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(08/05/2020)

Soy fotoperiodista y periodista freelance colombiano. He cubierto el conflicto armado y procesos sociales durante diez años. Trabajo para medios internacionales como Folha de Sao Paulo, Dagens Nyheter, Ottar Magazine, Sverige Dagblat, Ältair Magazine y Sverige Natür.

Por: Gerald Bermúdez

A las improvisaciones, malas decisiones y actos cuestionados y cuestionables la vicepresidenta suma la falta de respeto para quiénes han sufrido la cuarentena de la manera más indigna. 

Le dice la vicepresidenta de Colombia, Marta Lucía Ramírez, a los colombianos que estamos en cuarentena en medio de la pandemia por Covid19 que no deben ser “atenidos a ver qué hace el Gobierno”. Se lo dice a miles, o tal vez millones, que no tienen para comer durante estos tiempos en los que trabajar en la calle vendiendo dulces o el cuerpo; o en casas ajenas limpiando el desorden de los señoritos y señoritas de bien no es una opción. 

Se lo dice a millones que tal vez no tengan como afrontar una emergencia médica o un tratamiento por cuenta de la enfermedad generada por el coronavirus y a los miles que trabajan en los hospitales públicos sin sueldo desde hace mese, como en Quibdó, y sin implementos de seguridad. Se lo espeta en la cara a los que están en riesgo de ser asesinados por ser líderes comunales y sociales y a quienes nadie protege. A los campesinos que pierden cosechas porque no hay cómo sacarlas de sus fincas o son quebrados por los intermediarios. 

A los que no se lo dice es a los que logran quedarse con medio billón de pesos de parafiscales (y no es licencia poética) del Fondo Ganadero; a los que viajan de vacaciones disfrazadas de comisiones parlamentarias; a los que usan helicópteros militares para llevar niños a las piñatas de sus hijos; a los que organizan golpes de estado en países vecinos y movilizan armas y mercenarios como por la sala de la casa. 

No se lo dice a los bancos que se lucran obscenamente durante todo el año y que en esta crisis reciben los paquetes de ayudas económicas; a los oficiales de la policía y del ejército que se tiene pensión anticipada, club de retiro, club de recreo y casa fiscal. No se le habrá ocurrido decírselo al que tiene más de 300 escoltas para su uso personal y que vive evadiendo y espiando a la justicia. Ni por error se lo dirá a sí misma que ha vivido de la burocracia estatal y que será recordada no solo por estas faltas de respeto a la gente sino por haber sido ministra de Defensa durante la Operación Orión de la que no se tiene certeza cuantos desaparecidos arrojó. No se lo dirá tampoco a los que secuestraron y esclavizaron a una mujer solo por ser pobre y tener que trabajar como vigilante, no vaya y sea que la “dignidad senatorial” se manche.

No se lo dirá al que aún debe explicar de dónde salió el dinero para su apartamento en Washington y que llegó a gobernar Colombia sin mayor logro que haber sido el designado por el que ha ido socavando la Constitución del 91.

No se lo dirá a ninguno de ellos y a tantos más; los mismos que asumen que el dinero de mis impuestos, y de usted que me lee, es plata de bolsillo y es la herencia para pasarle a sus hijos atenidos a la idea de que deben gobernar este país como lo hicieron sus padres y sus antepasados antes que ellos.

*La Tribuna es el espacio de columnas de pensamiento de nuestros analistas y expertos en Cuestión Pública. Sus contenidos no comprometen al medio.