Postales de un viaje al corazón del Paro Nacional en Cali

(06/09/2021)

El fotorreportero Gerald Bermúdez visitó la capital del Valle durante los momentos más álgidos de las movilizaciones contra el gobierno de Iván Duque en 2021. Estas son algunas estampas que dan cuenta de lo que se vivió por aquellos días.

A las manifestaciones que iniciaron el pasado 28 de abril, convocadas por el Paro Nacional, se le sumaron semanas de marchas, bloqueos, represión y abusos policiales. Con la llegada de cada noche, el país volcaba su mirada, aterrado, a las redes sociales, canales por los cuales los colombianos y colombianas fueron testigos de la violencia revelada sin filtros, como si no importara la brutalidad. 

Con el paso de los días, el contador de excesos y violencia en el tratamiento de la protesta social por parte de la fuerza pública se disparó; organizaciones civiles como Temblores ONG registraron hasta el pasado 26 de junio, cuando se cumplieron dos meses de manifestaciones, 4.687 casos de violencia policial.

Entre el 5 y el 9 de mayo de 2021, el fotorreportero Gerald Bermúdez —quien cubrió parte de estas jornadas para Cuestión Pública— capturó postales del estallido social hasta que fue amenazado por civiles armados al sur de Cali y, en consecuencia, tuvo que abandonar la ciudad.

Así como fichas de un rompecabezas, las imágenes capturadas se juntan en este espacio para mostrar la imagen completa: dan cuenta de un bloqueo, un punto de resistencia en puntos cardinales distantes, un suceso, un hecho que modeló de alguna manera esa visión de conjunto de lo que significó que la ciudadanía se tomara las calles caleñas. 

Estas son las postales de un viaje al corazón del Paro Nacional.

Miércoles, 5 de mayo de 2021. (12 m – 7 p.m.)
Trayecto desde Pereira hacia Cali, por la Vía Panamericana.

Era un día caluroso. El aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón —por el que se puede llegar a Cali—, estaba cerrado por decisión de las autoridades. La autopista Panamericana que conduce a la capital del Valle del Cauca, por otro lado, tenía bloqueos en nueve puntos entre Pereira y Cali. Bajo la necesidad de cubrir lo que estaba sucediendo, se emprendió camino rumbo a la capital del Valle en un carro alquilado, dos chalecos antibalas, un casco, cámaras y máscaras antigases. Después de seis horas en  carretera y negociaciones en cada punto de bloqueo, por fin se llegó a una ciudad a punto de anochecer. Sus calles estaban oscuras y los escombros habitaban el asfalto de las vías prinicipales.

Jueves, 6 de mayo de 2021. (10 a.m.)
Cali. 

Frente a la Universidad del Valle el calor seguía creciendo. Se cumplían nueve días desde el inicio del paro y la resistencia caldeaba en la sangre de los manifestantes. La homónima estación de buses del Sistema Masivo Integrado de Occidente (MIO) servía como punto de logística y abastecimiento: surtía comida, agua, ropa y  máscaras. Reinaba la confusión. Dos noches atrás se escucharon disparos contra la gente en las barricadas. Sobre las 11 a.m., se oyó un estruendo; era la chiva de la minga Indígena Nasa que había llegado en apoyo a la resistencia caleña. Se renovaron las fuerzas, rotaron un porro de marihuana, esperaron. 

Por el momento la calle Quinta, arteria vial que cruza a Cali de sur a norte, seguía cortada por varios puntos de bloqueo como este; allá, en ese momento no campeaba el horror.

Jueves, 6 de mayo de 2021. (3 p.m.)
Cali. 

En el norte, punto conocido como la vía al mar, la ciudad se convirtió en un campo de batalla. Un camión de la Policía, sin identificación, transportó hasta la Portada al Mar —al noroeste de Cali— a cerca de 30 hombres vestidos de civil que fueron descubiertos por civiles que hacían un retén improvisado en ese punto. Al abrirse la puerta trasera salieron en bandada y accionaron armas contra manifestantes en el punto de bloqueo ubicado en la avenida 4 Oeste de esa ciudad. Luego se supo que se trataba de agentes de la Policía, como la misma institución confirmó. Tan pronto como la información circuló por redes, se pudo capturar el camión y la situación quedó registrada en un live.

No hubo muertos, sin embargo dos policías resultaron heridos y varios de los jóvenes del punto de bloqueo mostraban las heridas con armas traumáticas que les dejó el desembarco. La zozobra comenzó a hacer su aparición. El chaleco antibalas que vestía el reportero cobró sentido, mientras el camión era destrozado a pedradas por las personas que fueron blanco del tiroteo.

Jueves, 6 de mayo de 2021. (5 p.m.)
Cali.

La defensa de los sectores de la ciudad donde comenzaron a escucharse disparos se convirtió, con el paso de los días, en un hábitat permanente con barricadas como ejercicio de resistencia para los manifestantes. Un grupo de personas llegó en un carro a acompañar a las víctimas del tiroteo del camión lleno de presuntos policías vestidos de civil. Nadie estaba solo mientras seguían las barricadas, nadie era un individuo, todos eran un ente colectivo que se movía errática pero firmemente.

Viernes, 7 de mayo de 2021. (9 a.m.)
Cali.

¡A las barricadas! Ese parecía ser el lema diario. Los puntos de bloqueo estaban construidos con vallas publicitarias, señales de tránsito, tejas de zinc que alguien traía, llantas, costales, ramas y piedras; todo eso amontonado, buscando un orden en ese aparente caos. En total, según registros de la Red de Derechos Humanos Francisco Isaías Cifuentes (Redfic), hubo 28 puntos de bloqueo en Cali, la mayoría en vías principales de la ciudad.

Había jóvenes, ancianos, pobres, otros no tanto, exmilitares, recolectores de hoja de coca, albañiles, panaderos e, incluso, se hablaba de policías infiltrados. No había disciplina castrense, era más bien una mezcla de sentido común con una pequeña ebriedad generada por ese poder que se deriva de decidir quién puede transitar y por qué parte de la ciudad.

La apropiación de los espacios trajo consigo el rebautizo de los lugares: Puerto Rellena, en el oriente, pasó a ser Puerto Resistencia; La Loma de la Cruz, en el occidente, ahora era la de La Dignidad. Había más puntos de resistencia como el de Meléndez y La Luna, al sur; Sameco, al norte; y Siloé, en el occidente. 

Viernes, 7 de mayo de 2021. (7 p.m.)
Cali.

Llegó la noche y comenzó un concierto de rap, currulao y salsa con el que buscaban darle un nuevo sentido a eso que ahora es un símbolo nacional de nueva dinámica política: la Primera Línea, que dejó de ser un término llegado de las manifestaciones en Chile para convertirse en un nuevo denominador social, incluso en un estilo de vida. Quienes la conformaban buscaban proteger a los manifestantes de los ataques de la fuerza pública, eran una suerte de fuerza de choque de la ciudadanía, un ejercicio de resistencia desde lo físico, aún a costa de la integridad personal. 

La música no paraba de sonar y la gente no dejaba de bailar, los gritos se elevaban hacia el mismo cielo en el que sobrevolaban los helicópteros militares que patrullaban desde el aire.

Viernes, 7 de mayo de 2021. (11:30 p.m.)
Cali.

Los rumores de que en el sector de La Luna —ubicado a pocas cuadras del centro de Cali—, hubo disparos hacia organizaciones defensoras de derechos humanos y misiones médicas que auxiliaban a los manifestantes, comenzaron a preocupar a quienes no tenían más protección que un escudo improvisado con una lata de acero. Las caras dejaron de ser las de esos seres que cantaban una canción de rap militante, o que bailaban un currulao traído de las costas del Océano Pacífico.

Del rumor se pasó al miedo y del medio a la zozobra. No estaba claro lo que había sucedido porque muchas de las noticias iban por las redes sociales sin mayor contexto. Lo que sí era claro es que las camionetas blancas que comenzaron a disparar sobre puntos de concentración de manifestantes, como La Luna y Melendez,  eran un monstruo que se había despertado y que buscaba exterminar todo lo que no representara a esa minoría que consideró la toma de la ciudad como un secuestro. 

Sábado, 8 de mayo de 2021. (9 a.m.)
Siloé, Cali.

Cerca de un centenar de mujeres se reunieron en la glorieta de Siloé. Desde ese punto se podía ver, recostada sobre las montañas del occidente de Cali, la aglomeración de casas, muchas sin terminar la fachada.

Estas mujeres ritualizaban su fuerza, su resistencia. Muchas clamaban por los hijos muertos, otras por el futuro de los que aún no han nacido. Decidieron que era momento de caminar por esa Cali tomada y permeada por la resistencia. 

Mientras tanto la vida bullía en la ladera Siloé; las bandas habían decidido parar sus acciones delictivas para que el barrio pudiera defenderse de la ocupación de la Policía y el Ejército que, cuando arremetía, llegaba como una fuerza invasora. Los casquillos de balas disparados por figuras misteriosas —que eran señaladas por quienes vigilaban en los puntos de bloqueo, de ser uniformados de la fuerza pública— eran recogidos y guardados como evidencia ante una futura investigación estatal. Hacía calor en Cali.

Sábado, 8 de mayo de 2021. (10 a.m. –  3 p.m.)
Cali.

La gran marcha de mujeres trazó el recorrido por esa nueva Cali que estaba naciendo desde que algunos caleños se habían tomado las calles. En el centro, en la Loma de la Dignidad, como en tantos otros puntos de la ciudad, la gente llegaba a pie o en carros con tarros de pintura y pancartas para hacer un plantón. 

Hacía calor, había barricadas que se improvisaron en menos de 10 minutos y el suelo comenzó a pintarse de colores con grafitis en contra de las políticas del gobierno de Iván Duque y en apoyo al Paro Nacional.

Cada día el conteo de muertos aumentaba, los videos que mostraban a policías abusando de su poder en contra de los manifestantes eran la constante en las redes sociales. A pesar de ello el color no dejó de estar presente, la música, el baile y las arengas seguían resonando en las calles de la Cali tomada. 

Domingo, 9 de mayo de 2021. (2 p.m.)
Cali.

¡El horror! Las armas ya no solo se desenfundaban en la noche y desde camionetas blancas. Ese día, el 9 de mayo, fueron hombres en camisas blancas los que dispararon; sin piedad usaron armas de fuego contra indígenas que iban montados en chivas. Eran un muro blanco flanqueado por un color verde oliva que se encargaba de amenazar, atentar, injuriar y mostrar su desprecio racista en contra de la Minga de indígenas Nasa del norte del Cauca, que habían llegado a Cali a acompañar a los manifestantes. 

Los gritos, insultos y amenazas de quienes empuñaban las armas, no solo se dirigían a los Nasa, los periodistas fuimos considerados enemigos; nos amenazaron de muerte. La avenida Cañasgordas, al sur, se convirtió en el fortín de estos grupos de hombres vestidos de civil y armados. Era el germen de un tipo de autodefensa urbana que se desarrolló a la luz del día.

La muerte se convirtió en la herramienta de algunas personas que consideran un paro como un secuestro y que asumen que la ciudad es su propio campo de tiro. La motocicleta en la que me transportaba corría vertiginosamente, debimos huir por el solo hecho de tener cámaras; llegó el momento de dejar Cali para poder estar vivo un día más.

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