Denuncia contra Julio Camilo Arrata Echeverría, médico ginecólogo

(15/12/2021)

Nació en Guayaquil (Ecuador) y se formó como médico en la Universidad Estatal de Guayaquil. Actualmente es ginecólogo del Hospital Departamental María Inmaculada, como registra la página Función Pública.

En su perfil de LinkedIn tiene a Profamilia como su lugar de trabajo. También aparece en la lista de colaboradores de la Clínica Crear Visión de Mocoa, Putumayo.

En su página de Facebook (que no actualiza desde abril de 2021), publicó dos fotos explícitas de vaginas de sus pacientes, así como la fotografía de otra paciente lista para cirugía, con las piernas completamente abiertas y aparentemente sedada. Las tres fotos son de 2012, pero generan preguntas sobre si las mujeres dieron su consentimiento para que fotografías íntimas de un procedimiento de salud aparecieran en una red social.

En la Superintendencia de Notariado y Registro figura como propietario de un apartamento, un depósito y un garaje al norte de Bogotá.

Juliana, 37 años, víctima de abuso sexual

Muchas veces, sobre todo así una sea feminista, cuando le pasan este tipo de cosas las personas tienen la expectativa de que una haga algo para que otras mujeres no les pase. Y sí, pero es como si todo el peso del sistema cayera sobre una. Es complicado y me hace sentir a veces culpable de no haberlo dicho en el momento.

Yo viví en Caquetá un poco más de tres años. La humedad allá es tenaz, el agua y el tema de la higiene menstrual. Tuve una herida en la vulva, en los labios vaginales, y pues yo siempre había sido una usuaria de Profamilia y nunca tuve nada de qué quejarme. De hecho, admiro la institución y lo que hace en temas de aborto y de promoción de la salud sexual y reproductiva. 

En octubre de 2018 fui a una cita médica y pregunté si había posibilidad de que me atendiera una ginecóloga y me dijeron que no, que solo había dos doctores. Yo dije bueno, pues no importa, igual yo necesito que me atiendan. Entré al consultorio y el doctor tenía un acento como costeño. Me empezó a hacer la consulta: qué era lo que quería, que yo de dónde era, “ay sí, yo conozco Santander, yo estuve allá, yo tuve una novia y tú te pareces mucho a ella”. Como que finalmente una está como tan acostumbrada, desgraciadamente, a que le digan estos comentarios que una los deja pasar.

Luego pasamos al examen físico. Estás en una camilla ginecológica con tus partes íntimas expuestas, super asustada, estás nerviosa. Y yo sí veía que él tocaba y tocaba y tocaba el labio y era super incómodo, pero yo en mi cabeza decía: “No pasa nada, es un profesional, es un profesional”. 

Entonces el doctor me dijo: “Bueno, ahora vamos a revisarte por dentro”. Y yo en mi cabeza pensé que era raro porque en Profamilia tú pagas la consulta ginecológica, pero si te van a hacer una ecografía transvaginal o cualquier otro proceso tiene un costo adicional. Pensaba: “¿Por qué lo va a hacer, si además mi lesión es externa?”

La tercera cosa que hizo, que fue súper rara, es que cogió el aparato de la ecografía transvaginal, que es como un tubo, y a eso le ponen siempre un preservativo y gel. Él no le puso preservativo, le puso un guante de látex. Y a mí otra vez me pareció raro, pero tenía las piernas abiertas delante de otra persona que se supone que tiene el poder, porque es médico y yo no. Y con el guante de látex me hizo el examen transvaginal.

Me dijo otro comentario que fue incómodo: “Tú estás bien. Mira esa cérvix tan linda que tienes”. Yo no necesito que un doctor me diga si mi cérvix es bonita o no es bonita. Es un comentario completamente fuera de lugar. 

Terminó el examen y dijo: “Bueno, no, no tienes nada. Esa herida con una crema y un antibiótico se cura”. Y con todas esas malas sensaciones que ya tenía, pero sin hacer nada, me entré a cambiar. Y aquí es donde viene la parte más horrorosa de todas.

Yo no lo vi, o sea, no le vi el pene, pero una lo sabe. Una puede ver la cara de alguien que sabe que lo cogieron haciendo algo que es indebido. Y fue horrible. Yo salí de cambiarme, lo que implica abrir la puerta del baño, cerrar la puerta del baño, caminar desde la parte donde está la camilla hasta la parte donde está el escritorio… Y este tipo estaba tan concentrado masturbándose, que ni me escuchó. 

Cuando me vio, no sacó las manos de debajo de la mesa. Pero todo: su cara, la posición corporal, las manos debajo del escritorio. Se demoró una eternidad en sacar las manos de debajo del escritorio para darme la fórmula médica, la cogí y salí temblando del consultorio.

Antes de la cita médica, una amiga mía que trabajaba en la Defensoría del Pueblo —que queda justamente frente a Profamilia— me dijo que nos viéramos. Le dije que sí y al terminar la consulta con el doctor ella estaba sentada afuera del consultorio esperándome. Me vio y me preguntó: “¿Qué pasó? ¿Está bien?”. Le respondí: “No. Vámonos ya de aquí”. Luego le conté a ella, pero la verdad, yo me quise ir para mi casa porque fue horrible y cuando llegué pues ya hice como todo el proceso de llorar. Llamé a una de mis sobrinas, le conté a otra amiga y a mi roomie cuando llegó. Yo pensaba que no me hizo nada, pero sí me hizo algo porque tocó mi vagina, me metió algo dentro de la vagina que no hacía parte de la consulta y ¿cómo no me doy cuenta?, o si me estoy dando cuenta, ¿cómo es que no lo paro? Cómo no me siento y le digo: “Oiga, ¿qué le pasa?”.

Bueno, fue realmente muy horrible. Yo sé que debí haber hablado antes. Me pasó a mí. Yo soy profesional, tengo una maestría, soy feminista, tengo un carácter fuerte. No me puedo imaginar lo que este hombre le hace a las mujeres y a las niñas que vienen de zonas rurales de Caquetá.

En 2019 tuve que buscar a otro ginecólogo que me atendiera, llamé a Profamilia y pregunté qué doctores estaban atendiendo. Me nombraron al mismo médico que hizo eso, me puse a temblar y colgué.

***

Valeria, amiga de Juliana

Yo soy amiga de Juliana y en ese momento la acompañé a la cita médica en Profamilia. Salió muy afectada, súper nerviosa, le temblaban las manos, como que quería irse y solo me decía “quiero irme ya, quiero irme ya”. No me quiso comentar en el momento qué había pasado. 

Después, ella me contó que cuando le hicieron el examen, el doctor hacía comentarios como “qué lindo útero; está bien para tener hijos”, o sea, así como comentarios que no venían al caso de la situación médica. Se sintió muy incómoda por eso. Luego, cuando terminó de vestirse, salió del consultorio y notó que el médico se estaba tocando sus partes íntimas. Entonces ella huyó del lugar.

Cuando me comentó la historia con mayor detalle, yo le dije bueno, hay que generar alguna acción, esto no se puede quedar así. Una afectación que puede pasarle a otras personas y que te pasó a ti y en ese momento ella dijo “no, yo no quiero, yo no quiero hacer nada. Yo quiero dejar aquí esto, olvidar este incidente”. Y pues ahí quedó la situación. 

***

Juliana habló con Volcánicas el 17 de septiembre de 2021. Esa mañana, antes de nuestra conversación, llamó a Profamilia en Florencia para estar segura del nombre del médico que la atendió y para pedir su historia clínica. Descubrió que Julio Camilo Arrata seguía trabajando como ginecólogo. 

Un mes más tarde, en respuesta al cuestionario enviado por Volcánicas, Profamilia informó que había recibido dos quejas, una de carácter escrito y otra verbal, contra Arrata: “En su momento, y conforme al procedimiento interno de respuesta a PQRS, Profamilia gestionó las quejas. Cabe señalar que el profesional ya no se encuentra vinculado de ninguna manera con la organización”.

En ese mismo cuestionario, Volcánicas consultó si Profamilia contaba con médicas ginecólogas mujeres. La respuesta de la institución fue que no, pero que tienen una Política de Equidad de Género “con el propósito de contribuir a la disminución de las brechas de género persistentes en el contexto colombiano. […] A través de evitar restricciones de género en procesos de selección, así como acciones afirmativas respecto de cargos de alto nivel, en Profamilia más del 76% de las personas empleadas a nivel nacional son mujeres”.

Volcánicas contactó a Julio Camilo Arrata a través de una llamada telefónica. Esta es la transcripción de la entrevista:

Volcánicas: ¿Alguna vez le ha hecho a sus pacientes comentarios sobre su apariencia física que no estén relacionados con nada médico?

Julio Camilo Arrata: Que yo sepa, no.

V: ¿Alguna vez le ha dicho a sus pacientes que tienen un “cérvix bonito”? 

J.C.A.: Sí, que su cérvix está bonito, sano, claro que sí.

V: ¿Alguna vez ha hecho una ecografía transvaginal con un guante de látex?

J.C.A.: No se hace necesariamente con condón. El asunto es proteger el transductor de ecografía y evitar infecciones cruzadas. Con guante de látex se hacen ecografías y también se hacen, cuando no hay condón, con papel celofán. 

V: ¿Alguna vez se ha masturbado en el consultorio médico después de atender a una paciente o con la paciente en el mismo espacio?

J.C.A.: Que yo sepa, no. 

V: ¿Ha tenido denuncias por acoso o abuso sexual?

J.C.A.: Que yo sepa, no. 

V: ¿Tuvo o tiene procesos judiciales en su contra? 

J.C.A.: ¿De qué tipo?

V: De violencia sexual.

J.C.A.: Que yo sepa, no.

V: ¿Ha acosado sexualmente a alguna de sus pacientes?

J.C.A.: No. Imposible.

Conductas sexuales inapropiadas en la relación médico-paciente

Según el reporte del Grupo de Trabajo sobre Médicos con Conducta Sexual Inapropiada (Report and Recommendations of the FSMB Workgroup on Physician Sexual Misconduct), en adelante GTMCSI, adoptado como política oficial por parte de la Federación de Juntas Médicas Estatales de EEUU (Federation of State Medical Boards) en mayo de 2020: “La relación médico paciente es inherentemente desbalanceada: el o la médica tiene poder sobre el o la paciente, que a su vez entra a la relación desde un lugar de vulnerabilidad debido a la enfermedad, y a la cantidad de información personal que tendrá que divulgar y a lo expuesto que queda su cuerpo en el exámen físico. Esta vulnerabilidad aumenta porque el o la paciente confía en él o la médica, quien tiene el poder de dar cuidados, prescribir tratamiento y referir a consultas especializadas”. 

En todos los casos que presentamos en este reportaje las denunciantes hablan de sentir esta vulnerabilidad ante los médicos tratantes. Por ejemplo, Marta explica que una de las razones por las que bajó la guardia en la consulta era el dolor que sentía. Esta diferencia de poder se agranda cuando también hay diferencias de género (un médico hombre y una paciente mujer) o de clase social (los médicos especialistas, por el gasto que requiere su educación, suelen ser de clases privilegiadas). 

Cuando esta confianza se rompe por alguna forma de acoso o abuso sexual, esto genera “un profundo impacto traumático en la víctima, su familia, y la práctica médica como un todo”. Según el reporte, el acoso y abuso sexual (Sexual Misconduct) por parte del personal médico se define como una conducta que “abusa de la relación médico-paciente en una forma sexual. Los comportamientos sexuales entre médico y paciente nunca son necesarios para diagnosticar, ni como forma de terapia. Este comportamiento puede manifestarse de forma física o verbal, puede ocurrir en persona o en la virtualidad, e incluye expresiones de pensamientos o sentimientos o gestos de naturaleza sexual”. En este reportaje los comentarios de naturaleza sexual por parte de los denunciados son una constante, pero los médicos excusan los comentarios inapropiados como parte de la consulta. Según el testimonio de Marta, “cosas de médicos”. Rojas también, presuntamente, le ofrece a Marta “penetrarla” a manera de “tratamiento”. 

Según el reporte del GTMCSI este tipo de conducta ocurre en un espectro de severidad, que va desde las prácticas de “grooming”, que son conductas que no necesariamente pueden ser calificadas como acoso pero que son previas al acoso, como dar regalos (Marta cuenta en su testimonio que Rojas le regaló un medicamento después de presuntamente abusarla), trato especial (según los testimonios de Marta y Margarita, Rojas presuntamente le dice ambas que son “bonitas”), compartir información personal (Juliana cuenta que Arrata presuntamente le dijo que ella “se parecía a una novia que tuvo”, a Margarita Rojas le preguntaba si tenía novio y le hablaba del “poliamor” y Paola cuenta que Calderón le hacía preguntas inapropiadas como que si le gustaba tener relaciones sexuales). 

“Otras formas graves de conducta sexual inapropiada inlcuyen gestos sexualmente inapropiados, lenguaje seductor o sexualmente sugerente, irrespetuoso de la privacidad del paciente o sexualmente degradante. Estos comportamientos no necesariamente implican contacto físico. Una conducta inapropiada puede ocurrir en línea, por correo, por teléfono o mediante mensajes de texto”. Así sucede en el caso de Margarita, quien presuntamente es contactada vía telefónica por Rojas violando la privacidad de su historia clínica. “Otros ejemplos de conducta sexual inapropiada involucran contacto físico, como realizar un examen íntimo de un o una paciente con o sin guantes y sin justificación clínica o explicación de su necesidad y sin obtener consentimiento informado”. 

Una de las malas prácticas más recurrentes en estas denuncias es precisamente que no se les da la oportunidad a las pacientes de dar consentimiento informado. El reporte del GTMCSI explica que “el proceso de consentimiento informado debe incluir, como mínimo, una explicación, discusión y comparación de las opciones de tratamiento con el o la paciente, incluida una discusión de los riesgos involucrados con los procedimientos propuestos, una evaluación de los valores y preferencias de el o la paciente, para llegar a una decisión conjunta de tratamiento con el o la paciente. Este proceso debe estar documentado en el historial médico del paciente”. 

Varias denunciantes como Paola, Marta, Margarita y Juliana, cuentan que se les realizaron exámenes sin explicar la razón de los procedimientos y sin pedirles antes consentimiento informado. De forma contraria, pero igualmente revictimizante, el médico Héctor Ramírez no incluye en la historia clínica lo que Charlot le pide. En todos los casos, los médicos infantilizan a las pacientes al no tomar en cuenta su voluntad. 

Entes investigativos: cómplices e inoperantes

Dos fuentes entrevistadas por Volcánicas nos manifestaron su desconfianza en la Fiscalía como ente garante de justicia para las mujeres víctimas de violencia sexual en Florencia, Caquetá. Entre sus razones mencionaron que Cathalina Hernández Andrade, la fiscal encargada del Centro Atención Integral Víctimas de Abuso Sexual en la seccional Caquetá, tiene un trato displicente con las víctimas que favorece a los victimarios.

Para argumentar su señalamiento, relataron que en un evento realizado el 28 de septiembre de 2021, convocado por la Secretaría de Salud de Florencia en atención a una petición de la Fiscalía para capacitar a las y los médicos en la recolección de elementos materiales probatorios en materia de violencia sexual, la fiscal Hernández mencionó casos en curso en la Fiscalía por presunta violencia sexual. En ellos se refirió a las sobrevivientes como “tipas” a quienes “no se les puede creer”. 

Nuestras fuentes aseguran que la fiscal Hernández “hace juicios de valor sobre los casos que no han llegado a término y subestima las emociones y sensaciones de las mujeres, menospreciando la sensación de incomodidad. Dice que las mujeres denuncian por venganza”.

Otra fuente relató, en sus palabras, que en ese mismo evento la fiscal presuntamente dijo: “Hombres, una recomendación: no tengan sexo con mujeres borrachas, porque las mujeres borrachas dicen  ‘sí, hagámoslo’. Pero al otro día se levantan y dicen ‘Ay, como que me violaron. Voy a denunciar’”.

Volcánicas se contactó con la fiscal Hernández Andrade para conocer su opinión sobre los señalamientos en su contra. Respondió, a través de un correo electrónico: “No estoy autorizada para dar entrevista en ningún caso, ello por disposición de la Dirección de Comunicaciones de la Fiscalía General de la Nación”. Añadió que la solicitud podría ser atendida por el Director Seccional de Fiscalías Caquetá, Diego Fabian Peñuela Reina.

Entrevistamos entonces a Peñuela Reina, para preguntarle qué garantías tienen las víctimas de violencia sexual cuando una de las fiscales que lleva los casos tiene actitudes o comentarios revictimizantes hacia las denunciantes. El director seccional aseguró que no tiene quejas sobre ninguna funcionaria de la entidad y que, si las víctimas no hubieran tenido garantías, no se habría asegurado el esclarecimiento, del 50% del total de los delitos atendidos por la seccional: “Nosotros solo podemos hablarles y garantizarles la justicia a través de resultados y esos resultados son los que hablan de la actuación de los funcionarios de la seccional”, concluyó Peñuela Reina. No obstante, Reina no especificó si se refería a casos de violencias ejercidas contra la mujer.

En un evento organizado por la Universidad de la Amazonía y la Defensoría del Pueblo – Regional Caquetá, dirigido a estudiantes de derecho de la universidad para “promover la discusión sobre avances y barreras para la materialización de los derechos de las mujeres y acceso a la justicia en casos de violencia”, la fiscal Cathalina Hernández hizo afirmaciones igualmente problemáticas:

“Recibimos muchos hechos o reacciones de hechos en los que la víctima va por la calle y la miraron, pero eso no constituye un delito sexual. Que la desvistan con la mirada no significa ni acto ni acceso ni ningún tipo de abuso”. 

Es cierto que el acoso sexual no es un delito tipificado por el Código Penal, pero no por eso deja de ser una forma de violencia sexual.

Más adelante, la fiscala afirmó: “Hay que focalizar los esfuerzos para que sean bien utilizadas las rutas [de atención]. Porque ese tiempo que gastamos en hacerle una atención a una víctima que no es víctima, perdemos en realizar en realidad una atención bien efectuada a una víctima que sí ha sido abordada y menguada en su libertad sexual”.

Llama la atención que una fiscal encargada de atender las denuncias de violencia sexual afirme que “hay víctimas que no son víctimas”, insinuando que algunas son falsas, cuando el 98% de las denuncias por violencia sexual son verdaderas.

Médicos poderosos 

En los testimonios de este reportaje hemos encontrado que hay una serie de malas prácticas médicas y violencia de género enquistadas en el sistema de salud de Florencia, Caquetá. En este contexto, las pacientes y mujeres integrantes del sistema de salud quedan vulnerables a la violencia sexual.

Encontramos que las mujeres con las que habló Volcánicas que viven violencias sexuales en el sistema de salud dejan de asistir a revisiones y chequeos poniendo su salud en riesgo, dejando que todo tipo de enfermedades empeoren al no buscar tratamiento, con tal de no volver a quedar expuestas a las mismas violencias en manos de los mismos doctores. 

El gremio de profesionales de la salud en Caquetá es muy pequeño y hay pocos especialistas. Esto tiene dos efectos: 1) hay poca movilidad laboral dentro del gremio y los especialistas se enriquecen rápidamente pues hay mucha demanda y poca oferta para su trabajo. 2) Las pacientes no cuentan con opciones para escoger médico tratante y difícilmente podrán escoger tratantes mujeres. Hacer una denuncia por acoso o abuso sexual a uno de los médicos poderosos del Caquetá podría significar que las víctimas se queden sin trabajo o sin servicio médico especializado. 

Práctica médica autoritaria 

En la médula de las conductas sexuales inapropiadas en el gremio de la medicina, en donde tanto pacientes como médicas son víctimas de acoso y violencia sexual, hay dos problemas estructurales: la desigualdad de género al interior del corpus médico y la práctica médica autoritaria. 

Una encuesta realizada por Medscape en 2021, sobre igualdad de género en el gremio de la medicina en Argentina, que entrevistó a 1419 médicas y médicos del país, mostró que solo el 5% de los médicos hombres respondió que se había sentido afectado por la desigualdad de género en su ámbito de trabajo actual, en comparación con 32% de las médicas. La encuesta de Medscape también encontró que entre las principales dificultades de las mujeres para ejercer la profesión de la medicina están la realización de trabajos de cuidado en su familia y el acoso sexual. 

La encuesta también mostró que solo el 12% de los médicos no tienen hijos versus el 29% de las médicas, lo que muestra que la paternidad no es un obstáculo profesional para los hombres pero sí para las médicas mujeres. Finalmente, la encuesta muestra que también hay diferencias de género en la elección de especialidades, una decisión que tiene mucho que ver con entornos hostiles y exigencias horarias que pueden ser incompatibles con trabajos de cuidado. Así es que según la encuesta hay más médicas en pediatría, dermatología, nutrición, ginecología, neonatología e infectología, mientras que los médicos hombres dominan especialidades como “urología, cardiología, las distintas ramas de la cirugía, neurología y hasta obstetricia”. 

Un estudio de 2017 muestra que un 30% de las mujeres versus un 4% de los hombres vivieron acoso sexual durante la carrera de medicina. Según Márvel Barón Médina, médica patóloga de la Universidad Nacional, en el ensayo Las palomas tienen hambre: Una mirada a las violencias de género en el sistema de salud en Colombia: “Se conoce que hay especialidades donde este acoso es mayor, estando cirugía y anestesia en los primeros lugares. Los efectos a corto, mediano y largo plazo se evidencian desde el rendimiento académico, el éxito de la profesional y la aparición del síndrome de burnout. La expresión de esta violación a los Derechos Fundamentales es diversa: una es el acoso genérico que incluye comentarios y actuares sexistas que buscan menoscabar la dignidad de la persona”. 

Esta desigualdad de género se hace más marcada gracias a la “práctica médica autoritaria”. Las jerarquías en el campo médico se asemejan a las líneas de mando militares, con agentes de diferente rango. Esta organización vertical se impone desde la universidad, a través de un conjunto de prácticas que incluyen humillaciones y castigos y un disciplinamiento sistemático.

Según el libro Sociología de la práctica médica autoritaria, una investigación multidisciplinaria publicada por la Universidad Autónoma de México en 2015, “el disciplinamiento de género constituye la cuarta dimensión del curriculum oculto. Por ejemplo, puede ocurrir que en las aulas de clase las mujeres deban enfrentar y lidiar con diversas expresiones de discriminación de género que las lleva a ser construidas fundamentalmente como elementos para el ornato, para la diversión o el ‘ligue’, para el servicio, o bien, como agentes francamente inferiores que no deben, por definición (por ser mujeres), aspirar a las mejores calificaciones”. 

Esta investigación confirma lo que mostró la encuesta de Medscape: “Ciertas especialidades, como cirugía y urología, entre otras, están material y simbólicamente cerradas para las mujeres. Tal exclusión se logra mediante prácticas de hostigamiento sistemático a aquellas mujeres que intenten cursar alguna de estas especialidades. Como es previsible, este estilo docente está asociado a la reproducción profesional de las desigualdades de género, donde abiertamente se proclama que ciertas especialidades médicas no son para las mujeres”. 

La cosificación y subalternización de las mujeres al interior del corpus médico se refleja en el trato entre médicos y pacientes: “En los encuentros médico-paciente con actores de diferente sexo, los varones perciben ante sí a una mujer (independientemente de que sea médica o paciente), mientras que las mujeres perciben ante sí a un médico o a un paciente (independientemente de que sea varón o mujer)”. De esta manera, las pacientes son tratadas con un “paternalismo autoritario” en donde se ignoran sus deseos y a veces hasta su dolor. Este trato se aprende en la práctica y está íntimamente ligado con la práctica de desvincularse emocionalmente de las y los pacientes. 

Virginia es médica especialista de uno de los dos hospitales implicados en esta historia y pidió la reserva de su identidad, pues siente que podría haber represalias en su contra. Afirmó que el sistema de salud “es sumamente patriarcal en todos los elementos. No solo la parte de la sobrevaloración de lo masculino y la minusvaloración de lo femenino, sino el derecho legítimo de ejercer un poder sobre otros hombres, mujeres, niños y minorías”. Virginia cuenta que ha escuchado de casos de médicos que se masturban en frente de sus pacientes y que ha acompañado estas quejas ante una centro médico en donde le dijeron que conocían otros casos. Anotó que “el problema más grave son los ginecólogos y urólogos, pero frente al personal de las instituciones, lo más complicado son los cirujanos y anestesiólogos”. 

Resolver el problema de las conductas sexuales inapropiadas en la práctica médica implica un esfuerzo trasversal que exige cambios sustanciales en la forma autoritaria y machista en que se enseña la medicina.

Esto se debe a que “en las salas de cirugía hay poca privacidad, sobre todo para quitarse la ropa y ponerse las pijamas quirúrgicas”. También dijo que dicha situación se presta para situaciones de acoso. Añade que las más vulnerables a la violencia sexual en los hospitales son las internas, por tener menor jerarquía. 

Charlot, una de las denunciantes de este reportaje, aseguró que “eso es pan de cada día”. En su testimonio, cuenta cómo el acoso sexual estaba normalizado en el internado, y que las internas eran las más vulnerables al acoso de médicos especialistas. Aunque internas y médicos comparten espacios sociales fuera del hospital, esta jerarquía se mantiene y vemos, por ejemplo, que Charlot está preocupada por “atender” al doctor.  Luego, cuando Charlot busca atención médica tras su experiencia de violencia sexual, pierde su rango como estudiante de médicina y pasa a ser una paciente más. La cadena de médicos y enfermeras que la atienden no escuchan sus necesidades ni la examinan de forma completa según los protocolos. 

Además, la estructura jerárquica de los cuerpos médicos en un contexto tan cerrado hace que en la profesión cierren filas para proteger a los agresores. Como estas jerarquías también crean diferencias económicas y, por lo tanto diferencias de clase, las denuncias son aún más difíciles: los especialistas vienen de familias con capacidad económica para pagarles la especialidad y luego adquieren aún más poder económico y adquisitivo que les permite “comprar lo que quieran incluyendo silencios”, explicó Virginia. Agregó que “lo que hacen es aumentar su capital, pero ya son gente con poder, familias con poder, con plata. Más el poder que le da el ser médicos especialistas. Es una sumatoria de poderes muy intimidante”.

Según el reporte del GTMCSI: “Estudios muestran que la conducta sexual inapropiada por parte de los médicos no suele denunciarse debido a varios desafíos que enfrentan los y las pacientes. Entre ellos se incluye: la desconfianza en la capacidad o voluntad de las instituciones tales como juntas médicas estatales, hospitales y otras organizaciones para tomar medidas en

instancias de conducta sexual inapropiada; miedo al abandono o represalia por parte del médico; factores personales o sociales relacionados con el estigma, la vergüenza; el no querer revivir una situación traumáticas; falta de información sobre cómo presentar quejas; o incertidumbre de que lo que ha ocurrido es, de hecho, poco profesional y poco ético”.  

Según el reporte del GTMCSI, para mejorar esto es necesario que haya varios canales para poner quejas y denuncias (por escrito, vía telefónica, e-mail, formularios online), información sobre cómo denunciar y sobre el tipo de comportamientos que son inadecuados, la posibilidad de hacer denuncias anónimas, sanciones a integrantes del cuerpo médico por no denunciar y revisiones de pares orientadas no solo a la práctica médica, sino también a los tratos de las pacientes. 

Resolver el problema de las conductas sexuales inapropiadas en la práctica médica implica un esfuerzo trasversal que exige cambios sustanciales en la forma autoritaria y machista en que se enseña la medicina que resulta en estructuras de poder verticales que facilitan el acoso y el abuso sexual. Deben hacerse jornadas educativas para identificar la violencia de género (que incluyan a todo el personal del corpus médico y personal administrativo y de servicio y limpieza) y un sistema de quejas accesible. Debe también haber transparencia en el manejo de dichas quejas, y en la estructura de poder y toma de decisiones de las instituciones médicas, junto con investigaciones exhaustivas y medidas disciplinarias ejemplarizantes. Es necesario también que el sistema de salud se preocupe por que haya mujeres profesionales disponibles para atender a pacientes en todas las ciudades y no solo hombres. Sobre todo se necesita un cambio cultural que deje de ver a los y las pacientes como partes del cuerpo a examinar y las reconozca como ciudadanas con agencia y derechos. 

*Los testimonios obtenidos son el resultado de entrevistas directas, que cuentan con grabaciones con fechas precisas y demostrables a través de metadata, además de chats de soporte fechados. Dichos documentos están protegidos por el secreto profesional y han sido periodísticamente editados para garantizar su legibilidad. Todos los nombres de las víctimas y los testigos fueron cambiados para respetar su privacidad y evitar represalias, y sus identidades están protegidas por el secreto profesional consagrado en el artículo 74 de la Constitución Política de Colombia. 

*Este artículo fue investigado, escrito y editado por Volcánicas, la investigación no compromete a Cuestión Pública.

Créditos

Reportería
Luisa Fernanda Gómez Cruz
Asistente de reportería
Victoria Arroyave 
Análisis
Catalina Ruiz-Navarro
Edición
Matilde de los Milagros Londoño
Edición jurídica
Ana Bejarano 
Ilustraciones y diseño
Carolina Urueta y Lina María Rojas

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