fes o Marrakesh, pero los viajes desde allí son muy largos, se soportan y se hacen más interesantes si se va parando en el camino.
En el hotel me bañé dos veces, me tumbé en la cama y quedé aplastada y derretida más de dos horas. Físicamente el cuerpo solo trabaja por mantener la temperatura. Me ofrecieron té de menta, que parecía tener un efecto estimulante y por supuesto hidratante, y nos fuimos con el grupo en una camioneta a las siete de la tarde (con el sol y el calor aún muy intensos). Llegamos al punto de encuentro con los dromedarios y los guías. Era obvio que sería un viaje turístico, un engaño para el espíritu que quisiera haber sido bereber nómada en otro tiempo. Siempre queda la imaginación, mi corazón latía muy fuerte.
Me sentía como el mismísimo Ibn Batutta, en una peregrinación por el Sahara. Elaboré rihlas, imaginé conversaciones con extraños en el camino de las dunas. Lloré en ese camino por arenas aterciopeladas color naranja intenso. Andando, como sobre un durazno gigante con un techo azul. La arena se levantaba y acariciaba mi piel como la llovizna seca. Todo lo que pensaba viendo ese paisaje me parecía poesía, hasta que mi dromedario se haya soltado de la fila para ir a comer paja lejos del grupo.
Unas haimas se distinguían de los espejismos. Luego de descansar y oír los tambores de los camelleros, nos alejamos con el grupo a disfrutar de la noche realmente oscura hasta que la luna llena salió de una nube e iluminó todo de repente. Oímos historias recostados en tapetes sobre las dunas y algunos se durmieron, e inesperadamente nos acosó una pequeña tormenta de arena que, Mohamed, el camellero que caminaba de Argelia a Marruecos, aseguró: “solo es un viento”. Las cámaras y celulares sufrieron los efectos de la arena fina y corrimos de regreso al campamento esquivando gatos y dromedarios.
Dormimos a la intemperie debido al calor, junto a las tiendas de piel de camello y telas, bajo las estrellas y comiendo toda la arena posible cuando soplaba el viento del desierto. El clima a esa hora era perfecto, ni frío ni caliente y la arena se me enredó en el pelo y las pestañas. Sonreí para adentro para que no se me entrara más polvo en la boca y los dientes. ¡Los oídos no se pueden cerrar! Así entendí la finalidad del turbante y me divertía porque cada vez que se me soltaba un marroquí corría a ponerme el turbante en la cabeza con un estilo distinto. Me desperté varias veces y al abrir los ojos, vi el cielo estrellado, viajé muy lejos. Me vencía el sueño, me quedaba profunda sin darme cuenta hasta que volvía a abrir los ojos. La última vez que vi el cielo pasó una estrella fugaz y pedí un deseo. Iba muy despacio, esperaba que alguien la viera.
*Publicado en barajadeviajes.com como “Las dunas y las estrellas en Marruecos” el 9 de noviembre del 2016, reeditado para Cuestión Pública.
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