Los pequeños pescadores se rebelan en la COP16

(24/10/2024)

Se consideran a sí mismos como los olvidados de la «COP del Pueblo». Presos entre el turismo de masas, la pesca industrial y las zonas protegidas, pescadores artesanales del Caribe y el Pacífico viajaron hasta Cali para pedir que no se les olvide en la conferencia de las partes que determinará las zonas a proteger de aquí a 2030.

Cuando sale a pescar en altamar, Minfer Pérez se levanta a las tres de la mañana. Prepara el combustible para su lancha, que tiene permitida la faena hasta a 12 millas de la costa, alista los insumos para la pesca con línea de mano y empaca agua y alimentos en cantidades suficientes. En ocasiones ha tenido que quedarse hasta una semana en el mar y casi siempre va solo.

«Mis niñas están aprendiendo a pescar, pero también mi esposa es pescadora, mi madre también, mis amigos, mis primos, nosotros somos una comunidad netamente de pescadores», dice con orgullo este padre de 3 pequeñas y un niño que asegura haber empezado a trabajar a los 5 años. Tiene 38 hoy.

Ataviado con una sonrisa permanente que contrasta con la cicatriz que le surca la frente, cuenta que es originario de la Boquilla, una comunidad afrodescendiente situada el norte de Cartagena, entre la ciénaga y el mar, donde viven de la pesca unas 800 familias, según sus cálculos. Buena parte de los 25.000 habitantes del corregimiento.

De más joven solía alternar entre la pesca en altamar y en la ciénaga de la Virgen, dónde aún atrapa jaibas con sus atarrayas, las redes que lanza al voleo. Pero ahora todo su ecosistema se encuentra bajo amenaza.

«Cuando se da una concesión inmediatamente se privatizan las playas y se prohíbe la pesca artesanal en ese espacio», lamenta, al señalar a los hoteles construidos en zonas cercanas a las que ya no se puede acercar. 

A la infraestructura hotelera y la prohibición de pescar se suma la contaminación que dejan los turistas y la gentrificación. Y ahora, “dadas las condiciones ambientales de la ciénaga de la Virgen que es el cuerpo de agua que mayormente los sustentaba (…) y que está contaminado por aguas servidas de la ciudad y altamente sedimentado», los pescadores se dedican al rebusque, al subempleo, en tanto que unos pocos encuentran empleos estables en hoteles y restaurantes, señala Camilo Gómez, biólogo marino, para quien en la zona «la pesca artesanal tiende a desaparecer».

Por eso ha decidido venir a expresar su descontento en la COP16, junto con un colectivo de 27 otros pescadores artesanales del Caribe y el Pacífico que esperan dar a conocer la crisis por la que atraviesan en sus respectivos países.

En promedio, Minfer dice que puede llevarse unos 800.000 pesos a un millón por mes, menos que el salario mínimo, de 1.300.000 pesos en 2024 en Colombia. Y lo mismo sucede para la mayoría de sus colegas, según han documentado diferentes investigaciones, de la Universidad de Cartagena, de la Javeriana y del Instituto de Investigación y Debate sobre la Gobernanza (IRG), que describen las paupérrimas condiciones de vida de sus habitantes (32% del corregimiento vive en condiciones de pobreza, a pesar de que La Boquilla tiene unas de las playas más valorizadas del país). Además de la lucha de los pueblos afros de la zona por obtener el reconocimiento de las tierras en las que viven.

En el ballet bien organizado de la COP16, la megacumbre de la ONU sobre biodiversidad llevada a cabo en Cali hasta el 1 de noviembre, Minfer y sus colegas interrumpieron la quietud de la tarde del lunes 21 de octubre. Uniformados con una camiseta azul estampada al frente con el lema de «No a la economía azul», irrumpieron en el salón principal del centro de eventos situado en la comuna de Yumbo, al lado de una autopista vigilada por miles de policías y militares. Pero antes de que tuvieran tiempo de expresarse, fueron dispersados sin violencia por los policías de Naciones Unidas presentes en el evento.

«Ayer en la inauguración escuchamos que era la COP de las personas, pero cuando queremos dejar el mensaje de lo que estamos haciendo pues llegan y nos dicen que eso no es una forma de manifestarse. Y pues si, es una forma de manifestación, pero es algo pacífico, no se está involucrando a nadie, no se está forzando a nadie», lamentó Aarón Chacón, pescador de Costa Rica.

La «COP del pueblo» a la que hace referencia es el mote que le puso al evento el presidente Gustavo Petro. Aunque el mandatario no lo volvió a mencionar en su discurso inaugural dado el domingo ante 18.000 personas de todo el mundo, al término de una emotiva ceremonia inaugural en la que los pueblos indígenas recordaron su estrecha relación con la biodiversidad, empeñado en cargar contra el libre mercado y la inteligencia artificial. Y fue la ministra de Medioambiente Susana Muhamad la encargada de hacerlo.

En un salón aledaño, los representantes del grupo de pescadores -que incluye a miembros de México, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Brasil y Chile- cuentan que se sienten excluidos de las conferencias en las que se toman las grandes decisiones y aplastados por la presión que ejercen en su contra el sector privado y el público. 

Por un lado se encuentra la gigantesca economía azul, que incluye al turismo de masas que los desplaza, a la pesca industrial que acaba con la fauna marina, a la extracción de hidrocarburos en altamar que genera constantes derrames, a la minería en aguas profundas, las fábricas de harina de pescado y la acuicultura a gran escala. Y por otro lado a las reservas declaradas por el gobierno para proteger la biodiversidad, que dejan muchas veces sin sustento a los pescadores al impedirles trabajar en esas zonas, sin ofrecerles alternativas viables. 

Cuestionado, Minfer asegura que su práctica es sustentable. Cuando pesca pargos, róbalos, atunes, sierras o barracudas, se asegura de que “cumplan con un cierto tamaño» para que «ya hayan pasado su etapa de producción». Además de que cambia de especie según la temporada, para permitir su regeneración. «Nosotros somos parte de esa biodiversidad que hoy el mundo quiere conservar», afirma.

Sin embargo esa declaración es puesta en entredicho por el Director de la Fundación Planeta Azul Caribe y profesor de la Universidad de Cartagena Luis Fernando Sánchez, para quien «toda actividad humana produce impacto ambiental. El pescador es oportunista (…) y muchas veces tienen que capturar peces de tamaño pequeño que no se han reproducido». “Y aunque es verdad que muchos pescadores (…) lo sueltan, a veces ya vienen muertos». 

«Pero si se hiciera de una manera consciente y atenuando los otros impactos como la destrucción de los ecosistemas y los otros problemas, podría ser sostenible», concede.

En Yumbo, Minfer ha venido a pedirle a los gobiernos que “nos tomen en cuenta, que reconozcan nuestros derechos como pueblos de pescadores, que reconozcan nuestros derechos como gente de mar (…) pues nosotros dedicamos toda la vida a eso y muchos no sabemos hacer nada más que ejercer nuestra actividad».

Le preocupa que en en el marco de la COP16 se busque -entre otros objetivos- «garantizar y hacer posible que en 2030, al menos el 30% de las zonas terrestres y de aguas continentales y de las zonas marinas y costeras, especialmente las zonas de particular importancia para la biodiversidad y las funciones y los servicios de los ecosistemas se conserven y gestionen eficazmente, mediante sistemas de áreas protegidas ecológicamente representativos», según señala la meta 3 del encuentro.

Porque se suele olvidar que la segunda parte de la meta 3 indica que la conservación de la biodiversidad «debe darse bajo un enfoque de derechos humanos donde se respeten los territorios de pueblos indígenas, comunidades locales y comunidades afrodescendientes», advierte Vivianne Sóliz, bióloga que acompaña desde hace 30 años a los pequeños pescadores desde la fundación Coopesolidar.

«Eso quiere decir que los gobiernos y la conservación deben asegurar primero los derechos de esos pescadores en términos de su tenencia a la tierra y la tenencia al mar, y una vez eso esté seguro y ellos no sean los que van a ser desplazados, hablemos de conservación hablemos de desarrollo, hablemos de tecnología», agrega con voz dulce la mujer de cabello castaño y arrugas pronunciadas.

Y no se trata de una cuestión menor. De acuerdo con el informe Iluminando las Cosechas Desconocidas, de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, unas 60,2 millones de personas viven directamente de la pesca en pequeña escala en el mundo. Aunque si se tiene en cuenta a sus familias, son 492 millones de personas las que dependen de la actividad que genera el 90% del total de empleos en la industria a nivel mundial, a pesar de que solo captura 40% del total de pescados y mariscos.

De hecho, la historia de Minfer se repite en el resto del continente. Gabino Acevedo es un veterano panameño y en su tierra el problema mayor es el de la minería terrestre. El uso de mercurio y otros materiales para extraer el cobre y el oro «lógicamente está afectando todo lo que es los ríos que van y van a dar al mar, el cual va en detrimento de muchas especies objetivos en las áreas», pescados, cangrejos, camarones, dice. En tanto que Jorge Lalín es afro-garifuna de Honduras y el peligro que más le acecha son las fugas de petróleo que rodean a las islas caribeñas. 

En el caso de Arón Chacón, es la gentrificación la que ha desplazado a las comunidades locales de Costa Rica, incapaces de costear cualquier necesidad o gusto en las zonas turísticas. «Si yo quiero ir a tomar una cerveza, que en cualquier lado la puedo conseguir en un dólar y medio, dos», en las zonas turísticas «es imposible, porque me vale 8, 9 dólares», advierte. «¿Cómo es posible que en mi país yo me vea desplazado y tenga que ir a otro lugar a disfrutar las bellezas?», cuestiona este pescador.

Partiendo de lo que pasaba en Costa Rica, Vivianne Soliz comenzó a tejer redes de apoyo que se fueron ampliando a Centroamérica, el Pacífico y luego el mundo entero, cuando se dio cuenta de que pescadores de Asia y África sufrían problemas similares y tenían las mismas necesidades desatendidas. Por eso está orgullosa de haber podido aglutinar a varios de ellos en la COP16, porque «ellos están en un nivel donde no toman decisiones sobre el mar y todo el mundo toma decisiones sobre la conservación del mar, pero no los consultan».

Concede que aún le falta encontrar un mecanismo efectivo con el que ser atendida en un evento en el que se negocia entre países miembros de la conferencia (197), junto con observadores acreditados. Cuando no es siquiera evidente la manera en que se van a poder articular los miembros de la sociedad civil, reunidos en una zona verde situada en el corazón de Cali, con los tomadores de decisiones, situados en la zona azul de Yumbo, a más de media hora de distancia.

Como primer paso, el miércoles 23 de octubre, los pequeños pescadores participaron en una conferencia de prensa dada en la zona azul de la COP16, junto con colegas, hombres y mujeres de otros países como Filipinas. “Hoy solo estamos pidiendo una sola cosa a nivel mundial para la pesca a pequeña escala y es que los gobiernos nos tengan en cuenta en la toma de decisiones (…) y que se nos reconozca a los pueblos pesqueros de pequeña escala como actores principales en la conservación de la biodiversidad del mar”, además de acceso a fondos económicos para fortalecer el sector pesquero a pequeña escala, solicitó Minfer Pérez.

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Dirección editorial: Diana Salinas. Investigación y reportería: Diego Legrand. Producción y coordinación editorial: Ilse Cárdenas. Fact check: Sergio Retavisca. Diseño: Heidy González. Audiencias: Ían Schnaida, Laura Tovar y Natalia Gómez. Webmaster: Paola Téllez.

Publicada a las 1:30 pm