Monocultivo de azúcar: el “Monstruo Verde” que devoró a las poblaciones afrocolombianas en el Cauca. Parte 1
(13/11/2024)
Hay que hablar del aparente despojo a manos de la industria de la caña de azúcar en el norte del Cauca; una denuncia de dos ONG que el poderoso gremio azucarero niega bajo una figura de arrendamiento de las tierras y/o sistema de afiliados. Este es uno de los temas urgentes que nos dejó la COP 16.
Con una tristeza oculta tras una sonrisa que le atraviesa la cara de par en par, Daniela Carabalí, miembro del Palenque Alto Cauca del Proceso de Comunidades Negras (PCN) de Colombia, recuerda su infancia a orillas del río Cauca; un centro de vida del que fueron desplazadas las comunidades afrodescendientes por el monocultivo de la caña de azúcar, una industria que los despojó del acceso a sus tierras y a los mantos acuíferos de la región.
«Cuando era pequeña podía ir con mi mamá al río a trabajar la minería (artesanal), pescábamos con anzuelos y podíamos comernos esos peces, incluso podíamos tomar el agua del río». Pero «ahora no podemos hacerlo porque el agua está contaminada producto de los químicos que se utilizan para regar los cultivos de caña de azúcar y producto de los sedimentos de la industria, cuando ya empiezan a procesar la caña para convertirla en azúcar y en otros derivados», lamenta esta mujer, que al igual que dos generaciones más, ya vive lejos del río que la vio crecer.*
Su denuncia, junto con la de varios de sus compañeros del PCN, quedó consignada en el informe No todo lo verde es biodiverso, una investigación realizada por el Palenke Alto Cauca de comunidades negras, junto con las ONG Forest People Programme y Enramada, lanzada durante la COP16. El documento denuncia la contaminación de los ríos, producto del despojo de tierras en el norte del Cauca que sufrieron por parte del “Monstruo Verde”, como se conoce allí a la industria azucarera que abarca 241.205 hectáreas en el valle geográfico del río Cauca.
Para entender la denuncia, hay que anclarla a la historia de los afrodescendientes en Colombia. Según la mayoría de los registros, la trashumancia de los afrodescendientes en la región fue un proceso paulatino que comenzó con la fuga de esclavos traídos de África durante la colonización. Aproximadamente en el siglo XVI: el mismo en que se registraron las primeras plantaciones de azúcar en el país, primero en la costa Atlántica y luego en la Pacífica.
Para escapar a sus perseguidores, los fugitivos se adentraron en territorios hostiles, como los bosques secos tropicales, en los que lograron desarrollar un refugio llamado “finca ancestral”. Un espacio biodiverso en el que se concentran diferentes tipos de árboles frutales, plantas medicinales y cultivos de cacao, limoncillo, plátano, café y chontaduro, entre otros. Así como refugios de animales. Pero de allí, nuevamente, tuvieron que salir desplazados por la presión que ejerció el empresariado del monocultivo de caña de azúcar, que acaparó tierras fértiles, según relatan los afrocolombianos que alcanzaron a vivir en esos espacios y aún están vivos para contarlo.
«Primero, lo que hicieron fue quitarnos la finca porque era lo que le daba sentido a nuestra vida. Después de que nos quitaron la finca, nos quitaron la tierra. Después de que nos quitaron la tierra nos convirtieron en obreros. Después de que nos convirtieron en obreros o paralelamente nos convirtieron en campesinos. Y después de que nos convirtieron en campesinos, de ahí para acá ha sido una degradación el estar existiendo en esta sociedad», deploró Janner Valencia, sociólogo y miembro del PCN.
En el norte del Cauca, la primera gran expulsión ocurrió entre 1948 y 1958, durante la Violencia entre conservadores y liberales, cuando los campesinos fueron forzados a dejar atrás 11.000 hectáreas de tierra, señalaron los autores del informe “No todo lo verde es biodiverso” en la conferencia de prensa de su lanzamiento. Antes de que el fenómeno se acelerara en los sesentas, luego de que Estados Unidos dejara de importar azúcar de Cuba por cuenta de la revolución castrista.
Un desarraigo violento que explica, en parte, que el estallido social de 2021 iniciara en Cali en el barrio de Siloé y el distrito de Aguablanca, en ambos lados de la ciudad, donde se concentran ahora la pobreza y las poblaciones afrodescendientes, según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, citadas por el sitio Visión Afro 2025.
Esta versión de la historia es rechazada por la industria azucarera, que aseguró a Cuestión Pública, por medio de Asocaña, que “no se han presentado casos de despojo ni desplazamiento de comunidades en el valle geográfico del río Cauca por el cultivo de caña de azúcar”, en referencia al espacio que serpentea, enclavado entre las cordilleras central y occidental, entre el norte del Cauca, Risaralda y el Valle.
«Las 238.000 hectáreas de caña que hay en 5 departamentos del suroccidente del país pertenecen, en cerca del 80%, a 12 mil familias que tienen la titularidad de sus predios y que así la han tenido desde antes de dedicarse a este cultivo, que lleva 160 años en la región», agregó su presidenta, Claudia Calero.
Poderosa, la industria emplea directa e indirectamente a 286.000 personas. Principalmente en 5 departamentos, «en los cuales 6 de cada 10 familias están vinculadas económicamente a este sector». Estos, a su vez, representan el 0,6% del PIB nacional; 21,1% del PIB agrícola del Valle del Cauca y 10,6% del PIB agrícola del Cauca, según el gremio.
Al escarbar un poco, aparece pronto que detrás de ese cruce de versiones se encuentra el relato complejo de un territorio en el que la ley y la historia no van siempre de la mano.
De acuerdo con lo que narra en el libro “Valle del Cauca, un estudio en torno a su sociedad y medioambiente” la historiadora Aceneth Perafán Cabrera, al menos en ese departamento, los ingenios azucareros se conformaron a partir de expropiaciones campesinas. Unas expulsiones llevadas a cabo —entre otros— por policías privados que se encargaron de comprar tierras a bajo precio bajo coerción o cuando quebraban los pequeños productores, sobornar funcionarios públicos y políticos e incendiar o inundar terrenos y chozas para asegurar sus intereses.
Pero lo curioso es que aunque ese relato coincide con el de otros académicos, choca de frente con las limitaciones que impone la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras a los jueces de tierras para investigar casos de despojo ocurridos antes de 1991. Lo que hace casi imposible obtener sentencias jurídicas anteriores a esta fecha.
A esto hay que que sumar el hecho de que “el Estado también acolitó todo eso, el despojo a través de su aparato, como el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, como la Oficina de Registro de Instrumento Público y las mismas notarías se prestaron para para legalizar títulos que eran falsa tradición en el fondo”, señaló sentado en un café de Cali, Jorge Balanta, abogado de 75 años quién trabajó durante años con el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria y la Oficina de Registro de Instrumento Público de Cali.
Especialista en temas de propiedad, él mismo lleva ante la Unidad de Restitución de Tierra (URT) un caso ocurrido en el municipio de Buenos Aires (Cauca), que quiere someter a la unidad y del que dejó ver una copia a Cuestión Pública, acerca de un predio adquirido en 1913 por una familia afro expulsada durante los años del periodo histórico conocido como La Violencia. El terreno fue adjudicado a una mujer que se lo vendió a una sociedad. Y luego de varios traspasos, durante los cuáles fue rentado al Ingenio del Cauca para la siembra de caña, terminó en manos del Instituto Colombiana de Desarrollo Rural. Aunque una primera petición le fue negada por tratarse —entre otros motivos— de un asunto anterior a 1991, no pierde la esperanza de poder volver a presentarlo pronto ante la existencia de evidencias sobre una subsecuente expulsión ocurrida en plena expansión paramilitar en la región.
Más no es el único en esta situación. En respuesta a un derecho de petición, la Unidad de Restitución de Tierras reconoció que en el norte del Cauca existen al menos 104 solicitudes de inscripción en el Registro de Tierras Despojadas y Abandonadas Forzosamente en 5 municipios. En caso de prosperar en un juzgado, esos casos evidenciarían que además de las expulsiones previas a 1991, que prácticamente ya no se pueden investigar, existen otros despojos o expulsiones forzadas posteriores a 1991 productos del conflicto interno reciente, que son investigados por esta Unidad.
Una investigación llevada a cabo por Sebastián Herrera para la Universidad de los Andes encontró en el Sistema Penal Oral Acusatorio (SPOA) de la Fiscalía General de la Nación 3.310 noticias criminales sobre casos de despojo ocurridos en el Valle del Cauca y 1548 en el Cauca entre 2006 y 2019. Aunque lamenta que “las bajas tasas de esclarecimiento de delitos asociados con el despojo de tierras en Colombia generan que los responsables de estos hechos no sean judicializados”.
De facto, la expansión del monocultivo de la caña no concentró la propiedad de la tierra, pero ocupa los terrenos mediante figuras de alianzas y arriendos de tal forma que termina usufructuándolos como si fuera el propietario. Esto concentra el uso y aprovechamiento de la tierra en pocas manos en el valle geográfico del río Cauca.
El poderoso pulpo empresarial logra esto porque no hay en la zona quién compita ni quién ayude a las comunidades a preservar sus lugares de arraigo. Si bien Asocaña aseguró que 12.000 familias comparten 80% de la titularidad de los predios y que los ingenios sólo disponen del 20% restante, sus propias cifras indican que el tamaño promedio de esas propiedades es de 63 hectáreas, es decir, 12,6 veces más que la Unidad Agrícola Familia, que es de 5 hectáreas en la zona. Una figura jurídica que parece ensanchar la cerca de lo permitido.
“Aquí tener una finca de 50 hectáreas es tener bastante dinero”, asegura Mario Pérez, economista ecológico de la Universidad del Valle y miembro del Instituto de Investigación y Desarrollo en Abastecimiento de Agua, Saneamiento Ambiental y Conservación del Recurso Hídrico (CINARA). Al tratarse de un valle fértil, es un espacio en el que el metro cuadrado cultivable es costoso, por lo que muchos de sus propietarios “no son campesinos, muchos son hasta rentistas porque tienen sus tierras alquiladas a los ingenios. Entonces, en realidad, los ingenios tienen una parte importante de las tierras”, agregó.
Lo mismo señaló el informe de Forest People Programme, Enramada y el Palenke Alto Cauca, al lamentar que la falta de transparencia no permite saber quiénes son los compradores de la caña de azúcar que se cultiva en el valle. En el caso que maneja Jorge Balanta, cuando menos, el terreno en disputa es rentado a un ingenio, aunque no le pertenezca directamente.
Pero el alcance del poderío de la casa de azúcar no puede medirse sólo en términos económicos. Entre las familias beneficiadas por este macronegocio se encuentran, eso sí, las de prominentes políticos como el alcalde de Cali, Alejandro Eder, candidato del partido Revivamos Cali, y la familia senadora María Fernanda Cabal, del Centro Democrático.
Quizá es por eso que el alcalde caleño contestó con tanta vehemencia a la pulla que le lanzó el presidente Gustavo Petro al inicio de la COP16 en Cali.
“Me atrevo a decir, alcalde Eder, lo hemos discutido varias veces, que si se concentra en un solo cultivo y bajo solos propietarios la tierra del Valle del Cauca fértil, el campesinado, los indígenas y las comunidades negras terminan saliendo hacia donde están las selvas porque no tienen otra oportunidad donde vivir”, declaró el mandatario, a lo que Eder respondió que “no olvidemos que el Valle se debe a la industria azucarera que es la única circular que hay en Colombia”.
Aprovechando el respaldo del presidente, cuyas banderas incluyen la compra de tierras a terratenientes para devolvérselas a campesinos y minorías que conforman una base importante de su electorado, el PCN y sus aliados piden hoy la restitución de «40.000 hectáreas en el norte del Cauca», explicó Janner Valencia, de Puerto Tejada.
«No les estamos diciendo que se vayan de aquí. Estamos diciendo: compartámos el territorio (…) Nosotros no tenemos dominio sobre el territorio, no tenemos dominio sobre el agua, no tenemos dominio sobre la tierra, no tenemos dominio sobre la vida de nosotros, pero lo vamos a recuperar».
Su lucha puede comportar graves riesgos en «el territorio en donde más agresiones se presentan contra líderes y lideresas de comunidades étnicas y de defensores en general» en el país, advirtió Astrid Torres, coordinadora del programa Somos Defensores. En la medida en que a la confluencia de todo tipo de actores armados, se suman «el tema del monocultivo y las economías ligadas con el extractivismo, que son motores permanentes de conflictos socioambientales». Guerrillas, disidencias, paramilitares, narcotraficantes, seguridad privada, ejército y bandas pequeñas han hecho de la región un hervidero de violencia.
En 2023, señaló el Sistema de Alertas Tempranas (SAT) de la Defensoría del Pueblo, 30 de los 163 asesinatos de defensores ocurrieron en el Cauca. Lo que lo sitúa muy por delante de otras zonas peligrosas y explica también las reticencias de las poblaciones locales para denunciar las agresiones, despojos y desplazamientos que sufren. Somos Defensores afirmó por su parte que de 2016 a 2024 se registraron 6.374 agresiones contra defensores en todo el país, 1.510 de ellas en el Cauca.
De momento, gracias al diálogo entre el Consejo Territorial Interétnico e Intercultural del norte del Cauca en el que participan comunidades afros, indígenas, ingenios azucareros, cultivadores de caña y el gobierno, fueron entregadas 1.440 hectáreas de tierras productivas compradas a la industria en octubre de 2024. «Pero necesitamos más», afirmó Janner Valencia, consciente de lo que le puede llegar a costar esa exigencia.
Por su parte, la Agencia Nacional de Tierras indicó a Cuestión Pública haber adquirido y entregado a poblaciones afrodescendientes «19 predios que representan un área de 429,677 hectáreas por un valor total de 36.651.543.350” pesos durante este gobierno, todos en los municipios de Caloto y Santander de Quilichao .
Consultada, la vicepresidenta Francia Márquez, quien abogó por la inclusión explícita de los afrodescendientes en el convenio sobre biodiversidad en la COP16, no quiso expresarse acerca de la lucha de los pueblos afrocolombianos por recuperar el territorio.
*Hemos hecho un cambio después de publicada la nota por protección de una fuente.
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Dirección editorial: Diana Salinas. Investigación y reportería: Diego Legrand. Producción y coordinación editorial: Ilse Cárdenas. Fact check: Sergio Retavisca. Diseño: Heidy González. Audiencias: Ían Schnaida, Laura Tovar y Natalia Gómez. Webmaster: Paola Téllez.
Publicada a las 09:00 am