Los estudiantes vuelven a las clases… en la calle.
(26/11/2018)
“La felicidad, para las personas temerosas del cambio, consistía sencillamente en la negación absoluta de los problemas.” Ana Lydia Vega
Durante el último mes la opinión pública se ha visto conminada a poner sus ojos en el tema de la educación y de su relación con el proyecto de Estado en Colombia. Gracias a las movilizaciones masivas, las discusiones en redes sociales y la atención de los medios de comunicación, los ciudadanos empiezan a comprender que la educación no es simplemente un asunto de formación especializada, sino de la posibilidad de que nuevas generaciones puedan crear y generar conocimiento, investigación y cultura. También se empieza a comprender que la universidad forma sujetos políticos que ven en la educación una forma de transformación personal y colectiva.
Durante la coyuntura actual, las formas de manifestar esta posición, de compartirla y de discutirla con la sociedad han sido los foros públicos, las clases a la calle e incluso subidas a los medios de transporte. Todos estos mecanismos buscan acercar a las personas a un ambiente y a un espacio que en muchos casos les es ajeno. Si bien la universidad pública es un espacio abierto, la ciudadanía la considera una especie de burbuja en la que solo unos pocos pueden entrar. Este tipo de ideas es natural en una sociedad en la que los derechos son privilegios.
Profesores y estudiantes han hecho de las calles un espacio de diálogo y de debate con los transeúntes. Plazas públicas, parques y centros comerciales son aulas en las que puede participar cualquiera, imagen que recuerda la antigua ágora griega, lugar de encuentro y debate público en el mundo antiguo.
Quienes hemos participado en este tipo de actos no esperamos persuadir, de hecho, sabemos que podemos encontrar personas que piensan distinto a nosotros, que tienen convicciones políticas opuestas y, sin embargo, lo hacemos precisamente con la idea de que la gente se acerque y pregunte cuál es la razón del alboroto y de la gritería, que no somos simplemente sujetos caprichosos. Sin embargo, nos hemos encontrado con que la respuesta es positiva: a muchos les importa saber qué es lo que sucede. En realidad son aquellos a quienes no se les concedió la oportunidad de estudiar quienes más apoyan nuestra causa (que no es la de nosotros, sino la de todo un país).
La universidad pública está quebrada, esa es una verdad innegable. No obstante, no se encuentra en ese estado lamentable porque desperdiciemos recursos públicos, ni porque seamos vagos, ni porque tengamos como deporte la desobediencia civil, estamos en ruinas porque no tenemos un Estado y un gobierno que impulse la ciencia, la tecnología, la investigación, el arte, la cultura y la vida política, ni tampoco uno al que le importe si sus miembros piensan o participan de los asuntos vitales de nuestra sociedad; al contrario, quieren idiotas útiles, sujetos inmersos en pequeñas burbujas, sujetos productivos que no preguntan porqué hacen lo que hacen, quieren y desean una feliz obediencia, quieren sujetos que felizmente olviden los problemas de su sociedad.
Las clases a la calle son una manera de llevar la experiencia universitaria a los demás, de dar a entender que queremos una sociedad distinta. El pasado viernes 16 de noviembre, desde las 11 de la mañana, nos tomamos la Plaza Bolívar de Bogotá con muchísimas clases simultáneas.
Estimado lector, para saber por qué estamos allí basta acercarse a preguntar… Inténtelo la próxima vez que vea a un estudiante en la calle, marchando por la educación o recibiendo un poco del conocimiento que quiere devolver a la sociedad. Esta lucha es de todos y todas.
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