Por: Juan David Cárdenas Ruiz
El COVID19 o coronavirus es uno de los desafíos más difíciles que ha atravesado la humanidad en los últimos tiempos. Su capacidad de contagiar a millones de personas y de viajar por el mundo ha puesto a temblar la economía mundial, desnudado la fragilidad social y política de la globalización neoliberal y rescatado del ostracismo al Estado como organismo regulador y garante de los servicios esenciales para la supervivencia de los seres humanos.
Hoy en día más de 2 millones de personas han sido contagiadas por el virus y todos los gobiernos del mundo prueban distintas estrategias para tratar de enfrentar una situación que, al menos en el corto plazo, no parece tener solución hasta tanto se logre crear una vacuna.
Política y socialmente la situación es igual de complicada que en plano económico. El confinamiento (aislamiento, cuarentena, etc) ha llevado a millones de personas a ver restringidas sus libertades en aras de garantizar la salud pública y tratar de mitigar, al menos, la evolución vertiginosa del virus, que en países como Estados Unidos ha alcanzado mas de 500.000 contagios en cuestión de unas pocas semanas.
Esta situación ha sometido a los aparatos estatales a unas demandas y necesidades sin precedentes sobre sus sistemas de salud, seguridad social, producción de bienes y servicios, entre otros, al punto de que hasta en países del llamado primer mundo se está experimentando un fuerte desabastecimiento de bienes de primera necesidad y una disputa, casi cinematográfica, por hacerse a los tapabocas, guantes y demás insumos y tecnologías necesarias para contrarrestar las consecuencias de la pandemia.
Para muchos, estamos en medio de una “economía de guerra”, otros asemejan la situación a la gran depresión del 29 y otros coinciden en que atravesamos un punto de inflexión que traerá serias transformaciones de los sistemas sociales, políticos y económicos en todo el planeta.
A pesar de un consenso generalizado frente al carácter disruptivo del fenómeno (ha afectado todas las esferas, hasta la educación, las relaciones interpersonales, el uso del espacio y el transporte público, los rituales religiosos, entre otros), es importante e interesante hacer una aproximación desde la perspectiva del lenguaje/retórica y la comunicación política a la manera en cómo el fenómeno se está construyendo comunicativamente y esta siendo utilizado por los líderes políticos en un momento en que paradójicamente el mundo parece adolecer de estos para salir adelante.
Acá encontramos distintos tipos de liderazgo y formas de enfrentar el fenómeno desde la comunicación y el lenguaje. Por un lado, gran parte de los lideres europeos pecaron por acción o por omisión tomando decisiones tardías o equivocadas, arrastrados por elementos propios de su cultura política como Italia y España, e incluso en algunos casos como en el Reino Unido, donde el primer ministro contrajo el virus por su posición laxa y condescendiente frente al virus, yendo, temporalmente, en contra de todas las recomendaciones de los principales organismos de salud del mundo.
Por otra parte líderes políticos latinoamericanos como Jair Bolsonaro y Andres Manuel Lopez Obrador decidieron desconocer de entrada el virus y acudieron incluso a las teorías en el primer caso y a cuestiones místicas y culturales en el segundo para desestimar la existencia y el impacto real del virus. Hoy sus pueblos lo están pagando.
Donald Trump decidió inicialmente ir en contra de la comunidad científica y tomar el camino de mantener al país en la normalidad con las consecuencias por todos conocidas. Tuvo que recomponer en el camino, no sin dejar su permanente lucha contra los medios “liberales” y etiquetar al virus como el “virus chino” para darle un tinte xenofóbico a su discurso.
En pie de lucha: imagen, mensaje y medios
Para el caso colombiano, el gobierno ha buscado construir su narrativa de contención del virus desde el lenguaje belicista, con una puesta en escena que se asemeja a cualquier cuarto de crisis de un conflicto armado en medio de una guerra de escala mundial.
Particularmente, en nuestro país, la situación se ha visto caracterizada por unos elementos contextuales que le dan un matiz especial a la forma en cómo el gobierno nacional ha querido comunicarse con la sociedad en medio de la pandemia.
Por una parte la baja popularidad del presidente, que según la encuesta de Invamer Gallup publicada el 29 de febrero, rondaba los 73% de desaprobación de su gestión,una acción más rápida de Claudia López y otros mandatarios regionales para implementar medidas como el simulacro de aislamiento y la presión que desde distintos sectores se venía dando sobre el presidente para que activara acciones preventivas para poder conjurar la pandemia de la mejor forma posible.
El liderazgo político de Duque, fuertemente cuestionado por la incapacidad de tener una coalición sólida en el parlamento, la ausencia de un proyecto político claro en medio de la nebulosa economía naranja y los altos índices de “popularidad” del presidente, incluso entre muchos de sus electores, ponían a Duque en un escenario que podría ser considerado una “ventana de oportunidad” de recomponer su gestión de acuerdo con la forma en como decidiera enfrentar la situación del coronavirus.
Imagen y liderazgo político
La estrategia de imagen del gobierno colombiano en el contexto del virus ha estado orientada a tratar de recuperar dos valores políticos esenciales, autoridad y liderazgo, de la mano de valores secundarios, eficacia, empatía y competencia que han tratado de guiar las alocuciones, declaraciones y conversaciones que el presidente ha sostenido durante las últimas semanas.
A raíz de la disputa por los espacios de liderazgo era esencial para el presidente “tomar el mando”, demostrar su autoridad y generar la sensación de estar tomando las decisiones adecuadas con el respaldo de las autoridades competentes en las distintas materias.
La puesta en escena, la dimensión visual, es esencial para la comunicación política, tanto sus elementos latentes como manifiestos. La construcción visual del carisma y el liderazgo requieren de distintos elementos que den verosimilitud a los contenidos que los ciudadanos consumen y para que se pueda cumplir el objetivo de la comunicación estratégica. En este caso encontramos tres escenarios, que relacionados con otras técnicas del marketing político como la segmentación y de la opinión pública como el framing o el priming, buscaban representar el liderazgo perdido en las encuestas y requerido por la opinión pública para la situación.
El primero de ellos es lo que en la gestión de la seguridad estratégica se llaman “situation rooms” o cuartos de crisis, que se asemejan a estos lugares emblemáticos que vemos en las películas, seguramente metros bajo tierra donde se toman las decisiones más importantes en los momentos claves de la historia. Aquí, estos espacios otrora reservados para la estrategia militar o referenciados únicamente por fotografías, se convierten en lugares de enunciación abiertos que estructuran unos roles dominio y autoridad, en cabeza del presidente Duque, sobre los momentos, temas, formatos y personajes, a la vez que permiten, al tiempo explotar rasgos de carisma como el manejo de medios y la semejanza con presentadores de noticieros o magazines de televisión.
El “Centro de seguimiento y monitoreo del COVID19” se ha constituido como el lugar donde en los momentos más apremiantes, y de manera sistemática, el presidente les habla a los colombianos, muestra la gestión de su gobierno, da la palabra, delega tareas y da mensaje emocionales y morales de aliento a la ciudadanía.
El segundo es un espacio que se asemeja a un estudio de radio desde donde el presidente interactúa con distintos medios de comunicación, hace videoconferencias con otros gobernantes y líderes en un ambiente un poco más relajado y con una estética y formato más cercano a los medios de comunicación. Desde allí ha atendido entrevistas donde ha buscado seguir resaltando rasgos personales de carisma, resonancia cultural y vínculo con un lenguaje más popular, más cercano a la gente.
El tercer escenario, el más clásico, las alocuciones desde el lugar tradicional de la casa de Nariño, ha sido utilizado como una fuente de validación y de construcción de autoridad a través de terceros. Desde allí se han hecho los anuncios más importantes, especialmente el de la cuarentena nacional al cual se llegó después de fuertes debates internos en donde desde el ámbito político se pretendía un modelo de “aislamiento inteligente” que fue totalmente ineficiente en el caso inglés, y se terminó cediendo ante las conocidas presiones de los gremios de la medicina, la enfermería y los demás actores relacionados con la salud pública en Colombia. No en vano ese anuncio fue transmitido con los representantes de todos estos gremios parados detrás del presidente buscando legitimar y respaldar una decisión, que ha demostrado ser más correcta que la que inicialmente se pretendía tomar, y a la cual se llegó más por presión y gestión de la comunidad médica organizada y no por iniciativa gubernamental.
Este sería también el escenario donde se buscaría mandar un mensaje de autoridad, sobre todo a la alcaldesa de Bogotá y al gobernador de Cundinamarca que se adelantaron al presidente con su simulacro de aislamiento robándole la atención y el liderazgo en la agenda pública.
Finalmente, hacía falta la construcción del personaje y un mensaje que terminara de cerrar el relato. Acorde a la puesta en escena y las demandas de liderazgo identificadas, la estrategia clara, fácil y predecible era apelar al comandante de la tropa, desde lo físico, lo estético y los situacional buscando conseguir de manera simbólica el poder y la autoridad que de manera política le era tan escaso. Para eso, rayando en el extremo de la caricaturización (basta ver las reacciones que suscitó) el presidente/comandante empezó a salir con una chaqueta al mejor estilo de Frank Underwood en House of Cards, a estar siempre en el centro de la escena, a ser el conductor de la comunicación, el presentador de los contenidos, el centro de atención.
Su mensaje también se centró en la retórica combativa. Empezamos una cruzada, emprendimos una lucha, luchamos una batalla contra un virus que por sí solo nos puso contra las cuerdas. Nuestros médicos se convirtieron en héroes y empiezan a convertirse en mártires, nuestra primera dama se convirtió en la ministra del patriotismo y los ministros rinde cuentas todos los días por televisión nacional como los oficiales a su comandante.
Hablar de “héroes” y “luchas” y “batallas” habilita, desde la perspectiva del lenguaje en clave política, hablar también de “sacrificios” “enemigos” y “culpables”. La retórica de la pandemia refleja los valores belicistas que mueven la cultura política de las elites mundiales, y una buena parte de la ciudadanía ve en estos juegos lingüísticos, respaldados por ingredientes de patriotismo y chauvinismo, el aliciente moral emocional para tener certezas en momentos de extrema incertidumbre.
Colombia entra en estos días a la fase de mitigación, las cifras de contagios y muertes siguen aumentando, así como los pacientes recuperados. Cada día la situación social y económica es más apremiante y seguramente demandará del gobierno y sus líderes algo más allá que una cinematográfica puesta en escena.
*La Tribuna es el espacio de columnas de pensamiento de nuestros analistas y expertos en Cuestión Pública. Sus contenidos no comprometen al medio.