Guillermo Andrés Rodríguez Martínez, el abogado señalado por abuso y violencia contra mujeres durante diez años

(24/02/2022)

Advertencia: este reportaje contiene escenas explícitas de violencia sexual y de género que pueden ser detonantes, especialmente para víctimas de violencia sexual.

Los testimonios compilados por la alianza periodística entre Cuestión Pública Feminista y Volcánicas dan cuenta de una década de agresiones físicas, sexuales y psicológicas por parte de Rodríguez, quien ha sido abogado del expresidente Álvaro Uribe, Aida Merlano y Alejandra Azcárate.

Esta investigación periodística recoge un total de 15 testimonios que corroboran las historias de 5 mujeres que aseguran ser víctimas directas del abogado Rodríguez. Las agresiones incluyen presuntas amenazas de muerte, intimidación con armas, manipulación, violencia sexual, física y emocional. 

Los relatos también dan cuenta de la manera en la que Rodríguez presuntamente ha usado su prestigio profesional, del poder económico y  el que presume tener en el gremio de abogados para intimidar y establecer relaciones de poder abusivas con distintas mujeres. Los hechos aquí reconstruidos habrían ocurrido entre 2011 y 2022.

Los testimonios son el resultado de entrevistas directas que cuentan con grabaciones con fechas precisas y demostrables a través de metadata y chats de soporte fechados. También tuvimos acceso a los archivos (fotos, audios, documentos legales, correos electrónicos, entre otros) que soportan las denuncias hechas en este reportaje.  Algunos de los nombres de las víctimas y testigos fueron modificados para respetar su privacidad y proteger su integridad física y emocional.

Las denuncias por acoso y abuso sexual contra Guillermo Rodríguez se hicieron públicas, por primera vez, el 2 de agosto de 2021 a través de un video publicado en el canal de YouTube del activista Beto Coral. Posteriormente, se dieron a conocer las denuncias de cuatro mujeres que aseguraron haber sido agredidas física, psicológica y sexualmente por Rodríguez, en un reportaje de Noticias Uno emitido el 29 de agosto del mismo año. 

¿Quién es Rodríguez?

Guillermo Andrés Rodríguez Martínez es un abogado penalista colombiano que ha sido columnista de los medios KienyKe y Publimetro. Ha representado a personalidades de la política como la excongresista Aida Merlano Rebolledo y al exsenador y expresidente Álvaro Uribe Vélez en el caso de la empresa de energía Isagen para la interrupción de la venta de las acciones del Estado. También fue abogado de Alejandra Azcárate, cuyo esposo fue mencionado en el escándalo de un cargamento de más de 400 kilos de cocaína hallado en una avioneta. Según El Tiempo, la aeronave pertenece a la empresa Interandes Helicópteros SAS, de propiedad de Miguel Jaramillo Arango, cónyuge de la comediante.

En su perfil de LinkedIn registra ser director ejecutivo de Guillermo Rodríguez Abogados, una boutique legal ubicada en la calle 72 #9-66 en Bogotá. Figura como representante legal y único accionista de Gobierno Seguridad y Desarrollo SAS, empresa dedicada a actividades jurídicas que Rodríguez constituyó en abril de 2012.

Si bien se mueve de manera constante en el sector privado, en 2012 suscribió un contrato de prestación de servicios con el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) para “intervenir como apoderado […] defendiendo los intereses de la entidad” y funciones administrativas.

De acuerdo con la plataforma web de la Rama Judicial, Guillermo Rodríguez figura como demandado en al menos 13 procesos judiciales radicados entre junio de 2013 y julio de 2021.

En uno de los procesos disciplinarios que cursó en su contra, la Comisión Seccional de Disciplina Judicial resolvió sancionarlo con la suspensión del ejercicio de su profesión por dos meses. Según el registro, la investigación se abrió por la presunta falta de Rodríguez a sus deberes profesionales por “posibles irregularidades al parecer por su conducta temerarias [sic] por sus declaraciones efectuadas a través del uso de medios masivos de comunicación […]”.

También aparece demandado en un proceso por violencia intrafamiliar, en el que se ordenó una medida de protección en su contra.

Caso N.1 Stephanie Muñoz Arias 

Violencia física, maltrato psicológico, violencia intrafamiliar, amenaza de muerte, hostigamiento judicial, manipulación, coerción a tener relaciones sexuales. Agresiones ocurridas entre 2017 y 2022.

Soy la madre de su única hija. Lo conocí el 17 de diciembre de 2016 en un viaje que hice con mi mejor amiga a Bogotá. Estábamos caminando por la Zona T cuando él me abordó, me preguntó por mi nombre y ahí hicimos el primer contacto. Le di mi número porque parecía ser una persona decente. Estaba súper bien vestido y estábamos en una buena zona. Pensé, “le voy a dar mi número por si acaso un día nos pasa algo”. Tuvimos una conversación como de 15 minutos y luego nos despedimos.

Al otro día mi amiga y yo fuimos a Monserrate, como a las nueve de la noche, y ya nos estábamos quedando solas en el sector. Nos decían: “es peligroso, no se monten en los carros amarillos porque roban.” Entonces ya estábamos muy asustadas y le dije a mi amiga:  “Gabi, yo creo que la mejor opción que tenemos ahora es llamar a este señor que conocimos, que se llama Guillermo”. Lo llamé, le dije dónde estábamos, que no sabíamos qué hacer o qué transporte coger. Él me dijo: “Yo voy ahora mismo por ustedes. Eso es súper peligroso, yo las busco”. Le dije que lo iba a consultar con mi amiga porque no nos íbamos a subir al carro con una persona desconocida. Yo en realidad solo quería que él me orientara pero no pudimos pedir un Uber entonces le dije “sí, pásanos a buscar”.

Él llegó manejando. Nosotras nos fijamos que en el carro no viniera otra persona y nos montamos. Él fue súper chévere, pero desde ese instante me miraba de una forma obsesiva. No paraba de mirarme y yo decía “wow, este hombre está enamorado de mí”. Nos dejó en el hotel.

Luego salimos un par de veces. Nuestro primer beso fue esa primera semana porque en una de las primeras fiestas que fuimos él comenzó a decirme: “Bésame, bésame, bésame, bésame”. No se cansaba de insistir y yo tuve que besarlo. Después de ese primer beso él ya decía que yo era su novia. Él quería venir a visitarme a República Dominicana y quería que yo me mudara a Colombia. Todo pasó rapidísimo.

Cuando regresé a mi país, el 23 de diciembre de 2016, él me dijo: “Quiero pasar el Año Nuevo contigo, así que voy a comprar mi vuelo ya”. Compró su vuelo como para el 28 de diciembre. Vino y duramos como 10 o 15 días hospedados en un hotel todo incluido de Punta Cana. Cuando él regresó a Bogotá en enero y yo me quedé en República Dominicana, comenzó a mostrar rasgos de celos: “¿Con quién tú andas? ¡Ese trabajo tuyo no me gusta!” Yo era modelo en mi país.

En marzo de 2017 él me compró boletos de avión para regresar a Colombia. Recuerdo que tuvimos un par de peleas fuertes por celos estúpidos, ahí fue que yo comencé a notar cierta cosa que no me cuadraba. Estábamos en un restaurante y él decía que yo estaba mirando a un hombre y me peleaba por eso. En esos días nos reunimos con su mamá, su abuela, y vi una dinámica familiar normal, no vi nada extraño.

En ese viaje él me dijo que quería tener un bebé porque su exnovia había tenido un aborto espontáneo y él se había quedado con muchas ganas de ser papá. Yo le contesté: “Mira, yo siempre he querido ser mamá pero quiero serlo con una persona con la que yo tenga una relación estable, casarme y luego sí planear un bebé”. Me dijo que así lo quería él también, pero eso me quedó sonando… pensé: “wow, tenemos como dos semanas peleando porque él no quiere usar preservativo y ahora me dice esto del bebé”. Él sabía que yo no estaba planificando. Entonces, como en una conversación de adultos, yo le dije: “mira, protégete por favor. Aparte de las enfermedades de transmisión sexual, yo no estoy planificando y no quiero tener un susto ni nada de eso”. Él me decía: “ay no, es que no se siente igual”, y siempre teníamos un problema por eso. 

Cuando se estaba acabando mi viaje, él me dijo que fuéramos a Medellín. Creo que llegamos el 27 de marzo. Una noche salimos a cenar y tomamos mucho tequila. Le dije: “Mira, yo no me voy a tomar un solo shot de tequila porque eso es muy fuerte y yo no tomo mucho”, y él “ay no, estamos celebrando y tú ya casi te vas. Voy a comprar una botella”. Yo le dije: “No compres la botella porque yo no tomo. Un par de shots y ya estamos bien”. Guillermo compró la botella y me dijo: “sigue tomando. ¿Vamos a dejar la botella por la mitad?” Luego recuerdo que llegamos al hotel, prendió el jacuzzi, yo entré en el jacuzzi pero me sentía tan mal que le dije “mira, te voy a esperar en la cama”. Y en la cama él se me tiró encima y comenzó a tocarme. Obviamente teníamos una relación, era obvio que íbamos a tener sexo: estábamos solos, desnudos, tomados. Pero yo le dije “mira, protégete por favor porque ya tú sabes que yo no estoy planificando” y le seguí la corriente pero medio inconsciente porque estaba cayéndome por el trago. Estaba muy mal.

Cuando amaneció, como ya sabía el problema del preservativo le pregunté: “Guillermo, yo sé que anoche tuvimos relaciones, ¿tú te protegiste?” y él me respondió “sí, ¡pero claro que me protegí!”. Insistí: “¿Estás seguro? Porque acuérdate que nosotros siempre tenemos problemas por el preservativo y yo no estoy planificando. Yo confío en tí, pero por si acaso, como tú tomaste también, podemos ir y comprarnos una pastilla del día después”. Y él “Ay, es que tú no confías en mí”. Luego le dije que fuéramos a comprar la pastilla y él “sí, claro. después de almorzar”. Al otro día tomamos carretera para ir a Bogotá y yo me vine a mi país y me olvidé de lo de la pastilla.

Fue a principios de marzo que yo supe que estaba embarazada. Cuando vi el resultado positivo de la prueba lloré muchísimo. Le hablé a Guillermo por WhatsApp y comenzamos a coordinar mi viaje a Colombia. Me dije bueno, vamos a intentarlo porque quizá ya la relación será diferente porque ya hay un bebé en camino.

El 5 de julio de 2017 llegué a Bogotá, con tres meses de embarazo. Las primeras semanas fueron como de adaptación, considerablemente tranquilas, pero de repente comenzaron las peleas. Me hablaba mal, me peleaba por todo. Duré como dos meses así con esas peleas y luego él comenzó a decirme que yo estaba en Colombia como ilegal, que no tenía papeles, que cualquier cosa que yo quisiera hacer era ilegal y la que iba a tener problemas era yo. 

Me decía: “Te voy a hacer el favor de conseguirte los papeles. Tengo que llamar a mi amigo de Migración…”, comenzó a condicionarme la mente de que él tenía poder, de que él tenía contactos. Además me revisaba el celular. O sea, era como un requisito para mantener su confianza, que me revisara el celular y, aunque no encontrara nada, se inventaba cualquier cosa para pelear: algo que veía en mis redes sociales, un mensaje de hace años, lo que fuera. A veces yo me despertaba y pensaba: “Dios mío, ¿por qué va a ser la pelea de hoy?”. Trataba de ser invisible para que él no peleara, me quedaba siempre en la habitación.

En septiembre de 2017, cuando tenía seis meses de embarazo, hicimos un viaje a Cartagena por la visita del papa. Esa noche subí a mis redes sociales un video y comenzaron a llegarme mensajes en los que me decían que qué linda mi barriguita. Guillermo me vio respondiendo mensajes y me dijo: “Dame tu celular a ver con quién tú hablas”, yo tenía mensajes de amigos del colegio y de la universidad y ahí se armó el problema. Fue la pelea más grande durante el embarazo. Yo sentí un dolor en la barriga increíble. Él me quitó mi celular. Mi actitud ante todas esas peleas y esos gritos siempre era de llorar, no tenía siquiera fuerzas o ánimo de reclamarle o pelearle. Le decía “déjame explicarte, no te pongas así” y él me gritaba: “¡Prostituta, yo sabía, eres una prostituta por ser modelo!”. Esa noche estaba tan molesto que me dijo: “¡Te vas para República Dominicana mañana, desde aquí mismo, desde Cartagena! ¡Sin tu ropa ni nada!”

A la mañana siguiente le pedí que me pagara el taxi para ir al aeropuerto porque no tenía nada de dinero, y él: “Ay, mi amor, muñeca, no te vayas. Mira, vamos a hablar, es mi primer bebé, vamos a tomar terapia, no te vayas”. Siempre he sido una persona que ve el vaso medio lleno y por el tema del embarazo pensaba “cuando la bebé nazca ese hombre va a cambiar porque es su única hija y es una niña”. A finales de septiembre me mandaron a guardar reposo porque tenía riesgo de parto prematuro. Estuve hasta noviembre en cama.

Mi niña nació el 20 de noviembre de 2017, Guillermo no estaba conmigo cuando ella nació. Yo no recuerdo que él haya dicho “ay mi niña, tan linda”, no. Lo primero que dijo cuando la vió fue “¿Qué es eso? Dios mío, ¿qué es eso? ¿No le viste la mano? ¿Por qué mi hija nació así!?” Le alzó la mano y ahí es que me di cuenta de que la niña nació con bridas amnióticas: tenía tres deditos de la mano cortiticos. Yo estaba súper nerviosa y pensaba que no importaba porque la bebé estaba saludable. Pero él: “¡No! tráiganme un doctor, el mejor doctor, que venga a ver a la niña”. Las primeras dos noches la mamá de él me cuidó porque él estaba emborrachándose porque no aceptaba que su hija había nacido con la manito así. 

A mi niña la hospitalizaron porque tuvo un problema respiratorio. La primera vez que Guillermo pasó la noche en el hospital estaba acostado en el sofá y yo le envié fotos a mi mamá de la bebé. Entonces me reí con las fotos que le había tomado y él de repente se levantó como un león: “¡Prostituta! ¿¡Con quién hablas, prostituta!?”, yo me quedé paralizada. Y él: “¡Te estabas riendo! ¡Es con un hombre que estabas hablando!” Comencé a llorar desesperada, llamé al enfermero, entró y me dio agua. Guillermo salió como un loco de la habitación. Le conté al enfermero llorando: “ese hombre vive peleando, yo pensé que iba a cambiar cuando naciera la niña”. Se hizo un reporte y mi ginecóloga al otro día me visitó y me remitió a psiquiatría. 

El 24 de diciembre de 2017 estábamos en casa con la niña (tenía tanque de oxígeno) y él había contratado a dos enfermeras. Tuvimos una pelea estúpida por celos, como hasta las tres de la mañana. Yo lloraba y pensaba “mi primer 24 de diciembre en Colombia, mi primera cena navideña de esta forma”. Su mamá estaba allí, le dije que hiciera algo, que le dijera algo a su hijo, pero nadie decía nada.

El 25 de diciembre yo me sentía muy mal, pensaba “mi celular es mi único medio de comunicación con mi familia, pero me está dando mucho problema”. Lo escondí en el closet, no quería ni ver el aparato, y ahí se armó otro problema: “¿¡Dónde está tu celular, prostituta!? Búscalo ahora mismo o si no te voy a matar a golpes aunque me vaya preso, aunque me pudra en la cárcel, no me importa.”

A partir de ese momento yo comencé a tratar de convencerlo de que termináramos. Él tenía un apartamento pequeño que estaba vacío y le dije: “Me puedo ir a ese apartamento pequeño en la calle 100 con 19. Estoy ahí tranquila con la niña hasta que pueda trabajar y así me quedo en Bogotá. Ni tú ni yo vamos a estar lejos de la niña pero es mejor que terminemos”. Me pasé todo enero de 2018 en esa tónica. 

En febrero él hizo un viaje a México y yo estaba súper feliz, sola en el apartamento sin peleas y con mi niña. Cuando regresó del viaje me mostró que una exnovia le escribió para invitarlo al cine y me dijo: “Escríbele a ella y preguntale que por qué me escribe”. Y yo como una tonta le escribí a la muchacha. Después ella me dijo: “Mira, yo tuve una relación muy tóxica con él. Él me golpeó.” Le pregunté por qué no lo denunció y me respondió: “Porque él me amenaza mucho, yo le tengo mucho miedo porque él es como del mando de Uribe, y esos paramilitares y esa gente… le tengo mucho miedo. Ojalá a ti no te pase”. Pensé que si me llegara a pasar a mí, lo primero que haría sería denunciarlo. 

Comencé a investigar qué debía hacer si él me golpeaba y encontré el número de la Línea Púrpura, lo guardé en mi celular. Eso fue tres días antes de que me golpeara.

Antes de que me golpeara, él quiso condicionar mi cabeza de que en su niñez había vivido violencia intrafamiliar porque su papá golpeó a su mamá, ella lo denunció y le ocultó los niños por muchos meses. Él tenía cuatro o cinco años cuando sucedió eso. Me dijo que si en un momento sucedía algo, si a él ‘se le fuera la mano’, lo debía entender porque eso era parte de su trauma.

El 15 de marzo de 2018 yo estaba en la cocina haciéndole leche a la niña. Ella estaba en el moisés del cuarto principal y dejé mi celular encima de la cama. Llegó un mensaje de texto de un amigo mío que vive en México, a él le había hablado de mi situación, le había contado que Guillermo me maltrataba psicológica y verbalmente, y que una mujer me contó que él la había golpeado. Mi amigo me dijo “dame tu WhatsApp para que estemos en comunicación y si te pasa algo yo te puedo ayudar”. Yo le dije: “No me escribas tú porque él me revisa el celular. Yo te escribo”.

Entonces me llegó un mensaje, Guillermo escuchó la notificación y salió corriendo a ver mi celular. Luego fue a la cocina y me dijo: “Vamos a revisar tu celular. Te llegó un mensaje un poco sospechoso.” Le dije: “No tengo nada que ocultar. Vamos y lo revisamos.” Cuando vi la notificación en la pantalla que decía “Julián* envió un mensaje” pensé: “ le dije que no me escribiera y fue lo primero que hizo”.

Guillermo me comenzó a pelear. Me quitó el celular de la mano y yo agarré a la niña y comencé a darle la leche tratando de protegerme porque ya sabía que podía venir un golpe. Él estaba súper furioso mientras yo le decía: “Si quieres ven y yo le escribo para que veas que no tenemos ninguna relación”. Guillermo comenzó a escribirle a mi amigo, le escribió que yo estaba en peligro, que él [Guillermo] me estaba golpeando… y Julián pensaba que estaba hablando conmigo.

Mi amigo usó la expresión: “si él te toca, lo mato” y Guillermo gritó: “¡Ay, tu amigo de México me va a matar! ¡Eso es lo que tu quieres, ay, esos narcotraficantes!” Mi amigo después se dio cuenta de que no estaba hablando conmigo y Guillermo lo llamó. Y cuando Julián contestó le dijo a Guillermo: “¿qué te pasa? No trates a las mujeres así” y Guillermo le respondió: “¿A quién es que vas a matar? Yo te voy a matar a ti” y ahí Guillermo comenzó a amenazarlo de muerte.

Fragmento de una grabación de Stephanie en donde se escucha a Guillermo Rodríguez amenazando e insultando a Julián. El fragmento fue editado para proteger la voz de la fuente y su identidad.

Mientras yo le daba la leche a la niña él seguía hablando con Julián. En esas me dio la primera cachetada con la mano abierta, con la niña en mis brazos. Cuando él me golpeó me bajó una sensación como de decepción demasiado grande por todo el cuerpo. Lo primero que hice fue poner la niña en el moisés para sacar mi ropa. No podía creer que él acababa de hacer eso. Rodeé la cama para alejarme de mi niña porque me golpeó con la niña en los brazos, o sea que no le importaba la seguridad de su propia hija. Quería hacerle creer que iba al closet pero estaba tratando de llegar a un citófono pegado a la pared que comunicaba al lobby. Él se dio cuenta de que eso era lo que yo iba a hacer y me dio otra cachetada.

Le grité: “¡Terminamos! Deja de hacer eso”.  Agarré el citófono y cuando me lo puse en la oreja él lo desconectó con fuerza y me dio otra cachetada tan fuerte que me botó a la cama. Sacó una pistola. En ese momento yo estaba en la cama con una pistola en la cabeza y mi hija en el otro lado de la cama acostada en un moisés. Yo creo que cuando él vio el mensaje de Julián sacó la pistola antes de ir a la cocina a decirme que revisaramos el celular. Yo nunca vi una pistola en ese apartamento, parece que la guardaba en la caja fuerte y, cuando vio que llegó ese mensaje, él preparó el problema que iba a armar y sacó la pistola.

Entonces, yo en la cama con la pistola en la cabeza, pensé “bueno, que sea lo que Dios quiera. Él no me va a apuntar para no matarme”. Estaba sola en la habitación sin poder llamar al citófono, él con mi celular en su mano, yo gritaba pero no pasaba nada. Nadie subía a tocar la puerta. Luego dejé a la niña en la cuna de su habitación, y él seguía insultándome. Me encerré en el baño, llamé a mi mamá y le dije llorando:  “Mami, yo me voy de aquí, ese hombre me golpeó”. Él siguió diciéndome prostituta y todos sus insultos. En el baño me tomé una foto para mostrarle a mi mamá. 

Luego llamé a la mamá de Guillermo, le conté lo que él me hizo y ella misma llamó a la Policía. La mamá me decía que me fuera para la casa de ella. Yo le dije: “no me puedo ir a la casa de usted porque estoy en el mismo peligro”. Yo le decía: “Él no me deja de gritar y está golpeando la puerta del baño, quiere abrirla, no me deja tranquila; dígale que se vaya”. 

Guillermo llamó a su papá y él llegó al rato. Comenzaron a hablar y le dijo “es que esa prostituta estaba hablando con un hombre”. Antes de que llegara la Policía estábamos en la sala y me dijo riéndose: “ja, la Policía no va a hacer nada porque yo te di con la mano abierta, no con la mano cerrada”.

Fragmento de una grabación de Stephanie en donde se escucha a Guillermo Rodríguez hablando por teléfono con su papá. Stephanie le pide que vaya al apartamento porque Guillermo tiene una pistola y ella tiene miedo.

Llegó la Policía. Bajé a la recepción del edificio, los recibí, les dije lo que pasó y subieron al apartamento. Ellos vieron el estado alterado en el que él estaba, obviamente disimulando pero se notaba exaltado. Entonces me hicieron recomendaciones y me dijeron: “Bueno, como no le vemos sangre en la cara, no podemos hacer nada. Hasta aquí llegó nuestro proceso. Lo que le aconsejamos es que al otro día ponga su denuncia.”  Y se fueron.

Guillermo me dio la opción de irme a un hotel pero le dije que no me iba sin mi hija. Él respondió: “Ella no sale de aquí porque la custodia la tengo yo. O te vas sola o te quedas”. 

Me encerré con la niña en su habitación y contacté a la Línea Púrpura. “Hola, me acaba de pasar esto, yo soy extranjera. Si yo denuncio mañana, ¿me toca irme a dormir allá porque no tengo a dónde ir?”, y me respondieron: “Aquí tenemos casas refugio. Tú serías una usuaria para ir a casa refugio”. Yo pensé: “perfecto, mañana mismo voy a poner la denuncia”. En mi bolsillo no tenía ni 20 mil pesos colombianos para tomar un taxi y le dije: “Señora, yo no tengo dinero. Si le pido dinero a él va a saber que es para hacer algo”. Ella me dijo que tomara un taxi y que allá me lo pagaban. Pasé toda la noche hablando con la Línea Púrpura. Me puse dos leggings, tres blusas y un abrigo. Yo tenía mi maleta y la pañalera de la niña preparadas para no volver jamás, ya sabíamos que nos íbamos a una casa refugio.

No dormí. Me dije que tenía que estar atenta para salir en el momento que Guillermo se fuera. Él se despertó a las siete u ocho de la mañana, desayunó primero, dejé que él terminara de desayunar y luego me senté en la mesa. La señora de la limpieza sabía que algo había pasado por el estado en el que yo me encontraba. Luego él se me paró atrás y comenzó a consentirme la cabeza mientras me decía: “Mira, tú sabes que no me puedes denunciar. Yo voy a una reunión de trabajo y cuando venga hablamos y arreglamos todo, ¿oíste? Tú sabes que no me vas a ganar si denuncias, así que no pierdas tu tiempo. Confío en tí, quédate tranquilita”. Y yo le dije: “Sí, vete tranquilo. Yo sé que eso es perder mi tiempo”.

Sobre las nueve de la mañana él salió y automáticamente yo llamé a la Línea Púrpura, comencé a gestionar para salir de ahí. Como yo tenía todo preparado solo tenía que salir, tomar un taxi e ir al CAPIV [Centro de Atención Penal Integral para Víctimas]. Cogí mis cosas y bajé. En la recepción del edificio el celador me dijo: “No señora, usted no puede salir” Le dije: “Señor, anoche vino la Policía, Guillermo me golpeó. ¿Cómo no me deja salir?” Y él: “No, es que tenemos que esperar a que el señor Rodríguez llegue a revisar su maleta a ver si usted saca algo de él”. Llamé de nuevo a la Línea Púrpura y le dije a la mujer: “No me dejan salir, ¿qué hago, qué hago?” Tenía mucha adrenalina porque si Guillermo llegaba no tenía mucho chance de irme. Ella me dijo “te voy a mandar un carro de la Policía porque eso es un secuestro. Ellos no te pueden retener ahí. Si el problema es la maleta déjala, que revisen la pañalera y tú sales con tu hija”. Así lo hice, pero tardé ahí como una hora y media porque el celador estaba ganando tiempo para que llegara Guillermo.

Llegó el carro de la Policía y justo cuando me subí a él con la niña llegó Guillermo con sus escoltas. Se volvió loco: “¡Sal, mi hija, déjame la niña, déjame la niña!” Me llevaron al CAPIV y allí se escuchaba a Guillermo gritando que lo dejaran entrar.  Puse mi denuncia ante Fiscalía, hice mi proceso de Medicina Legal y me salió “riesgo grave” [de sufrir lesiones muy graves o incluso la muerte]. Duré todo el día ahí, solo llevaba la pañalera de la niña, los leggings y tres blusas que me había puesto.  Como a las 11 de la noche me llevaron a la casa refugio. Llamé a mi mamá y le dije: “Mami, estoy en una casa de protección, te vuelvo a hablar cuando pueda volver a usar el celular”. Mi mamá duró como 15 días sin saber de mí.

En la primera audiencia yo puse de testigo a su mamá porque ella me apoyó al principio. No esperaba que hablara mal de su hijo, pero tampoco esperaba que hablara mal de mí. Lo primero que dijo fue: “Es que esa mujer es una loca, ella se iba a tirar de un balcón con la niña”. Luego la enfermera que era testigo de él dijo: “Era una dinámica familiar normal. Yo nunca vi nada extraño, todo normal. Él nunca peleó”. Los testigos de él fueron la mamá, la enfermera y la señora de la limpieza. Las tres lo defendieron y  él estaba muerto de la risa. Estuvimos en la misma habitación,  súper estrecha. Lo tenía a él ahí. Sonreía. A mí me daba demasiada rabia.

Dos días antes de la audiencia les dije a los de la casa refugio que tenía que llamar a mi mamá y sacar la única prueba que tenía en ese momento: una conversación con Guillermo en la que él me dijo “Yo no te golpeé, yo te toqué la cara para que tú reaccionaras. Sí te empujé”. Llamé a mi mamá y me respondió un tío, me dijo “muchacha, tu mamá se fue a Bogotá porque no sabía nada de ti. Guillermo se ofreció a pagarle un vuelo para que te convenciera de retirar la denuncia. Ella obviamente dijo que sí, pero para verte y saber de ti”. Entonces imaginé que ella iba a estar en la audiencia y efectivamente allí estuvo. Me dijo: “Hija, sigue tu denuncia, yo sé que él te golpeó. Sigue hasta el final por ti y por tu niña”. 

Cuando yo estaba en casa refugio Guillermo solicitó al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, una restitución de derechos y me llamaron a una cita. Una pediatra revisó a la niña, su salud, su peso, su piel, la vio bien. Le concedieron visitas para que de la casa refugio le llevaran la niña a un centro zonal del ICBF y él tuviera contacto con ella. En una de sus visitas el mes de mayo, tuvieron que internar a la niña en la Clínica Santa Fe porque tenía conjuntivitis, aunque estaba medicada, yo le envié el medicamento en la pañalera, y ya la estábamos tratando, no era nada grave. Estuve como cuatro o cinco días sin saber de la niña porque la hospitalizaron. Fui a visitar a la niña a la clínica y volví a toparme con él. Comenzó a decirme “yo soy el que tiene el poder, ¿viste que te quité a la niña?” 

En ese punto el ICBF decidió que la niña no podía volver a casa refugio conmigo y me dijeron “si tú no sales de casa refugio le vamos a dar la custodia de la bebé a su abuela”. Yo dije, “señora, pero si yo lo estoy denunciando violencia intrafamiliar, si yo estoy denunciando una medida de protección, estoy en casa refugio, ¿cómo me va a decir eso?”. Ella me respondió que la niña no se podía quedar ahí porque allá se había enfermado. Yo le dije que mi niña estaba bien, tenía su tratamiento y la pediatra de cabecera la había visto bien.

Le dije: “Si yo salgo de casa refugio no tengo a dónde ir. Usted me está llevando a seguir expuesta a una persona que me violenta” y ella me dijo: “no, porque te puedes ir a la casa de la mamá”. Yo le dije: “¡Señora, él violenta a su mamá! La manda a la mierda,  una vez delante mío dijo que él la golpeó. ¿Cómo me va a decir que me vaya a la casa de la mamá? Él va a entrar a esa casa y va a hacer lo que él quiera y la mamá no va a hacer nada. Su mamá no me protege, no estoy protegida. Mire, Guillermo tiene un apartamento vacío, que no usa. Yo me puedo ir a ese apartamento con mi medida de protección y estar ahí con mi hija”. Él estaba en esa conciliación y dijo: “No, yo no estoy obligado a darte mi apartamento. Ponte a trabajar y múdate”. Al final no tuve más opción y terminé firmando que me iba a ir a la casa de la mamá.

Salí de casa refugio a mediados de mayo de 2018. Yo estaba en la casa de la mamá, y al otro día de la conciliación, entró Guillermo a la habitación donde yo estaba y comenzó a abrazarme y a decirme: “Mira, perdóname, vamos a volver. Perdóname. Ven, vamos a salir a cenar. Tú tienes mucho tiempo que no comes algo sabroso, salgamos para que hablemos bien”. Yo le dije “no voy a volver contigo. Por eso te dije que me quedaba en el otro apartamento porque no voy a volver contigo. Yo salgo contigo, pero tengo una medida de protección y si te tengo que volver a denunciar lo hago”.  

En esa cena Guillermo me dijo: “Entiendo que no podemos estar juntos. Mira, te propongo que te vayas tú a mi apartamento. Yo me voy donde mi mamá. Tengo otras propiedades. Vete tú tranquila para allá, vamos a salir adelante”. Y yo le creí. Agarré mi maleta y me fui al mismo apartamento, dormí en la misma habitación donde él me había golpeado con la niña en los brazos.

Al otro día él fue a ese apartamento y se bañó allá. En la noche se metió en la oficina dizque a trabajar. Dieron las 9:30 de la noche y él todavía no se iba. Le dije: “Tú no vas a dormir aquí hoy. Tú y yo hablamos, quedamos en algo. Avísame y si no yo me voy para donde tu mamá de nuevo”. Él me respondió: “Ay, ¿pero no somos amigos? Vete tú, mi hija se queda conmigo, de aquí no sacas a mi hija y yo tampoco voy a sacar mi ropa”. Ahí estaba yo de nuevo en la boca del lobo… tuve que dormir esa noche en la misma cama con él.

Al otro día me dijo: “Creo que debemos tomar terapia, te amo, volvamos”. Yo le dije que no lo amaba, que no estaba enamorada de él y que no me veía viviendo con él. Me respondió: “Bueno, entonces comienza a imaginarte tu vida sin tu hija porque yo no me voy a separar de ella”.

A finales de mayo de 2018 Guillermo me dijo que preparara un viaje para mí y la bebé para ir a República Dominicana mientras él estaba en Washington (Estados Unidos). Yo comencé a imaginarme que me podría quedar con ella en mi país, comencé a ser simpática con él, a todo le decía que sí. Él me mostró que había comprado los tiquetes y me dijo: “Antes de viajar me tienes que firmar un documento que diga que tú me denunciaste porque tenías depresión postparto”. Le dije que no le iba a firmar nada porque mi denuncia fue porque me golpeó. Me dijo: “Si no lo firmas pues no hay viaje”.

Yo tenía que lograr ese viaje, entonces le dije que sí. Cuando leí el documento le dije que se notaba que no lo había escrito yo, que tenía palabras que solo un abogado utilizaría. Y él: “¡Fírmalo, fírmalo!” Lo firmé, vine al viaje y él me monitoreó cada segundo. Me escribía: “¿Qué haces? Mándame foto, foto tuya y de la niña.” Me llamaba por videollamada de sorpresa, “¿Dónde están?, ¿la niña?, ¿qué hacen?” 

Documento que Stephanie firmó.

Cuando llegamos a Colombia él mismo entregó a la Fiscalía el documento que firmé antes de irme al viaje. Obviamente, la Fiscalía se dio cuenta de que él me obligó, que eso no lo escribí yo.

Luego Guillermo comenzó a decirme que yo tenía que ir donde todos los fiscales a decir que yo tenía depresión postparto y que por eso lo denuncié. Me dijo: “Tienes que hacerlo porque esa denuncia no va a llegar a ningún lado. Yo aquí [Colombia] tengo mucho poder, vas a perder tu tiempo”.  Me hizo una cita con una señora que creo que era fiscal y me dijo: “Mira, mañana yo te voy a llevar al CAPIV para que tú hables con Fulana, que es amiga mía, para que tú le digas a ella que tú me denunciaste porque tenías depresión postparto”.

Fui a hablar con esa mujer con la niña en brazos. Pensé “bueno, si ella es amiga de él, todo lo que yo diga ella se lo va a decir. Entonces no voy a decir que fue mentira, no voy a decir que tenía depresión postparto ni nada de eso”. Y así lo hice. Le dije: “Mire, si usted archiva la denuncia yo vuelvo y radico otra, créame”. Fue como un grito de desesperación.

Al otro día él me dijo: “Ya me dijeron todo. Que con tu actitud corporal dijiste más que con tus palabras. Ese no era el punto, tú tenías que decir que tu denuncia fue una mentira, que yo en ningún momento te golpeé”. Y me hizo una cita con el señor del CAPIV que me tomó mi denuncia en marzo, el día después de que Guillermo me golpeó.

A ese señor le dije lo mismo: “Mire, yo dije la verdad, yo denuncié lo que realmente pasó, pero ahora estoy viviendo con él porque soy extranjera y no tengo a dónde ir”. En ninguna de esas dos citas archivaron la denuncia.

Cuando estábamos en ese proceso de que Guillermo quería que yo archivara la denuncia, él se portaba irreconocible. No peleaba por nada. Él me decía: “Si tú archivas la denuncia tú y yo vamos a terminar por las buenas. Pero yo no puedo tener eso [las denuncias] porque a mí me afecta como profesional”.

Después le pasaron mi caso a otro fiscal y él citó a Guillermo para la audiencia de imputación y él no se presentaba. Ya habían pasado como tres citas de imputación y ya correspondía una orden de captura para Guillermo. Ese fiscal me citó y Guillermo me envió con una abogada que era amiga suya. A ese fiscal yo le dije que estábamos viviendo juntos y que estábamos yendo a terapia. Eso era verdad, estábamos asistiendo a terapia, pero cada uno por su lado.

El fiscal me dijo: “Tráeme un reporte de la psicóloga que los trata en donde diga que ustedes están bien y que tú te sientes bien. Yo llevo ese reporte a una mesa de discusión con otros fiscales a ver qué me dicen. Pero tu caso es de alto riesgo, no se puede archivar así porque sí”, me lo dijo en frente de la abogada amiga de Guillermo.

Le pedí a la psicóloga el reporte que me pidió el fiscal. Le dije: “Por favor escriba que estoy bien, que estamos tomando terapia de pareja”. Ella me respondió: “Stephanie, lo siento. Yo voy a hacer el reporte que considero y tú verás si lo usas o no. Porque mi tarjeta profesional está en juego si escribo mentiras”.

El día que fuimos a buscar el reporte ella me lo pasó por la puerta, porque vio que yo estaba con Guillermo. En la sala de espera él comenzó a gritarme y ella lo escuchó: “¿¡Qué es esto!? ¡Pero esto dice que tú no estás feliz, que estás asustada! Eso no se le puede llevar al fiscal”. Y comenzó a buscar quién podría hacerle un documento falso. Resulta que la psicóloga escribió que yo me sentía desprotegida, porque no tenía en Colombia un círculo familiar. No le llevé a ese fiscal ese reporte, pero lo guardé.

En noviembre de 2018 él rompió mi computadora. Él no me quería prestar el apartamento que tenía en la calle 100, entonces le dije: “Okay, voy a buscar un trabajo y con lo que gane me mudo a un sitio donde pueda pagar el alquiler”. Me senté en la computadora, duró tres horas insultándome y gritándome. Como vio que no le presté atención porque estaba creando mi hoja de vida y los perfiles en plataformas de trabajo, rompió la computadora.

Ese diciembre de 2018 él tenía una novia, Jimena*. Comencé a notar que tenía salidas extrañas y a esa novia le decía que ya no teníamos una relación. No teníamos una relación sentimental, pero a mí me tocaba estar en su habitación, en su cama y, una vez cada semana y media, me tocaba tener relaciones con él.

En enero y febrero de 2019 utilicé una de sus computadoras porque él había roto la pantalla de la mía. Ahí me encontré con un video de una mujer golpeada por Guillermo. Él tiene un modus operandi: agrede a las mujeres, y cuando ellas se defienden él las graba. Ese video es ella recién golpeada, sin su celular en la mano, él grabándola y ella le decía “me golpeaste, te odio”. 

Luego me topé con una grabación de dos horas donde se escucha todo lo que pasó el día que me golpeó: cuando dijo que iba a matar a mi amigo, cuando habló con mi mamá, cuando llegó la Policía… guardé esa grabación en una memoria USB.

Fragmento del audio de dos horas que Stephanie encontró. Se ha protegido la identidad de algunas fuentes.

Para el 4 o 5 de marzo de 2019 él me hizo saber que Jimena existía, que era su novia y me dijo que tenía que aceptarlo porque yo tenía otros novios. Ahí Jimena y yo nos pusimos en contacto y me contó que él le pidió prestados varios millones de pesos y ella se los prestó. Jimena le contó un secreto de su negocio y con eso la tenía amenazada y chantajeaba. La agredía y ella lo aguantaba porque él le debía el dinero y la tenía chantajeada.

Ese día que yo hablé con Jimena, Guillermo llegó al apartamento tomado. Le dije que no lo quería ver, que se fuera un rato porque yo estaba muy molesta. Después de una o dos horas le abrí la puerta, pero me encerré en el cuarto. Cuando cerré la puerta, él agarró un cuchillo y la forzó para abrirla. Entró súper furioso a la habitación. Me quitó mi celular, comenzó a buscar cosas, fui a quitarle el celular y hubo un forcejeo, un rasguño y un jalón de pelo. El 6 de marzo de 2019 salí a buscar trabajo y le puse otra denuncia. Conté todo lo que pasó y eso fue un incumplimiento a la medida de protección que ya tenía de marzo de 2018.

Yo sabía que le iba a llegar una notificación y le dije a mi mamá que me enviara dinero para hospedarme en un hotel. Sabía que Guillermo me iba a echar del apartamento y así fue. Me fui al hotel y cuando estaba allá el ICBF me citó a una conciliación.

Allí hablé con una psicóloga del ICBF que me dijo que Guillermo, para el momento que me estaba pidiendo que archivara la denuncia, fue a esa entidad y dijo que yo era una drogadicta, que pasaba días fuera de la casa, que yo llegaba sucia y drogada. Yo le pregunté: “¿Eso está escrito en el expediente?” Ella respondió: “Sí. Él vino a una reunión y tú no viniste. Él dijo que no sabía de ti, que no sabía dónde estabas, que estabas desaparecida y que eso era común. Que él tenía consideración de ti porque tú eres la mamá de su hija y eres extranjera. Y un día [funcionarios del ICBF] fueron a tu casa y tú no estabas”. Yo nunca me enteré de eso.

Después, en esa conciliación, cuando estábamos frente a la funcionaria Guillermo y yo, ella dijo que debíamos conciliar qué hacer con la niña y con quién se iba a quedar. Yo dije que se debía quedar conmigo porque soy su mamá, que podía irme al apartamento que él tenía vacío. Guillermo dijo: “No, mi niña tiene su casa. De ahí no sale. Tú tienes que ir a cuidarla”. Es más, él quería que yo le diera un millón de pesos de manutención. Le dije que no tenía el dinero y me dijo que entonces le diera $800.000. Le pregunté a la defensora de familia cuánto era lo mínimo que se pagaba, me dijo que $150.000 y yo dije: “Bueno, yo le doy $200.000 de manutención”. Asignaron la casa de Guillermo como la residencia permanente de la niña. Al final yo tuve que conciliar y terminé yendo todos los días a la casa de Guillermo, en Rosales, a cuidar a mi hija.

Al día siguiente Guillermo me dijo que pasara por las llaves del apartamento pequeño, del que tenía vacío. O sea, él simplemente hizo esa conciliación para que yo dijera ante el ICBF que estaba viviendo en un hotel y no tenía trabajo. Todos los días tenía que caminar desde el barrio El Chicó, hasta el barrio Rosales. Todos los días a las 9 de la mañana y regresaba a las 9 de la noche. Al principio me tomaba dos horas caminando. Luego la presión era porque yo estaba viviendo en su apartamento. Me decía: “Págame renta, $1.300.000 de renta”. Me hizo firmar un contrato de arrendamiento

Jimena, la novia de Guillermo, tenía tiendas de ropa al por mayor y le dije: “Yo sé hacer accesorios. ¿Dónde puedo comprar materiales para hacerlos?” Y compré los materiales en San Andresito, comencé a producir accesorios para que ella los vendiera en su tienda. Ella me comenzó a contar más cosas, que Guillermo le partió dos celulares, que una vez le dio un golpe saliendo de un concierto y ella pensó que se iba a morir. Ella seguía en una relación con él por el tema del dinero, que la amenazaba con el secreto que sabía de su negocio y que él la había grabado golpeándolo. 

Guillermo le tomó fotos íntimas a Jimena sin que ella se diera cuenta y las publicó en una cuenta de Instagram desde la que siguió a la hija de Jimena y a todos los amigos de la universidad de su hija. Todo el mundo la vio desnuda. Ella me contó y yo le dije: “Por favor denúncialo”. Y ella me respondía: “No, es que me da miedo. Me va a quitar mi tienda”. Luego cortó comunicación conmigo, se acabó el negocio con ella.  Yo seguí produciendo accesorios pero buscando dónde venderlos. Pensé: “Bueno, seguro ella me dejó de hablar porque Guillermo la amenazó”.  No volví a saber nada más de ella.

Desde junio de 2017, cuando llegué a Colombia, yo estaba utilizando una línea de teléfono que estaba a nombre de él. Ese era mi único medio de comunicación con la Fiscalía, con mi familia, en todos los documentos estaba registrado ese número. Un día yo amanecí sin servicio móvil. Abrí mi WhatsApp y me apareció un mensaje que decía: “Su WhatsApp fue abierto en otro celular”.

Me dio un ataque de pánico, comencé a llorar, me puse nerviosa, no tenía cómo llamar a mi mamá, no tenía dinero, no tenía siquiera para hacer una llamada internacional. Salí a la calle a buscar dónde hacer una llamada, llegué a un local y le dije a una señora que por favor me dejara llamar a mi mamá, que ella me iba a enviar dinero. Hablé con mi mamá, me envió el dinero y yo compré una sim card. Llamé a la Fiscalía para reportar lo que había pasado. Y en mis redes sociales publiqué que no me escribieran al número anterior.

En octubre de 2019 mi mamá me dijo que la familia había reunido el dinero para pagar un viaje para que mi hija y yo fuéramos a República Dominicana. Me dijo: “Mira si Guillermo te firma el permiso para que vengas con la niña, con una promesa de que regresas, inténtalo”. Él me dijo que sí, que me iba a dar el permiso, que comprara los vuelos. Yo compré boletos de ida y regreso. Él me aseguró que me iba a dar el permiso para viajar con la niña hasta la noche anterior al viaje. Luego me dijo: “No, vete sola, la niña no va”. Al final hice el viaje sin la niña.

A finales de noviembre de 2019, días después del cumpleaños de mi hija, él llamó a mi mamá y le dijo: “Señora, dígale a su hija que se vaya de Colombia. Si ella no se va, ella va a llegar a donde usted pero en una caja de muerto”. Obviamente, como soy hija única, mi mamá se puso paranoica. Esa era como la quinta vez que él me decía que me iba a matar. [Stephanie temió tanto por su vida que, mientras vivió en Bogotá, adquirió tres pólizas de vida. Una en 2018, por 30 millones de pesos, y dos en 2019, por 20 millones de pesos cada una. Lo hizo pensando en que, en caso de que algo le sucediera, el dinero llegaría a sus papás y podrían usarlo para trasladar su cuerpo desde Colombia hasta República Dominicana].

A mi mamá lo que más le afectaba era que yo emocionalmente no estaba igual. Me sentía desesperada, triste, no estaba tranquila. Sentía que por más que yo hiciera lo que él quería yo nunca avanzaba, o sea yo estaba viviendo sola como él quería, la niña estaba con él, concilié lo que él quería, comencé a darle manutención y aun así seguía molestándome, me sentía en un estado de total desesperación.

Mi mamá me dijo: “Compra el vuelo con mi tarjeta de crédito y vente para República Dominicana. Él ya te ha amenazado, pero esta vez siento que él me lo dijo con mucha rabia”. Llegué a mi país el 29 de noviembre de 2019.

En enero de 2020, pensé que él me iba  a traer a la niña. También pensé que lo iba a hacer en febrero y tampoco la trajo. En marzo llegó la pandemia de Covid-19. Entonces él se quedó solo con la niña, no podía salir, no tenía señora del servicio y debía preparar la comida, desayuno, cena, limpiar, atender a la niña y sin poder salir del apartamento y, claro, entró en un estado de estrés. Yo trataba de hablar con la niña y él ahí comenzó a ocultármela.

Con mi abogada habíamos pactado unas visitas internacionales. Cuando le conté que a veces duraba una semana sin saber de mi hija me dijo: “Mándame un correo cada vez que él no te deje ver la niña, para tener esa prueba en correo”. Ahí yo comencé a mandarle correos de “mira, tengo tantos días sin ver a la niña, por favor no me bloquees…” 

En abril lo grabé insultándome delante de la niña, pero no pude poner la denuncia porque, por la pandemia, todo estaba cerrado. En esa grabación él le dice a la niña cosas como: “Ay, la madre que te abandonó”. En otra grabación yo le digo a mi hija “Te amo, un besito” y le mando el beso. Y él le dijo: “Esos labios son un asco mi amor, luego te cuento cuando seas grande por dónde han pasado esos labios”.

Grabación con fecha del sábado 30 de mayo de 2020. El archivo original está en formato video. Este audio fue editado para conservar las partes que Stephanie menciona en su relato.

Tengo esas grabaciones de él insultándome delante de ella. Ya como en julio, grabé una bien fuerte delante de la niña en la que yo estoy hablando con ella, normal y a ella como que se le sale la popis. Cuando él se dio cuenta comenzó a gritar como loco, le quitó el celular a la niña, comenzó a insultarme, me gritó, me dijo basura, me dijo ‘chopa’ (es un término dominicano para referirse a mujeres que  no trabajan y le sacan dinero a los hombres), me dijo estúpida… bueno, muchos insultos. Esa fue mi denuncia del 2020 [segundo incumplimiento a medida de protección, en el que se le impone una multa de dos salarios mínimos legales vigentes y que, al parecer, Rodríguez no pagó] y un auto, que salió en diciembre de 2020, ordenó 30 días de cárcel para Guillermo. No pasó nada. Esa orden debía firmarla un juez y, hasta que no firmara, no se podía ejecutar.

En diciembre de 2020, le dije a mi abogada de la Secretaría de la Mujer [en el proceso de violencia intrafamiliar] que por favor me buscara una abogada de familia porque yo quería demandar el tema de la custodia de la niña. Fui al Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia, Conani, que es como el ICBF de Colombia pero en República Dominicana, y dije que quería solicitar que mi hija viviera conmigo en mi país de nacimiento y residencia porque yo soy su mamá. Me dijeron que no se podía porque Colombia era el lugar de residencia permanente de la niña y que para comenzar ese proceso debía conseguir un abogado en Colombia que tomara el caso. Pero me dijeron que se podía hacer una conciliación de visita internacional y así lo solicité.

Para marzo de 2021 no había pasado nada ni con los 30 días de detención contra Guillermo ni con el proceso de regulación internacional de visitas de mi hija. La mamá de él me llamó a decirme: “¡Guillermo está detenido!, envíame un documento de identificación de la niña para que me la den a mí”. Le envié el documento y a partir de ese momento no volví a saber de la niña. Llamaba y escribía a los papás de Guillermo, pero nadie me respondía. Hice un reporte al ICBF. 

Fragmento del chat que Stephanie sostuvo a través de la atención en línea del ICBF en marzo de 2021.

Pasó una semana y no me decían nada. Le envié un correo a Guillermo avisándole que iba a viajar a Colombia el 14 de abril y que si al llegar no veía a mi hija, iba a ir a donde tuviera que hacerlo para verla. Él me envió un correo diciéndome que cancelara el viaje, que no la iba a ver, que él estaba preso, que no podía salir de donde estaba. Guillermo vio que yo no iba a desistir, entonces me dijo que estaba en Cartagena en un apartamento detenido con la niña.

Le pregunté si podía estar con mi hija los cinco días del viaje que había programado y me dijo que sí, pero si me hospedaba en el Hotel Las Américas. Que debía ser en ese hotel porque allí él tenía sus contactos y asegurarse de que yo no me la llevara para otro lado. Él estaba en un apartamento lujoso, cerca de ese hotel. Guillermo me dijo que había ido a visitar a una novia, que era de Cartagena, y que en la calle un Policía lo detuvo y con su número de cédula se dio cuenta de que tenía una orden de detención. Él estaba con la niña y parece que habló para que lo dejaran detenido con ella en ese apartamento.

Ya en Colombia me hospedé en ese hotel, tomé un taxi para ir donde él estaba supuestamente detenido. Me encontré que era un apartamento normal, vi a la empleada de servicio y que no había un Policía vigilándolo. Me dijo: “Tú sabes que yo pude arreglar eso, porque como andaba con la niña…” Hicimos la maleta de la niña, para llevarla al hotel conmigo y salimos a comer. O sea, él estaba supuestamente detenido y aun así salió a comer a la esquina en un lugar de comida mexicana. Le dije a mi abogada la situación y le dije que quería disfrutar a mi hija, que al regresar a República Dominicana investigáramos bien qué había ocurrido con esa detención.

Días después fuimos a un centro comercial porque yo quería comprarle ropa a la niña. Ese día él me dijo que yo debería irme con ella para República Dominicana, que él había pasado mucho trabajo con ella durante la pandemia. Yo le dije: “Bueno, si le vas a firmar el permiso, hazlo y yo me la llevo”. Entonces ahí comenzó a decir: “No, pero mira, tú me tienes que quitar esa denuncia que me hiciste por violencia intrafamiliar. Quédate sin abogada, eso me está afectando en mi tema laboral.” Yo le hice saber que no, que no iba a quitar ninguna denuncia, como no confiaba en él, era mejor esperar a que el juez o la jueza diera su decisión en el proceso de la visita internacional.

Cuando se acercaba el día de mi viaje de regreso a República Dominicana, Guillermo me dijo que me llevara a la niña, que me iba a firmar el permiso. La señora de la limpieza, la niña y yo viajamos de Cartagena a Bogotá un lunes, y el miércoles era el viaje a República Dominicana. Gasté mucho dinero porque moví mi vuelo inicial y compré el de mi hija. Guillermo se quedó en Cartagena y no me enviaba el permiso para que mi niña viajara.

En la tarde del miércoles él me llamó y me dijo: “Mándame un correo ahora mismo que diga: ‘perdóname por todo lo que te he hecho, no lo vuelvo a hacer’”. Le comenté a mi abogada y me dijo: “Stephanie, a estas alturas del juego, a él ese correo no le va a funcionar para nada. Envíaselo como él quiere que tú se lo mandes para que te dé el permiso de viaje de la niña”. Yo comencé a escribir un correo larguísimo, pero antes de pedirle perdón quería que en el correo dijera que él me golpeó. Estaba escribiendo y él me llamó: “¿¡Dónde está el correo!? No lo veo. Envíalo ya. ¡Ya es ya!” Borré todo lo que estaba escribiendo y escribí lo que él me pidió, envié el correo. 

Sobre las seis y media de la tarde me envió un mensaje diciendo que iba a tomar un vuelo para Bogotá, que tenía el permiso hecho. Llegó al apartamento en la capital y no me mostró el permiso en ese momento, sino hasta cuando estuvimos en el aeropuerto. Pudimos viajar a República Dominicana. En mayo de 2021 conciliamos el tema de las visitas internacionales: tengo que pagar todos los tiquetes aéreos para ir a Colombia a recoger a mi niña. Eso porque él dijo que si yo quería estar con la niña la que debía pagar todo era yo. Tuve que decirle que sí a todo.

En agosto de 2021, luego de que se conocieran otras denuncias contra Guillermo a través del canal de YouTube de Beto Coral, Guillermo me dijo que le llevara la niña de regreso a Colombia. Ella había pasado una temporada conmigo en mi país. Lo que más me molestó es que yo me vi obligada a regresarle la niña a una persona que la instrumentaliza. Entonces, cuando la llevé Guillermo me amenazó. Me dijo: “Tocaste fibras que no tenías que tocar, y no creo que la niña vuelva a viajar a [tu país]. Es más, no creo que tú puedas volver a entrar a Colombia. Y si vuelves a entrar no vas a poder salir.” Yo le dije: “¿me estás amenazando por una denuncia con la que no tengo nada que ver? Si es así, voy a tener que unirme a la denuncia que te hicieron porque me estás amenazando”. Él me dijo: haz lo que quieras. 

Actualmente la hija de Stephanie Muñoz y vive en Colombia, con su padre. 

La Comisaría Segunda de Familia notificó a Muñoz que Guillermo Rodríguez había solicitado, en enero de 2022, una medida de protección por violencia intrafamiliar en su contra. El despacho decretó medidas de protección provisionales mientras se daba la audiencia para presentar testigos y pruebas.

Durante la diligencia, que se llevó a cabo el 9 de febrero, la Comisaría resolvió abstenerse de imponer medida de protección definitiva contra Stephanie Muñoz, revocó las medidas de protección provisionales que había decretado y archivó el proceso. Lo anterior porque, según el registro, Rodríguez presentó su denuncia de forma extemporánea. El accionante compareció a la audiencia 45 minutos después de la hora citada.

 En suma, Muñoz ha surtido al menos cinco procesos en contra de Guillermo Rodríguez. Conozca el detalle de los procesos (declaraciones, evaluaciones psicológicas, fallos y sanciones) de manera cronológica explorando la siguiente línea de tiempo:

Stephanie hizo un viaje con una amiga a Colombia y todo estaba bien hasta que conoció a Guillermo. Cuando él le mandó el pasaje para que ella fuera a Colombia en 2017 y yo le dije «Stephanie, no vayas para allá en tan poco tiempo. Ten cuidado porque tú casi no lo conoces». Luego vino para acá y estaba muy bien todo hasta que me dijo que estaba embarazada, que habían tenido relaciones y no usaron protección.

Él la llamaba a cada momento y le decía que se fuera para Colombia. Le decía: «Ya saqué un seguro médico para el bebé, un seguro médico para ti, vengan para acá para que la niña nazca aquí». Me acuerdo que ella no quería ir y yo le dije: «Ve, porque a lo mejor quiere a su bebé y les va a ir bien. Hay parejas que se conocen en dos días, se casan y viven toda su vida juntos. Si no te llevas bien con él, si él empieza a pelear y tú ves que con él no vas a congeniar, ven para acá para que tengas tu hija acá en Santo Domingo”.

Él vino a buscarla y lo vi muy amoroso. Pensé: «Bueno, parece que le va a ir bien con él». Ella se fue para Colombia y al poco tiempo empezaron los pleitos. A cada rato me llamaba llorando. Desde que esa niña se fue para allá no tuve paz, porque me llamaba a veces a media noche, me despertaba llorando y me decía que él le estaba peleando. A veces ella estaba encerrada en la habitación y yo lo oía a él por el teléfono diciendo malas palabras, vociferando. 

Él no tenía ninguna consideración de que ella estuviera embarazada. Yo le decía a Stephanie: «Ven a tener tu hija acá. Si ese hombre no te trata bien siendo una mujer embarazada, con tu barriga, imagínate cómo va a ser después». Ella me respondía: «No, mami, yo me voy a quedar un tiempo más a ver si él cambia».

Stephanie era modelo y tenía muchas amistades, entonces a Guillermo le molestaba que ella conversara con ellos. Ella poco a poco fue dejando casi todas sus amistades por él, porque él era muy celoso. La celaba porque hablaba con sus amigos. Ella me decía que estando los dos en la cama él hablaba con amigas, él sí podía tener amigas, pero ella no podía tener a nadie. 

Ella pasó todo el embarazo así. Inclusive iban amigas y amigos a Colombia y ella les mentía para no verse con nadie, por los celos de él.  Vivía llorando y él no le daba dinero. Ella allá no manejó un centavo. Si quería comerse un helado tenía que decirle a él porque ella no tenía absolutamente nada. Dependía totalmente de él, en Colombia ella no conocía a nadie, no tenía familia, amigos, amigas, nadie.

Luego Stephanie tuvo problemas con el embarazo y mandaron a guardar reposo absoluto. Cuando ella me contó, le dije: «Dios mío, hija, ya no vas a tener salida. Vas a tener que dar a luz a tu hija allá y vas a tener problemas porque él va a tener el poder sobre la niña”. Efectivamente así ha pasado. Él es el dueño de la niña, se agarra de ella para todo y tiene atrapada a Stephanie. Así que ese fue el error más grande que cometió Stephanie: quedarse con él esperando que cambiara.

Lo que pasó después fue mucho peor, porque de ahí para adelante, después de que ella dio a luz a la niña, empezaron las cosas peores con ese hombre. Uno de los primeros pleitos después de que ella dio a luz fue porque la niña nació sin las falanges distales en una manita. Ahí empezó él a pelear porque él no quería que su hija fuera así. ¿Acaso la mamá tiene la culpa de eso?

Ya después Guillermo me llamaba a decirme que mi hija era una cualquiera, que era una prostituta. Yo le decía: «Stephanie no es nada de eso, está contigo porque te quiere, porque tienen una hija los dos». En marzo de 2018 Stephanie me llamó llorando, me dijo que él le había pegado con la niña en brazos y que le había dado fuerte. Suerte que ella tuvo tiempo de ponerla en la cuna, porque él le estaba dando. 

Le dije «enciérrate en la habitación o en el baño». Cuando ella vio que él sacó una pistola, ella se encerró en el baño y ahí me llamó llorando, me dijo que él tenía una pistola. Le dije: «Stephanie no salgas del baño, quédate ahí, mira si puedes llamar a la mamá, al papá a ver si alguno de ellos te ayuda». Stephanie llamó a la mamá de Guillermo y ella llamó a la policía.

Antes de que llegara la autoridad, él me llamó y me estaba diciendo que mi hija  tenía otro novio, yo le dije: «Ella no tiene otro novio, es un amigo de ella que vive en México y se tratan bien, desde hace muchos años se conocen».  Pero él no quería creer. Le dije «Los hombres no le pegan a las mujeres. Tú no tienes derecho a darle a mi hija, a ella nadie le puso la mano, nunca le di golpes, nunca le puse la mano a ella. Si no puedes estar con ella mándamela para acá, yo misma le mando el pasaje para que se venga para acá con su hija y esté tranquila. Tú puedes venir a ver a tu hija todo lo que tú quieras», pero él decía «Mi hija no va a salir de Colombia ni va a salir de mi casa». 

Fragmento de una grabación en la que se escucha a Guillermo Rodríguez hablando por teléfono con la mamá de Stephanie, diciendo que su hija no sale de su apartamento ni de Colombia.

Él le había dicho al principio que la iba a mandar con la hija, pero después lo pensó bien y dijo que no: «Stephanie se puede ir pero sin su hija». Yo le decía «Stephanie es madre, ella no va a dejar a su hija botada» y él decía «No, ella tiene que irse porque yo aquí no la quiero». Todo eso él me lo decía gritando y con muchas malas palabras que no se pueden mencionar, insultaba a Stephanie y a mí también.

Gracias a Dios llegó la Policía y se calmó un poco la situación. Él le dijo que sí, que se podía ir a República Dominicana pero sin la niña. Gracias a Dios ella estaba en comunicación con la Línea Púrpura, por si pasaba lo que pasó y gracias a Dios ellos la ayudaron a salir del apartamento de ese hombre. Salió sin nada, solo con la niña en los brazos, él no quería que ella saliera. Ella me dijo: «Mami, ya estoy aquí con la Policía, vamos ahora a la casa refugio». Cuando llegó, me llamó y me dijo: «Mami, esta es la última vez que te llamo porque tengo que apagar el celular para que él no me rastree. No voy a poder hablar más contigo. Cuando pueda te llamo». Pasé un mes sin saber de mi hija, sin saber si él la había encontrado. Lloraba todas las noches pensando en mi hija.

Cuando él supo que Stephanie lo denunció por violencia intrafamiliar luego de que la golpeara por primera vez, Guillermo me llamó y me mandó el pasaje a mí y a una hermana mía para que fuéramos a Colombia a convencerla de que volviera con él.  Él se puso como un loco porque Stephanie decidió seguir con el proceso judicial y me decía: «Si sigue en eso ella va a perder, ella no tiene dinero para pagar el abogado y todo eso yo lo voy a ir dilatando. Yo soy abogado y lo puedo hacer, ella no va a tener dinero para pagar eso ni para mantenerse aquí«. 

Después de que ella salió de la casa refugio él me insultaba, me decía de todo de mi familia, que éramos unos aprovechados porque él era un hombre rico, un hombre poderoso, con muchos contactos. Stephanie dependía de él económicamente. Ella llegó a buscar trabajo y él no la dejó, en una de esas fue que él le rompió una computadora, porque ella estaba buscando trabajo. Ese hombre tiene un temperamento muy violento. 

Luego el ICBF dijo que Stephanie no tenía cómo mantener a la niña y como su papá sí podía, ella tenía que visitar a la bebé en la casa de él. Y fueron varias veces que él la sacó a la calle de noche y sin un centavo, como si tirara un animal, sabiendo que ella no tenía nadie allá en Colombia. La familia de él tampoco la ayudaba, ella los llamaba llorando y no hacían nada.  Mi niña se puso delgada, tenía muchas ojeras, la notaba muy nerviosa y asustadiza. 

Luego, no recuerdo bien si antes o después del cumpleaños de la niña, él me llamó como a las dos o tres de la tarde y me dice, después de veinte mil malas palabras: «Mire, señora, si usted no manda a buscar a su hija yo sé cómo se la voy a mandar a usted, en una caja». Cuando él me dijo eso yo empecé a llorar, llamé a Stephanie y le dije «Mira, Stephanie, si tú no vienes ahora mismo yo te voy a ir a buscar y te voy a traer. Ese hombre ya te amenazó de muerte otra vez, varias veces, pero ahora lo dijo de muy mala forma. Ese hombre está muy nervioso y si sigue así te va a matar, Stephanie».

El ICBF debe averiguar muy bien cuál de los padres está en condiciones de tener a la bebé. Si a esa niña le pasa algo en manos de ese señor, ellos son los responsables.

Guillermo no quiere entregar a la niña, ¿por qué? Para tener sometida a Stephanie. Cuando él amanece de mal humor, ella dura cinco, seis o siete días sin hablar con la niña. Él la bloquea y nadie le contesta. Stephanie habla con la niña solo cuando a él le da la gana. Incluso he escuchado y he visto los videos que Stephanie tiene donde, estando en el carro, ese señor insulta a Stephanie, diciéndole de todo delante de la niña y ha puesto a la niña también a que la insulte.

Cuando él se molesta llama a Stephanie y le dice: «Tú me debes lo del apartamento, el alquiler, me debes los dos años que estuviste aquí, los dos años que yo te mantuve en Colombia», todo eso se lo cobra. Cuando él no encuentra con quién desahogarse, con quién pelear, llama a Stephanie, porque sabe que es la única que tiene que soportarlo porque él tiene su hija.

Ahora que Stephanie vive en Santo Domingo estoy un poco más tranquila. Pero aún vivimos con miedo, con nervios, porque no sabemos lo que ese señor pueda hacer. 

A Stephanie la conozco hace más de 10 años. Para el momento que todo sucedió yo creo que tenía meses o un año que no hablaba con ella. Entonces la saludé,  le dije algo como: “Hola, ¿cómo estás?” Una conversación de amigos, totalmente sana. No estábamos hablando de nada que no tuviera que ver con el nacimiento de la bebé y de cómo había sido ese proceso.

Entonces parece que este tipo, Guillermo Rodríguez, vio que nosotros estábamos platicando y automáticamente asumió que teníamos una relación. De un momento a otro me siguieron contestando el chat, pero en otro tono, como si fuese Stephanie pero ya con mensajes muy cariñosos. Entonces yo pensé que algo no estaba bien, porque obviamente yo sé que mi relación con ella es de amigos. Mi intuición me dijo “esta no es Stephanie”.  Además, ella me había dicho, justo antes de que naciera la bebé, que él era muy celoso y que la verdad no estaba muy a gusto con él. Entonces mi intuición me dijo “ha de ser de este tipo“ y corté la conversación por chat. 

Cuando él se dio cuenta de que yo ya no le estaba contestando me llamó así súper enojado, o sea, una persona totalmente fuera de sí. Yo me imaginé que estaba borracho o drogado porque ni siquiera podía hablar de lo furioso que estaba. Ni siquiera podía respirar, creo. Recuerdo que dijo que Stephanie era una prostituta. Me amenazó de muerte, no me dejaba de repetir que me iba a matar, que iba a matar a Stephanie, me decía “te voy a investigar, tú no sabes con quién te estás metiendo, yo soy súper poderoso y en cinco minutos voy a tener toda tu información y de dónde estas”. Stephanie sí me había comentado que él tenía cierto poder en Colombia. Y así como lo escuché la verdad me dio bastante miedo, no por mí, pero dije “este le va a hacer algo a Stephanie ahorita”.

En la llamada que me hizo Guillermo me dio la impresión de que él estaba maltratando a Stephanie físicamente mientras me hablaba. Como que forcejeaban o algo así y colgaba. Luego me llamaba y volvía a colgar, y llamaba otra vez.  Ella estaba llorando. Yo quedé muy mal después de esa llamada. Ella me buscó por Instagram esa madrugada y me mandó una foto en que se veía cómo Guillermo le había pegado en el rostro.

Desde ese día él empezó a acosarme mandando mensajes, llamándome. Pasaron semanas, meses donde el tipo se obsesionó conmigo. Se lo comenté a Stephanie, le dije “este tipo me sigue marcando, pero siempre está borracho”. Me siguió llamando durante casi un año. 

Ella vivió todo el maltrato en Colombia. El tipo la mandó vivir fuera de la casa, a veces la dejaba en la calle… inclusive me tocó pedirle Ubers desde México porque ella no tenía literalmente nada de dinero para moverse. Vivió una etapa bastante fea de mucho maltrato en todos los sentidos.

 

Chat de Instagram entre Stephanie y Julián el 16 de marzo de 2018.

Stephanie y yo fuimos a pasear y a conocer Colombia en diciembre de 2016. En Bogotá una vez salimos a la Zona T y ahí conocimos a Guillermo. Él se acercó a nosotras, específicamente le gustó Stephanie y quiso entablar una conversación con ella. Se veía agradable, era súper caballeroso. Stephanie se quedó con el contacto de él y quedamos en vernos en otra ocasión. Un día fuimos a Monserrate, se nos hizo de noche y él nos pasó a buscar porque no teníamos cómo salir de allí. 

Stephanie es una persona muy tranquila, es muy suave, no sabe lo que es discutir. Yo pienso que él vio esa esa forma de ser de ella y pensó que la podía dominar con facilidad. Ella era una víctima perfecta para él. 

Stephanie comenzó a comentarme de los abusos de él cuando ella quedó embarazada, porque al principio él se pintaba como un hombre caballeroso, interesado, una persona buena… Stephanie no tenía conocimiento de cómo era realmente. 

Cuando ya estaba embarazada fue que él empezó con esa forma fea de ser. El momento donde yo más me asusté fue cuando ella se fue a la casa refugio. Me comuniqué con su mamá y ella me dijo que Stephanie estaba en una casa refugio y que iba para Colombia. Yo hablé con Guillermo y él me empezó a decir que convenciera a Stephanie de que saliera de ahí, que él no entendía ella por qué lo había denunciado. Yo le dije: «¿Tú no sabes por qué ella huyó de ti? Porque tú la maltratas». Y él decía: «No, yo no la maltrato, eso no es verdad», se hacía el inocente.

Como yo no lo apoyé, dejó de portarse bien conmigo, me dejó de hablar. Stephanie tuvo que salir de la casa refugio porque la niña se enfermó y él quería quitarle a la bebé. Tuvo que quedarse en la casa de la mamá de él y luego se tuvo que mudar a la casa de él y otra vez comenzaron los abusos. Él la maltrataba y de repente le pedía perdón, le decía que la amaba, pero la golpeaba y le decía de todo, le decía que era una basura, una puta y al rato le pedía perdón, le decía que la amaba, que no podía vivir sin ella, que era el amor de su vida. Una locura.

En 2019 me junté con Stephanie, la invitamos a cenar a Andrés Carne de Res de la Zona T. Estábamos en el restaurante y Guillermo me mandó un mensaje que decía: «Deja de estar emborrachando a mi mujer si quieres volver a entrar a Colombia». El mensaje lo envió con una foto en la que yo aparezco con un amigo suyo. Me mandó la foto como queriéndome amenazar para mandársela a mi pareja. Yo me río ahora, pero él estaba amenazándome diciéndome que yo no podía volver a entrar a Colombia, ¿acaso él era el dueño de Colombia?, ¿qué iba hacer él para evitarlo?, ¿me iba a mandar a matar? Él borró el mensaje después de que yo lo leí.

 

Captura de pantalla del chat entre Gabriela y Guillermo Rodríguez en donde se ve que él eliminó un mensaje.

Caso N.2 Jimena*

Violencia física, violencia psicológica, violencia verbal, acoso y abuso sexual, amenazas y manipulación. Agresiones ocurridas entre 2018 y 2020.

Yo conocí a Guillermo finalizando 2018. Él se presentó como un abogado muy ilustre que había participado en la defensa del expresidente Uribe y, cuando comenzamos a salir, me comentó a grandes rasgos la situación con Stephanie. En ese momento dijo que ella era de República Dominicana, que tenían una hija y estaban juntos porque ella no tenía con quién irse a su país. Recuerdo que empezó a hablar pestes de ella y aseguraba que su expareja trataba mal a la niña. Yo pensaba: «Pobrecito, voy a esperar a que Stephanie se vaya». 

Cuando empezamos a vernos él me invitaba a comer. A las dos semanas de nuestra primera salida en pareja, empecé a ver comportamientos suyos que no me gustaron. Por ejemplo, yo ponía una foto en mi WhatsApp (porque tengo un negocio y suelo hacer la publicidad de mis productos) y el tipo de una vez me decía: «No puedes poner esa foto en WhatsApp». A mí me molestaba su actitud y una vez le dije: «Yo pongo lo que yo quiera». En esa ocasión él se puso serio y me dijo: «No puedes, está prohibido». Eso me estaba incomodando mucho, pero como era tan atento, no lo vi como algo tan grave en ese momento. Después sus amenazas empeoraron cuando yo subía fotos. 

Mensajes de Guillermo a Jimena* donde le reclama por su foto de perfíl de Whatsapp.

Recién comenzando nuestra relación, el tipo me dijo: «Necesito que me prestes una plata yo te la entrego pasado mañana». Yo no le vi problema porque él era un abogado muy prestante y se la di. De hecho no le hice firmar absolutamente nada y ahí fue cuando comenzó todo, porque cogió esa deuda para manipularme. Después de eso, él empezó a decir que si yo salía a algún restaurante, si alguien me miraba o yo volteaba a mirar, yo era una coqueta, una perra, una sidosa, mejor dicho, de todo. Entonces yo dije: «Mira, a mí esto ya no me gusta, déjame en paz». Pero el tipo empezó a averiguar toda mi vida en redes sociales, me daba miedo. 

Cuando discutíamos por sus celos, él solo decía: «Mira, perdóname. Yo sé que no te tuve que tratar así» y yo aceptaba sus disculpas por temor a que hiciera algo más, porque tenía arranques de violencia muy fuertes.

Estuve con él en un hotel en un viaje que hicimos juntos y me tomó una foto desnuda, obligada, porque con él todo era con amenazas. Recuerdo que le pedí que la borrara, pero él no quiso. Por esa época él empezó a hacerse amigo de todos los compañeros de la universidad de mi hija y me decía, cuando quería verme: «Si tú no sales ya, empiezo a publicar tu foto en las historias, para que todos los amigos de tu hija empiecen a verte desnuda». 

Cada vez que yo iba a hacer algo distinto a verme con él, me decía: «Vea, perra hijueputa, si usted no sale en este momento, si usted no se ve conmigo, publico ya sus fotos». Entonces, yo accedía a ir con él por puro miedo. Después de todo eso no pude volver a salir con mis amigos porque cada vez que salía el tipo me llamaba insistentemente, tanto así que 80 veces por la noche era poquito. A veces me llamaba, se masturbaba y yo tenía que verlo obligatoriamente. Era asqueroso. Otras veces me acosaba, decía que se iba a matar, que dejaba de vivir por mí. Cuando yo dejaba el celular en silencio, al otro día el tipo se ponía como un loco y me amenazaba.

Historial de llamadas y chats de Jimena* con Guillermo en el que puede verse que hacía múltiples llamadas durante la noche y usaba expresiones amenazadoras contra ella cuando se negaba a contestar.

Guillermo me hizo ir obligada a un hotel en el norte de Bogotá, finalizando el 2018. Allí me dijo que era una perra, una zorra. Yo me encerré en el baño y decía: «Dios mío, ¿qué hago?». Él golpeaba durísimo en la puerta para que le abriera y mientras tanto seguía gritando que yo era una perra. Me tocó tratar de calmarlo, suavizarlo. Él decía que se iba a suicidar, se trepaba en la ventana del hotel y yo, ya desesperada, le decía: «Si se va a matar, mátese, porque ya no puedo más». 

Cuando estaba más tranquilo me pedía perdón y yo aceptaba para salir de esa situación. Llegué a mi apartamento vuelta nada, golpeada y llena de morados por todos lados, porque él me zarandeaba. Lo que hizo conmigo no tiene nombre. 

Yo tuve las pruebas de que él me golpeó porque alcancé a tomarme las fotos, pero no pude meterlas en el Drive porque él cogió mi celular y lo partió por la mitad, sacó la SIM y se la entregó a los guardaespaldas. Esa fue la primera vez que me rompió un celular.

Después de eso empecé a tener contacto con Stephanie y yo le dije: «Mira lo que me hizo Guillermo», porque ella es testigo de lo que yo viví. Ella me decía: «Jimena*, eso es una cosa sin retorno, tú tienes que denunciar». Yo decía: «Pero es que acá no pasa nada, estoy yo sola, el tipo tiene poder, el tipo me amenaza, ame da miedo que yo haga algo y él haga algo contra mi hija porque ya sabe dónde vivo». 

Unas semanas después él quería estar conmigo y le dije: «Tú eres un asqueroso, yo no quiero, me da repugnancia». Y él me cogió en el apartamento obligada, me tocó ponerme en posición fetal en la cama y el tipo me daba patadas como si fuera un muñeco de trapo. Lo único que yo hacía era ponerme en posición fetal y rezaba: «Dios mío, que a este tipo se le acabe la neura, la histeria». Pero me cogió así, a pata, y me daba durísimo. 

En otra ocasión me cogió a la fuerza, llegó adentro mío sin mi consentimiento y no pude hacer nada. Obviamente, al otro día me tomé la pastilla del día después, porque el tipo me quería dejar embarazada. Él tiene algo con el cuento de los bebés, con que perdió un bebé y quería tener otro, entonces es como si quisiera dejar embarazadas a las mujeres que están con él. No sé. Él tiene su rollo de infancia. Una vez me contó que el papá golpeaba a la mamá. 

Una vez, estando en su apartamento, él empezó a insultarme y le dije: «Guillermo, acá está su hija, yo no quiero tener peleas, respete a su hija porque la niña está viendo todo esto». Entonces, como lo vi tan loco, cogí a la niña y le dije: «Guillermo, usted le puede hacer algo hasta a la niña». Yo salí corriendo con su hija en brazos por el corredor y el tipo decía: «Usted se va a robar a mi hija». En ese momento yo le grité: «¿Cómo le voy a robar a su hija? Me da miedo lo que usted pueda hacer contra ella, porque usted es un tipo loco».

Dejé a la chiquita en el cuarto y empecé a llamar a los conocidos de Guillermo buscando ayuda. Yo le gritaba que me dejara salir porque me tenía encerrada y le pegaba con un bolso porque no tenía con qué otra cosa defenderme. Él tenía un video de ese momento y una vez lo publicó en una historia sin audio donde me hizo ver como una loca. Yo necesitaba escaparme y mi única defensa era pegarle y gritarle: ¡Déjeme en paz, suélteme! Intenté llamar a la Policía, pero nunca me contestaron, entonces me tocó calmarlo y esperar a que se durmiera para salir del apartamento. Al final, me tocó tratarlo suavecito, acostarme con él y pude irme apenas se durmió. Fue una pesadilla. 

Yo pedí ayuda a los papás de Guillermo y no sirvió de nada. Le escribí a la mamá: “Usted cómo puede pretender que su hijo tenga a su nieta”, porque el tipo es asqueroso, es un depravado, una persona sin límites. Él está en un momento como un monstruo y a los tres minutos está llorando. También le recordé que a Stephanie le había sacado un revólver en presencia de ella, pero no hizo nada. 

Lo que más me da rabia es que él se burlaba de Stephanie y me decía muerto de la risa: “Ya esto lo logré meter por debajo. Todo eso quedó archivado”. Yo le decía: “¿Usted cómo hace eso con Stephanie? No sea así de canalla”, y él se reía en mis narices y decía: “Ya todo quedó archivado. Stephanie nunca va a tener todo el poder que tengo yo, como no tiene plata, como yo soy el que pago, nunca lo va a tener”. Yo le decía: “Pero ella no puede trabajar porque usted no la deja”. Eso lo sé porque ella me contó que una vez, cuando quería presentar una entrevista para el cargo de administradora de un almacén de decoración allá en Bogotá, el tipo la encerró para que no pudiera presentar la entrevista. 

Stephanie tuvo, mil veces, ganas de salir adelante en Colombia. Yo le decía: «Trate de demostrar que usted puede porque se le está quitando el derecho por la manutención de la niña». Ella no tenía cómo mantenerla. Por eso se la dieron al papá, pero nadie sabía lo que estaba pasando. El tipo la tenía en un apartamento aparte en unas condiciones precarias. Yo veía a Stephanie y ella apenas estaba sobre los 40 kilos. Además, el tipo se metía con viejas delante de ella y le decía que todas eran mejores. Ella fue muy fuerte. En medio de todo fue una mujer muy inteligente, porque aguantar todo eso y vivir la zozobra de tener una hija en manos de un monstruo es muy angustiante. Hasta a la mamá creo que la ha golpeado. El tipo no tiene mesura de nada. 

Cuando vi a Stephanie en los huesos, le dije: «Mira, yo te voy a colaborar, te doy trabajo”. Él se enteró y un día la dejó en la calle, llorando, sin un lugar a donde ir y sin un peso, porque le quitó todo. Me tocó llevármela para el apartamento. Mi hija es testigo de que ella llegó asustada, nerviosa y la vio llorando atacada. Ella se quedó ese día a dormir en mi apartamento de Bogotá y empezamos a ayudarnos, pero con las amenazas y todo mi hermana y mi hija me dijeron: «No te metas más con Stephanie porque de pronto él nos puede hacer algo. Yo sé que tú quieres ayudar, pero el tipo es malo y va a poder hacer algo contra nosotras». Entonces me alejé. 

Una vez que iba para Bogotá el tipo me llamó y yo escuchaba cómo golpeaba a Stephanie y le decía que por culpa de ella él no se podía meter conmigo. Yo le decía: «Guillermo, cómo la va a golpear, déjeme sola, no quiero estar con usted». Y Stephanie me llamó llorando: «Mira, me está golpeando». Una cosa terrible. Lo más preocupante de todo esto es que él tiene a la niña en este momento y sé que, mientras la niña estaba en su cuarto, él se metía a masturbarse en el otro llamando viejas. No respeta a la hija. El tipo no quiere a la niña, la tiene como un sistema de manipulación para controlar a Stephanie. Recuerdo que le dije a ella: “¡Esto no tiene salida,tienes que irte para República Dominicana! Hay que buscar la forma de que a la niña la saquen de acá”. 

Ver todo lo que le estaba pasando a Stephanie y lo que yo misma estaba viviendo con él me acabó psicológicamente y eso que yo me considero una persona fuerte de carácter. En cuatro o cinco meses acabó conmigo, con todo. Yo también estaba mal y sentía que no tenía salida porque me atacaba incluso con mis negocios. 

Yo tengo varios locales comerciales en mi ciudad y él me amenazaba con sus supuestas conexiones: «Si no te ves conmigo, yo soy amigo de alguien de la DIAN». Ahí me mandaba mensajes donde él le decía a un supuesto funcionario: «Le tengo un pez gordo en equis ciudad». Todo eso para amenazarme: «Te va a llegar la DIAN y van a acabar con todos los locales». Así me amenazaba en las madrugadas cuando yo no quería salir a verlo. Me tenía vuelta nada, llorando, hasta que me hacía salir con él. Si no me presentaba, me decía: «Mira, si tú sigues así, si tú no te ves conmigo, yo te acabo y no te voy a volver a dejar salir del país». Fueron meses muy angustiantes. 

La última cosa que me hizo fue cuando yo me fui de vacaciones para Cancún con mi hija en julio de 2019. Días antes me dijo: “Jimena, yo te quiero entregar tu plata, veámonos”. Yo le dije: «No, a mí me da miedo». Entonces él me dijo: «Te lo juro, yo quiero que terminemos bien, voy a entregarte la plata. Yo te recojo y te llevo a un restaurante, Ahí hablamos». Cuando llegamos me senté en una barra y el tipo me dijo: «Usted de acá no se mueve porque usted es una perra.” Y me gritó: “¡Perra hijueputa!”. Yo sé que toda la gente se dio cuenta porque él me gritaba al oído y yo me puse a llorar. Le dije: «No me aguanto más, yo me voy de acá». Salí corriendo y él me siguió diciendo: «Espérame que yo te llevo». En la salida del negocio me cogió a la fuerza y me metió en la camioneta. 

Cuando llegamos a mi apartamento le dijo a los escoltas que se bajaran de la camioneta y me dijo: « me tienes que mostrar las facturas del viaje porque yo sé que tú estás con alguien más y ese es el que te va a llevar a Cancún». Yo le dije: «No le voy a mostrar facturas a nadie, yo me voy con mi hija, tengo un viaje. ¡Déjeme salir ya!». Cuando intenté salir, me cogió de las manos y me dio puños en el estómago. Para defenderme le di un patadón en el miembro y salí corriendo. Esa vez fue terrible porque me dijo: «Yo te espero acá, si yo no quiero tú no te mueves». No pude salir sola y al final me tocó irme con él y mi hija hasta el aeropuerto. Ella no sabía nada. Guillermo me dejó en Migración para asegurarse de que yo no entraba con nadie más.

Un día durante el viaje me llamó a amenazarme y me decía que era una “perra sidosa llena de sarna, que iba a acabar conmigo, que no sabía de lo que él era capaz”. El tipo tiene problemas de personalidad porque me hablaba como si fuera un narco y hacía voz como de paisa. Luego pasaba a su voz normal y en algunos momentos se ponía a llorar como un niño. En ese viaje publicó mis fotos desnuda y las compartió en las historias con los amigos de mi hija. Él sabe que ella es lo que más quiero y por eso me manipulaba con ella.

Guillermo llama a Jimena* mientras están en el hotel en México, la insulta, la amenaza y asegura que va a publicar más fotos íntimas de ella. La voz de Jimena* fue modificada para proteger su identidad.
Varias horas después de la primera llamada, Guillermo vuelve a llamar a Jimena* para pedirle perdón. La voz de Jimena* fue modificada para proteger su identidad.

A raíz de eso yo le dije: “Mira, yo no tengo escapatoria, voy a empezar a hablar y a hacerlo públicamente”. Lo primero que hice fue, en medio de la angustia, escribirle a Publimetro. Tengo dos correos donde le escribí a ese medio pidiendo ayuda, entre el 2019 y comienzos de 2020. Los correos estaban dirigidos a Miguel Ruíz y en ellos le reclamaba al medio por tener a una persona así. También aseguré que sabía de otras mujeres que estaban siendo maltratadas y les pedí ayuda. Nunca me respondieron. 

Correos electrónicos enviados por Jimena* a Publimetro entre octubre de 2019 y febrero de 2020 pidiendo ayuda. 

***

Esta alianza periodística habló directamente con Alejandro Pino, director de Publimetro, para saber si el medio había recibido los correos de Jimena. Sobre esto, Pino aseguró que leyó y respondió el segundo email enviado por Jimena, pidiéndole evidencias que respaldaran su denuncia. También nos contó que, luego de haber leído y respondido el email, confrontó a Guillermo para saber su versión de los hechos denunciados, a lo que el abogado respondió diciendo que se trataba de una exnovia con la que tenía un asunto personal sin resolver y que las denuncias eran falsas. 

De acuerdo con Pino, dado que el medio no recibió las pruebas requeridas, no se tomaron medidas para interrumpir la publicación de las columnas del abogado en ese momento. Sin embargo, en agosto de 2021, el director de Publimetro recibió una llamada de Beto Coral pidiéndole explicaciones por los correos de Jimena. Allí Pino dialogó con Coral, quien le facilitó las pruebas que tenía sobre ella y otras mujeres que aseguraban ser víctimas de violencia por parte de Guillermo y, basado en esta nueva evidencia, Publimetro suspendió la participación del abogado en el medio.  Pino confrontó de nuevo a Rodríguez y manifestaron a través de un trino, publicado el 30 de agosto de 2021 desde la cuenta de Publimetro, que Rodríguez ya no hacía parte del equipo de colaboradores ad honorem del medio.

***

Después del segundo mensaje, enviado en febrero de 2020, Guillermo me llamó y me dijo que qué me pasaba, que yo cómo les estaba escribiendo a Publimetro. Yo le dije: “Si me toca hacer esto público, lo hago, pero su vida pública también se le va. Yo no voy a esperar nada. Si me toca ir a las emisoras a hablar sola, lo hago”. Yo no tenía a nadie… por miedo nunca le conté a mis papás. A mí me daba pena decir: “¿A qué horas me enredé con un tipo de esos?”. Me daba pena decir que me golpeaba, que abusaba de mí y más porque yo tengo una hija y ella no sabe todo este cuento. Mi hija sabe sobre la foto que él publicó donde estoy desnuda, pero no sabe todas las amenazas, los golpes. Esa fue la única manera en que yo logré que Guillermo desapareciera de mi vida. Cuando les escribí por segunda vez, él me dejó de llamar y me dejó de escribir. 

Nunca me pagó la plata. Antes de los correos de Publimetro, él siempre me citaba y me decía: «Mira, yo solo quiero encontrarme contigo para tu plata, no más, yo te entrego como un caballero la plata en tu mano». Yo le decía: «Yo no voy a volver, consígneme a una cuenta y listo». Nunca me devolvió nada, lo que hizo fue romperme todo, acabar con todo lo mío. La segunda vez que me rompió un celular fue porque me llamó para decirme que me tenía la plata, me vi con él, me quitó el teléfono y lo rompió. Mi hija es testigo de eso. Ojalá se pueda hacer justicia. 

A principios de 2019, recién lo conocimos, Guillermo se mostraba como un hombre muy tranquilo al que le gustaba hacer planes fuera de la casa. A veces me parecía un poco raro que mi mamá no le contestaba las llamadas o los mensajes y una vez me di cuenta de que él le cogía el celular y respondía por ella, porque en el chat ella a veces me hablaba raro. En parte no me parecía bien, pero como todo en su relación empezó normal no le presté atención. Luego las cosas empeoraron. Una vez que ella llegó con un morado y me dijo: “Es que nos caímos de la moto con Guillermo”, pero luego me enteré de que había sido un golpe que él le había dado. 

Una vez mi mamá me dijo: «¿Oye, será que puedes recibir a la prima de Guillermo? Ella acaba de llegar al país y se peleó con la familia de él». Yo pensé: «Si mi mamá me dice que la reciba, yo lo hago». No era la prima de Guillermo, era Stephanie, pero yo no caí en cuenta de eso sino tiempo después. Yo le comenté a mi tía que a mí me parecía raro que mi mamá me dijera que debía recibir a una prima de Guillermo, pero ella me dijo: «Déjala en la casa y mira si hablan algo». Yo la dejé entrar al apartamento, le di comida porque no había comido nada y estaba llorando. Recuerdo que le dije que si se quería quedar más días no había problema, yo la recibía con todo el gusto. Le di las llaves de mi apartamento por si necesitaba entrar y salir, pero ella se fue esa misma noche. Mi mamá en ese punto sabía que era la mamá de la bebé de Guillermo, pero a mí me dijo que era la prima para que la recibiera. Ahora que hago conexión con lo que estaba pasando, debió ser una de las tantas veces que él la sacaba del apartamento, porque creo que en ese momento ella no tenía un lugar propio donde vivir en Bogotá. 

Había mucho misterio en la relación entre Guillermo y mi mamá, por eso las situaciones que ellos vivían me parecían extrañas. Yo la he notado en otras relaciones y recuerdo que de otras parejas ella hablaba con emoción, pero con él decía: “Me toca ir donde Guillermo” y cuando le contestaba el teléfono, porque le tocaba contestarle, o si no el señor se volvía loco, ella le hablaba sin amor. 

En julio de 2019 viajé con ella a Cancún y él nos acompañó hasta el aeropuerto, súper querido, normal. Un día, cuando estábamos en Cancún asistiendo a una reunión para hacernos socias del hotel, hablamos con un señor de edad. Mi mamá probablemente le dijo eso a Guillermo. Seguramente en su cabeza él pensó muchas cosas y empezó a insultarla porque estaba “con un viejito” en un encuentro de índole sexual. 

Ese día yo vi que crearon unas cuentas de Instagram con fotos de mi mamá desnuda y empezaron a seguir a mis amigos de la universidad y a mí. En la foto de perfil estaba mi mamá sin nada en la parte de arriba. Yo quedé en shock y ella también. Llamé a mi tía, le conté lo que estaba pasando y me di cuenta de que mi mamá estaba peleando con Guillermo, ahí hallé la conexión. Él le decía a mi mamá que no estaba haciendo nada de eso, pero la situación era muy rara porque en la foto completa mi mamá se veía rara, como distante de la realidad.

También alcanzó a subir un vídeo en el que ambos estaban discutiendo en el apartamento y todo el mundo empezó a llamar a preguntar qué estaba pasando. Obviamente fue un momento tenaz porque saber que hay alguien que está subiendo fotos de tu mamá desnuda es muy difícil y, en este caso, todo era culpa de una rabieta de él. 

Por la tarde se calmó un poquito la situación, pero volvió a crear otro perfil. Después, empezó a llamar. Nosotras suponemos que tuvo que haber ido a un bar porque en los audios de la noche era evidente que estaba tomado. Atambién me llamó, me insultó y me dijo que yo era una perra, una alcahueta por permitir que mi mamá estuviera en habitaciones con viejitos y yo le decía: «¿Guillermo, tú de qué hablas? Hemos estado las dos todo el tiempo». 

Todo el día nos tuvo en esas y en la noche nos fuimos al cuarto porque no habíamos podido almorzar. Ahí empezó a llamar de nuevo y decidimos grabar los audios. Trataba mal a mi mamá, la insultaba y todo por un show de celos, porque él creía que “el viejito” con el que mi mamá estaba se había quedado con ella teniendo relaciones sexuales.

Después de eso se calmó y a los días siguientes ya no le contestamos, volvimos a Colombia y, si no estoy mal, yo le dije a mi mamá: «Esto termina con este señor acá, lógicamente no pueden seguir», pero ella seguía hablando con él y yo no entendía que estaba siendo presionada por él con amenazas. Él no la dejaba en paz. Era una situación desesperante. Lo tengo bloqueado de, al menos, cinco números de WhatsApp y cuatro cuentas de Instagram. También le escribió a mi tía que quería hablar con ella y seguramente ella también lo bloqueó. Él siguió presionando, creo yo, como dos meses más, como hasta septiembre, cuando desapareció definitivamente. 

Cuando volvimos a Colombia, mi mamá me dijo: “Voy a bajar a hablar con Guillermo”. No era lo que yo quería, pero preferí no meterme. Él estaba en la moto de él y al lado estaba la camioneta con el escolta. Estaba muy atenta y empecé a escuchar que mi mamá gritaba: “¡Policía!”, porque al lado había un CAI. En ese momento yo bajé a preguntarle a Guillermo qué estaba pasando y él me dijo: “No sé, tu mamá está haciendo show”. Lo que pasaba, según me dijo mi mamá después, era que él le había quitado el celular y lo había dañado. Guillermo decía: “No, yo no hice nada”, mientras yo le preguntaba a mi mamá dónde estaba el teléfono. Guillermo se lo había pasado al escolta que estaba en la camioneta. Previamente, habían acordado sacar la sim card, seguramente para poder ingresar a las cuentas de mi mamá y verificar con quién estaba hablando. 

Yo estaba desesperada y me iba a subir al carro, pero el escolta no me quería abrir las puertas ni bajar los vidrios. El señor solo me pedía el favor de no pegarle al carro, pero yo estaba furiosa y le decía: “¿Qué le pasa? Devuélvame el celular de mi mamá. Cómo me va a decir que no le golpee el carro cuando usted está cogiendo un objeto que no es suyo, ¡devuélvamelo!” Me lo entregó roto. En su momento nosotras no caímos en cuenta de que él había cogido la sim card. No era el primero que le rompía, era el segundo. Subimos y el celular seguía funcionando, pero no le entraban notificaciones, entonces lo revisamos y la sim card ya no estaba. Le empecé a escribir a Guillermo que por qué era tan abusivo, que la devolviera, y cuando yo le escribía al número de mi mamá entraban los mensajes.

Él decía: “Yo no tengo tu sim card, ¿cómo se te ocurre que yo voy a tener eso? ¿Por qué dices esas cosas?”. Pero se contradecía porque, incluso, después mandó al escolta a devolver la sim card en una bolsita. Con eso accedió a la cuenta de Instagram de mi mamá y empezó a cambiar las contraseñas. Después de eso yo le decía: “Mami, no entiendo cómo sigues con ese tipo”. Ella me decía: “Prácticamente me está obligando” y no me daba más detalles. No sé cómo logró liberarse de él.

A finales de 2018 mi hermana me dijo que estaba saliendo con Guillermo Rodríguez, un abogado de Bogotá. Nosotras no vivimos en esa ciudad y se me hizo extraño porque no lo conocíamos ni sabíamos nada de su familia. Tres meses después empecé a sentirla muy obsesiva con el celular. Guillermo la absorbía hasta la medianoche, escribiéndole. En el trabajo era lo mismo, sus empleados me decían que él le hacía videollamadas todo el tiempo para saber dónde y con quién estaba. 

Nos conocimos en 2019 en una reunión familiar que hicimos en Bogotá por mi cumpleaños. Recuerdo que el evento fue en un restaurante reconocido de la capital y allí nos reunimos varios familiares y amigos con Guillermo y su hija. Jimena estaba sentada lejos de él y yo le decía: “Siéntese al lado de su novio”, pero ella replicaba: “No, acá estoy bien” y era muy apática cerca de él. Después del almuerzo fuimos a un café en un centro comercial y yo le pregunté cómo se habían conocido, él me contó que había sido por redes sociales. Le pregunté sobre la mamá de su hija y me dijo que se llamaba Stephanie. 

En ese momento quise saber si era casado y él rió diciendo: “No, yo no estoy casado, eso fue un error y yo tengo la niña”. Eso me pareció extraño y por eso le dije: “Raro quetengas la niña y no su mamá”. Él se molestó un poco y me empezó a hablar muy serio: “Es que ella es una cochina y no tiene la capacidad de cuidar a mi hija porque es una loca y yo no iba a permitir que una mujer así criara a mi hija”. Cuando quise saber más empezó a reírse y a evadir mis preguntas. Al final me dijo: “tú no entiendes que yo no estoy casado con ella, me toca sostenerla porque ella no trabaja y depende de mí. Yo le pago un apartamento a ella para que viva, pero es súper desaseada, no limpia a la niña, está loca. No sé por qué Jimena* le da trabajo a Stephanie”. 

Dejé de preguntar porque la atención del grupo se había centrado en nosotros y la conversación se había tornado incómoda. Después nos fuimos a un parque de diversiones que había en el centro comercial a llevar a su hija y a la mía. En ese momento Jimena estaba con Guillermo y un escolta de él. Rodríguez se puso súper agresivo porque alguien le había cogido el celular o algo así y comenzó a gritar. En medio de la ira le pegó un puño a un muchacho que lo estaba atendiendo y le dijo: “¡Ladrón, usted me robó, yo estoy acá con mi mujer y usted no respeta! ¡Tiene mi celular!”

Me asusté porque su niña estaba allá y estaba mi familia. Yo lo único que vi fue que mi hermana cogió a la hija de él y la alejó, yo no entendía la situación y lo único que le decía era: “Guillermo, cálmate, ¿qué pasó?” y él decía “¡No, es que él es un ladrón!” Llamaron al administrador de los juegos, pero Guillermo era muy agresivo y el otro señor se veía muy desconcertado. Yo le dije a mi hermana que nos fuéramos para la casa y Guillermo nos llevó en la camioneta de él. Cuando llegamos le dijo a Jimena que se quedara, pero ella se quería bajar del carro con nosotros. Yo siempre la noté como si la relación le impidiera ser normal, porque ella no quería quedarse a solas con él, ni se acercaba a defenderlo. Ahí me pareció muy raro. 

Subimos al apartamento y luego bajamos para ver si ella se había ido con él. Jimena se bajó de la camioneta y subió conmigo en el ascensor. Yo le dije: “Hermana, no me gusta Guillermo, si tuvo una reacción así en un centro comercial, como será una discusión entre pareja, hasta te pega o te hace algo, me pareció una reacción muy agresiva”. Ella me respondió: “Él es así, él está loco”. No le volví a tocar el tema porque era su privacidad.

Tiempo después, durante el mismo año, ella tuvo un viaje a México con la hija porque en las vacaciones siempre salían las dos. Recuerdo que su hija me llamó llorando y me dijo “Tía, Guillermo está loco, está creando perfiles en Facebook e Instagram y está publicando fotos de mi mamá desnuda y está invitando a todos mis amigos de la universidad y la familia a que los sigan y vean las fotos de mi mamá y no para de llamarla. Tía, tengo miedo que nos haga algo”. 

Llamé a Guillermo y le dije: “Usted es un abogado y sabe que lo que hace es ilegal, es suplantación de la identidad y usted está subiendo fotos de ella desnuda, invitando a la gente a que la vea así, usted está loco, respete a mi hermana y a mi sobrina”. Y él me respondió: “No sea hijueputa, no se meta conmigo, atrevida, su hermana que es una gonorrea y se está revolcando con un viejito, pregúntele con quién está por allá culeando, es una perra que me arruinó la vida”. Yo le decía: “Si es como usted dice, entonces aléjese de ella”. En ese momento mi sobrina me volvió a llamar diciendo: “Tía, está creando perfiles en todos lados, diciendo que mi mamá es una gonorrea, que es una prepago”.

Después llamó a mi hermana y ella me mandó unos audios diciendo: “Guarda esa información”. Ella quería que yo tuviera las pruebas porque él ya le había dañado un celular donde ella tenía evidencia de sus maltratos. Ella me envió los audios. Cuando los escuché le decía: “Gonorrea, lo que tienes es sarna culiando con los viejitos” y en un chat me dijo que cuando ella llegara a Colombia la esperaba la cárcel el Buen Pastor.

Ambas tenían miedo de regresar al país, pero yo le dije a mi hermana: “Déjame denunciarlo”. Ella me dijo: “No vayas a hacer nada porque de pronto nos hace algo”, así que me llené de pavor y les pedí que me enviaran todo lo que él les dijera. Guardé todas las evidencias. 

Horas después me pidió disculpas diciendo que él no era así. Él tenía dos líneas de celular, pero después apareció otra y me mandaba audios diciendo que lo perdonara o empezaba a insultarme. Al final yo lo bloqueé.

 

 

Mensajes de Guillermo a Camila el día del incidente en Cancún.

Luego mi hermana comenzó a contarme todo el maltrato y a decirme que él la tenía amenazada con los negocios y la vida de ella. Recuerdo que ella escribió dos correos a Publimetro y en el segundo dijo que si no lo paraban, sacaba todo a la luz pública. Ella me dio a entender que lo hizo para quitárselo de encima, yo le decía: “Demándelo, póngale una caución”.  Ella decía que le daba miedo porque él tenía poder en Bogotá, era el abogado de Uribe y le daba pavor. Después del tema de Publimetro, él paró. Yo le advertí a todos los miembros de mi familia que no tuvieran contacto con él para que él no tuviera acceso a mi familia, pero todavía sentimos miedo.

Caso N.3 Diana*

Violencia física, violencia intrafamiliar, amenaza de muerte, hostigamiento judicial y coerción para tener relaciones sexuales. Agresiones ocurridas entre 2016 y 2017.

Conocí a Guillermo por Facebook en el 2015 porque él me empezó a escribir. Llevaba un año pidiéndome que saliéramos. Yo en ese momento estaba viviendo en Ipiales* y estaba empezando una empresa. Él siempre me hablaba para que nos conociéramos y yo lo ignoraba, pero un día que estaba desparchada le dije: «Bueno, sí, vamos a comer algo». 

Fuimos por unas hamburguesas y me pareció chévere, respetuoso y muy amable. Seguimos hablando como amigos y un día me dijo: «¿Por qué no te vienes a Bogotá unos días, sin ningún compromiso, como amiga? En mi casa tengo otra habitación, te puedes quedar allá».  A mí me encanta Bogotá y tenía cosas pendientes para hacer allá, entonces le dije que sí. Él tenía una motocicleta de carreras y me fui a su casa por tres días para ir a pasear en la moto. Esos días se portó bien, no pasó nada raro, y yo volví a mi ciudad.

Un día, Guillermo me llamó a decirme que le habían pagado un negocio con un apartamento, pero él no podía ir a hacer el trámite, y por eso necesitaba que yo firmara eso a mi nombre. Insistió, porque supuestamente no tenía a quién más decirle y “yo era de confianza”. Yo le hice caso, me encontré con el propietario en Bogotá y firmé sin saber lo que eso me traería después.  

En 2016, como él vivía en Bogotá y yo en Ipiales*, él venía o yo iba, y así mantuvimos nuestra relación hasta que un día me dijo: «¿Por qué no te vienes a vivir acá? Tú sabes que yo tengo otra habitación, si te sientes incómoda puedes pagar arriendo y te puedes quedar allá, sin ningún compromiso, sin que te sientas presionada. Yo siento que tienes más cabida laboral en Bogotá». A mí me sonó mucho la idea y le propuse hacer una prueba, irme dos meses para ver cómo se daban las cosas, y él aceptó. Así empezamos a vivir juntos y a tener una relación más seria. 

Una vez fuimos a una exposición de arte y él estaba hablando de política con una gente, a mí esos temas no me interesan y estaba súper aburrida, entonces me puse a ver las obras de arte. Íbamos cogidos de la mano todo el tiempo, pero cuando salimos del evento me soltó la mano y empezó a decir: «¿Tú crees que yo no me di cuenta como estabas mirando a ese tipo?». Yo le respondí desconcertada: «¿Qué tipo?». Él estaba convencido de que yo estaba mirando a alguien y decía: «Sí, hágase la loca, ese tipo que estaba mirando todo el tiempo». Yo no sabía de qué me estaba hablando. 

Así empezó un episodio de celos. Recuerdo que me fui caminando para la casa y él estaba súper molesto. Al otro día amaneció como si nada, diciéndome que no se acordaba de lo que me había dicho. Como pensé que estaba tomado se la pasé, porque igual en ese momento no me insultó, yo pensé “fue un arranque de celos”. Le dije: «Tienes que dejar de ser tan posesivo y tan celoso, yo no estaba mirando a nadie y si estuviera mirando a alguien, ¿cuál es el problema?». Al final cedió y nos reconciliamos. 

Pasaron cuatro meses. El 1 de diciembre de 2016 yo estaba estudiando y cuando salí de la universidad él me llamó. Ese día me dijo que estaba celebrando porque le había salido un negocio y me propuso que fuéramos a cenar a un restaurante muy reconocido del norte de Bogotá. Cuando llegué él ya estaba alicorado y él es una persona que tiene problemas con el alcohol, porque cada que toma se pone agresivo. 

Estábamos comiendo y de la nada se quedó mirando fijamente un punto. Volteé a mirar y vi que había un señor que me estaba mirando, yo solo lo miré con desinterés y no dije nada. Allí empezó de nuevo: «¿Te gustó? ¿Te quieres ir con él? ¡Vete! Yo he salido con reinas y con modelos, tú no eres nada. Mírate, tú no vales nada, eres una perra, una prostituta», me dijo de todo.  A mí me da mucha vergüenza hacer escándalos públicos y por eso no dije nada, me paré y me fui. Como yo vivía con él no tenía llaves de la casa ni cómo entrar, entonces me metí en el carro de él, donde estaban los guardaespaldas, y él me miraba desde adentro del restaurante con cara de que quería matarme. Luego entró al carro y estuvimos en silencio todo el camino hasta la casa. 

Cuando llegamos al apartamento empezó todo. Cerró la puerta y empezó a insultarme de todas las formas y a decirme que cómo se me ocurría a mí dejarlo tirado, que yo era una don nadie, que se las iba a pagar, que me iba a destruir mi vida laboral, que yo no sabía con quién me había metido. Me amenazó con mi familia, que le iba a hacer daño a mi mamá, que él sabía dónde vivía. Desde las 12 de la noche hasta las 3 de la mañana estuvo insultándome sin parar, sin respirar un segundo, solo decía: «Perra, puta, prostituta, te voy a destruir» y cosas así durante tres horas. Me acuerdo que yo solo lloraba y estaba en posición fetal porque tenía mucho miedo. Le decía: «Si me va a matar, máteme ya, pero deje de decirme cosas». 

En la madrugada dijo que iba a dar una vuelta para pensar. Salió del apartamento y me dejó con llave. Fue aproximadamente una hora y mientras no estaba yo empaqué todas mis cosas, fui al computador de él y borré toda mi información personal, porque él tenía fotos mías, mi correo, mis contraseñas, entre otras cosas. También tenía una cámara y eliminé de ahí mis fotos. Hice mis maletas y las puse en la otra habitación y me hice la dormida. Él llegó y lo primero que hizo fue abrir mi lado del armario. Yo creo que ya lo sospechaba y, como vio que no había nada, empezó a sacar las cosas de mi maleta y a tirarlas al piso. Luego, tomó mi billetera y empezó a sacar todos mis documentos, a reírse de mis cosas.

A las 5 de la mañana me dijo: «Bueno, me voy a ir a dormir y usted se va a ir conmigo y vamos a tener relaciones». Ahí me obligó a acostarme con él y yo no hice nada para detenerlo porque tenía miedo. Él se quedó dormido y yo esperé que estuviera bien profundo para tratar de salirme de la cama y encontrar mi celular. El teléfono que yo tenía en ese momento estaba descargado y se demoraba en prender.  Cuando pude encenderlo, le escribí a mi mamá todo lo que estaba pasando y ella me dijo: «Vete a la casa de tu tío, él te está esperando». 

Empecé a coger mis cosas y a tratar de salir cuando llegó la señora del aseo y me dijo:  «No, yo no la puedo dejar salir de acá». Y yo le dije: «¿Cómo así?». Me respondió con mucho miedo: «Sí, es que me meto en problemas». Recuerdo que me dio mucha angustia e intenté apelar a los sentimientos de la señora diciendo: «Pero usted tiene una hija, por favor, entiéndame, ese señor está loco, déjeme salir, por favor», le dije.  

En esa discusión con ella, él se despertó y llegó con otra actitud: «Princesa, ¿qué estás haciendo? No te vayas. Amor, mira, podemos arreglar esto. Ven acá, hablemos». Entonces fuimos a la habitación y empezó a hablarme, a decirme que lo perdonara y que no se acordaba absolutamente nada de lo que me había dicho. No le creí nada, pero opté por hacerle creer que lo había perdonado, ya que por las malas no había podido salir y me iba a tocar por las buenas. Él me dijo: «Mira, para que te quedes más tranquila, si quieres yo me quedo en la casa de mi mamá y tú te puedes quedar acá». Acepté. 

Esa noche se fue a la casa de la mamá bien tarde y yo empecé a hacer maletas otra vez para irme bien temprano antes de que llegara, pero cuando iba a salir del edificio los porteros me dijeron: «No, yo no la puedo dejar salir sin autorización yo no sé si usted se está robando algo». Le dije al portero: «Mire, si usted quiere, revise todas mis cosas y si ve algo que no sea de mujer ahí, quédeselo, pero déjeme salir». Le rogué, le imploré y empezó a revisarme las cosas. En esas llegó uno de los guardaespaldas de turno y llamó a Guillermo. Cuando bajó, empezó a decirme: «No te vayas». Yo le insistí mucho que me quería ir y él me dijo: «Listo, vete, pero devuélveme el apartamento que está a tu nombre». Yo le dije: «De una, si quiere vamos a una Notaría ya mismo y le devuelvo eso. A mí no me interesa tener nada que tenga que ver con usted y ni siquiera sé de qué negocio raro es eso». 

Horas más tarde fuimos a la Notaría y el tipo me quería hacer firmar un poder general. Cuando empecé a leer todo eso y me di cuenta de que le estaba cediendo todo lo que estaba a mi nombre, fui a preguntarle una persona de la Notaría y le dije: «Mira, es que necesito un poder para un apartamento pero me pasaron esto». Y la señora me dijo: «No vaya a firmar eso, tiene que firmar un poder por el apartamento, pero no por todo». Yo le dije a él: «No te voy a firmar eso. Necesito un poder por el apartamento, no por todo lo que dice acá». Y empezó a decirme que yo era una muerta de hambre, una ladrona. De ahí salí corriendo. Ya tenía mis maletas listas y cogí el primer taxi que vi en la calle y me fui a la casa de mi tío. Allí contacté a una abogada para darle un poder y no tener que verle la cara a Guillermo por lo del apartamento.

Fotografías de la copia del poder general que Diana* alcanzó a guardar.

Ese día, el mismo que logré zafarme de él, fui a una Comisaría de Familia porque nosotros vivíamos juntos, y lo denuncié. Así lo hice por consejo de mi hermano que es abogado. Recuerdo que días después yo estaba en una Notaría solucionando lo del poder con la abogada y Guillermo llegó cuando yo iba saliendo, como si supiera donde estaba. El tipo iba llegando en un carro y eso fue de película porque, cuando lo vi, empecé a correr en la calle buscando un policía y no había ni un alma. Me metí a un centro de salud que había y pedí ayuda, pero la gente me miraba como una loca. Él estaba detrás y me decía: «Ven, tranquila, hagamos esto por las buenas, todo bien, vamos a firmar lo de la Notaría mañana tú y yo, lo del apartamento, no pasa nada, tranquila».

Denuncia interpuesta por Diana en contra de Guillermo Rodríguez por las agresiones de las que fue víctima.

Cuando fui a la Notaría a hacer el traspaso del apartamento, él llegó con flores y con un regalo. Lo recibí para suavizarlo: «Sí, súper querido, gracias. Nos vemos en otra oportunidad, volvámonos a enamorar, a conquistarnos. ¡Ay! sí, súper buena idea, vámonos de viaje a hacer un tour por la sabana». Firmamos esos documentos, me fui y lo bloqueé. Cambié de celular, la cuenta de banco y todo lo que él pudiera conocer de mí porque yo pensaba: «Este tipo puede poner plata que no es mía y me mete en quién sabe en qué problema». Cambié todo. Eliminé todo. 

Después de las denuncias en la Comisaría, iba a pedir una medida de protección y para eso sí lo citaron a él. Ese día yo estaba en pánico, me fui como una hora antes, hablé con las personas que estaban ahí y les dije: «Miren, es que yo no quiero verme con él porque a mí me da mucho miedo, no sé si hay alguna posibilidad de que no esté presente». Y ellos me decían: «No, tiene que estar acá».

Medida de protección solicitada por Diana* en 2016.

Como él se demoró en llegar, me ayudaron a tramitar todo súper rápido y me otorgaron la medida de protección para curarme en salud y que él no me pudiera hacer nada. Si algo me pasaba, él era el único responsable. El tipo me escribió por correo diciéndome: «Acabo de recibir la medida de protección». Trató muchas veces de contactarme para que yo se la quitara, pero nunca lo hice. De hecho, luego de la agresión le envió una carta a mi mamá pidiéndole disculpas por lo que había pasado.

Carta de Guilermo a Olga*, la mamá de Diana, enviada el 10 de diciembre de 2016.

Duré un año sin saber de él hasta que un día me confié y comencé a publicar cosas de mi vida en Instagram. En 2017 tenía un evento donde trabajaba y estaba invitando gente. El tipo llegó a mi trabajo con Stephanie, que en ese momento estaba embarazada. Fue la única vez que yo la vi a ella. Cuando lo vi, me dio un ataque de pánico, que es algo que solo he vivido una vez en la vida y no podía moverme, no podía hablar, no podía hacer nada, solo lloraba y mis compañeros me ayudaron. Le pedí a mi jefe que me dejara ir y de hecho renuncié del pánico que tenía de volver a mi lugar de trabajo.

A la semana me escribió su secretaria a mi WhatsApp, ni siquiera sé cómo encontró mi número, y me dijo: «Mira, te estamos contactando para que no se te olvide que tienes una cita por la demanda del señor Guillermo Rodríguez», me envió una foto del documento de la demanda y yo me fui antes de la cita a averiguar qué pasaba. Me atendió una señora súper querida y yo le dije: «Mira, tengo esta demanda y tengo una medida de protección con esa persona porque tuve un caso de violencia intrafamiliar con él». 

Le conté toda la historia y entonces ella me dijo: «¿Cómo así? Este tipo es un loco. Tiene demanda con otras cuatro mujeres el mismo día». Y yo: «¿Cómo así? La verdad es que yo no quiero verlo a él, me siento insegura. ¿Tú crees que yo debería traer un abogado?». Y me dijo: «No, tranquila, que eso no tiene ni pies ni cabeza. Aquí en el documento en el que él puso la demanda él dice que eres amiga de él, que te prestó plata, tú no le pagaste y te está cobrando por un viaje a Cartagena». Resulta que me estaba cobrando por todas las cosas que me invitó cuando nosotros éramos novios. En total eran como 20 millones de pesos, una vaina así súper absurda. Ella me dijo: «Tranquila, tú no te preocupes, ven ese día sola”. 

Cuando llegó el día me preparé psicológicamente. El año anterior había tenido mucha ayuda de la Casa de la Mujer, porque ellos me ofrecieron terapia psicológica y aproveché todas las ayudas que me dieron, hasta cadena de oración hicimos con mi familia porque yo sentía pánico de solo saber que le tenía que ver la cara otra vez. Llegó. Lo vi, se sentó al lado mío (había 20 sillas, yo me senté en la última y él se sentó justo al lado mío) y yo le dije: «¿Por qué me estás demandando?». Él me dijo: «¿Por qué me pusiste esa medida de protección? Quítala». Todo era un truco para que yo le quitara esa medida de protección. Le dije: «¿Cómo te voy a quitar la única cosa que me protege a mí de que me hagas algo?» 

Ahí nos llamaron y como la persona estaba informada de todo lo que había pasado, ella empezó a preguntarle a él: «Bueno, ¿ustedes estaban en una relación?». Él dijo: «sí». Y ella le replicó: «Entonces, ¿por qué dice que eran amigos en la demanda?». La funcionaria me ayudó mucho. Eso fue una payasada que él montó. Ella dijo: «¿Qué venimos a acordar acá? Usted no va a contactarla a ella, no puede decir nada de ella ni involucrarse en su vida personal y usted haga lo mismo con él», y ese fue el acuerdo que yo firmé.

En esa sesión él fue súper querido, amoroso, coqueto, pero yo no le puse atención porque ya sabía de lo que era capaz. Conocí a otras dos mujeres a las que tenía amenazadas. Una que se llamaba Andrea* que me contactó cuando terminé con él y me dijo: «Mira, te voy a contar, él me pegó, me mandó al hospital». Él tenía videos de ella, que él mismo me mostraba, porque cuando nosotros nos conocimos me dijo: «A mí me ha ido tan mal con las mujeres. Yo tuve una novia que me pegaba y me maltrataba». Cuando conocí a Andrea* até los cabos y ella me dijo que él la tenía amenazada con sus hijos.

Hay más mujeres de las que uno se imagina y muchas que no quieren denunciar por temor. Por ejemplo, a una chica que trabajaba con él le dijo: «Ven a mi casa y me traes unos documentos que necesito urgente». Ella fue y él le abrió la puerta desnudo. Ella me contó que él le dijo: «Le doy cuatro millones y se acuesta conmigo ya». Del miedo que sintió, tiró esos documentos, salió corriendo, renunció y no volvió a aparecer. Según ella, nunca lo demandó porque cuando ella estaba en las reuniones con él, Guillermo hablaba con otra gente de matar personas. Obviamente, no tan explícito, pero sí hablaba de “eliminar gente” y ella decía que le daba pánico que la matara. 

También sé que a una secretaria que él tenía que estaba embarazada le pegó hasta que la hizo perder el bebé, pero ellos se tratan todavía y ella lo defiende. Por eso, no en vano duré un año con el papel de la denuncia metida entre la ropa interior y yo decía: «Si me pasaba algo, por lo menos van a saber quién fue o qué pasó», porque me daba pánico salir a la calle. No he vuelto a verlo y espero no tener que encontrarme con él jamás.

Mi hija conoció a Guillermo por Facebook. Él le mandaba saludos y un día a mediados de 2016 se apareció en la ciudad donde vivíamos a decirle que por qué no se iba a vivir a Bogotá. Ellos convivieron por cuatro meses, los más intensos de toda su vida porque él era muy controlador. Por esa época tuve una cirugía, aproximadamente en noviembre de 2016, y ella vino a cuidarme. Recuerdo que él apareció diciendo que tenía una cita acá e iba con ella a todos lados, no la dejaba ni respirar. No le importaba que yo estuviera enferma o incapacitada, quería tenerla bajo su dominio.

Él es como un lobo vestido de oveja. Quería conocerlo todo, quién era yo, el papá de mi hija, los abuelos… Incluso estuvo en la casa de mis papás conociéndolos. Él quería tener control de todo. Dijo que tenía las mejores intenciones con Diana, que le quería presentar gente de la farándula y otras personalidades que podían impulsar su carrera. En agosto de 2016 se fue con él a Bogotá y duraron juntos hasta comienzos de diciembre, cuando él la maltrató y prácticamente la secuestró en su apartamento.

Ellos fueron a comer a un restaurante en la zona rosa de Bogotá. No recuerdo bien si fue que ella le dirigió la mirada a alguien, o necesitaba algo de otra persona, y el tipo comenzó a insultarla en pleno restaurante, a decirle que era una perra, una vagabunda, que ella no era nada. Por eso ella salió del lugar, lo dejó ahí sentado. Eso lo enfureció horrible. El tipo tenía escoltas y todo el cuento. 

En la madrugada Diana me llamó y me dijo que estaba muy angustiada, que ese tipo estaba como loco y había dado orden de que no la podían dejar salir. Ella sentía que corría peligro con él y le tocó acceder, hacerse la suavecita, llevarlo por los laditos, porque el tipo estaba muy borracho y agresivo. Yo le dije a Diana que tenía que salir de ahí y le sugerí ir donde un tío de ella que vive en Bogotá. Ella tenía mucho miedo, no sabía qué hacer y esa noche no durmió, fue una cosa espantosa. 

Después, cuando mi hija se fue de su casa y se escondió, Guillermo comenzó a buscarla por todo lado. A mí me mandó una carta el 10 de diciembre de su puño y letra pidiéndome perdón.  A ella  le ofreció plata, viajes, de todo y mi hija no aceptó.  Al contrario, puso el denuncio después de todo lo que pasó y buscó ayuda en la Casa de la Mujer para poner la medida de protección. 

Diana no se libró de Guillermo de inmediato porque tuvo que verse con él en la Notaría para devolverle el apartamento que estaba a nombre de ella. Nunca estuve de acuerdo con que mi hija firmara eso, pero él le suplicó, le dijo que no podía venir y si ella no firmaba a él se le perdía esa plata, así que ella aceptó por hacerle el favor. Tiempo después, Diana supo que él tenía cosas a nombre de otras personas y todo eso nos pareció muy extraño. 

La última vez que lo vio fue en 2017 cuando ella estaba trabajando en Bogotá organizando un evento. El tipo fue allá con la chica que tenía en el momento y esa muchacha estaba embarazada. Mi hija entró en pánico cuando lo vio y le contó a su jefe lo que había pasado. Ese día se fue temprano y no volvió a trabajar ahí.  Recuerdo que ella todo el tiempo estaba llena de pánico, como huyendo, todo le daba miedo, le aterraba salir. Fue tenaz. 

Caso N.4  Viviana León

Acoso sexual ocurrido en 2011

A Guillermo lo conocí en marzo de 2011, cuando lo asesoré en comunicación política en un proceso interno del Partido Conservador. Para entonces, Guillermo tenía alrededor de 29 años. Lo conocí por la presentadora y periodista Magda Egas, ella tiene una empresa de comunicaciones y yo trabajé en ese momento con ella. Guillermo me echaba flores, piropos y yo siempre le decía: “Mire, Guillermo, yo con usted no quiero absolutamente nada”, porque él no me atraía desde ningún punto de vista. Siempre le dije que no.

Apenas comencé a trabajar con él, coincidió que en las madrugadas, tipo dos o tres de la mañana, me entraban unas llamadas en donde se escuchaban gemidos de un hombre, como masturbándose y yo colgaba. Me llamaban de una línea diferente a la que yo tenía de él. Casi siempre manejaba dos líneas de teléfono. En ese momento yo ni siquiera pensé que fuera él. Yo decía “qué raro”.  Después deduje que era él. Lo deduje, no puedo decir al cien por ciento que fue él, y también até cabos por lo que me hizo después.

Para abril de 2011 renunció el abogado que estaba llevando el proceso de sucesión de mi esposo, entonces llamé a Guillermo y le dije “mira, es que tengo este proceso de sucesión, ¿tú te harías cargo?”. Él me dijo que sí y yo le empecé a mandar documentos por correo electrónico. Un día me dijo: “Ven a mi oficina y me traes los documentos en físico para mirar a qué acuerdo llegamos, para hacerme cargo del proceso, y que tú me firmes el poder”.

Llegué a la oficina de él en el Centro 93 con 15. Le mostré todos los documentos y transcurrió todo dentro de lo normal. Hasta que finalmente me preguntó si yo llevaba carro, yo le dije que sí. Me dijo “ay, ¿me puedes acercar a mi casa? Tengo pico y placa y estoy sin carro.” Yo le dije que claro, le pregunté dónde vivía y cuando me dijo dónde era le respondí: “Bueno, me queda por la ruta, yo te acerco, claro que sí”. 

Nos subimos en el carro y salimos por toda la 93 hacia la autopista, ahí siempre se arma un trancón muy fuerte. Yo iba conduciendo y  él de pronto se sacó su miembro y empezó a masturbarse y, cuando yo ponía la mano en la barra de cambios, me la agarraba para obligarme a que yo lo masturbara y que con mi mano le tocara el miembro. Entonces empecé a decirle: “Guillermo, por favor contrólese. Guillermo, no haga eso. Guillermo…” O sea, yo estaba atónita, fue algo que nunca se me pasó por la mente que él pudiera hacer, entonces me quedé paralizada.

En ese entonces él era novio de una amiga mía, yo le decía: “Mira, ya para de hacer eso y yo te prometo que yo no le voy a contar nada a mi amiga, pero ya deja de hacer eso”. Y él seguía. Decía que yo le gustaba y que estaba “muy arrecho”. Y entonces de pronto me decía: “Mírame, mírame para yo poderme venir” y yo miraba hacia el frente. Todo eso ocurría mientras estábamos en el trancón. Yo le decía que se bajara del carro, lógicamente no se bajaba, seguía haciendo eso aunque yo le imploraba que parara.

Cuando vi que había varios vendedores ambulantes bajé los vidrios porque pensé “ahí los atraigo y con eso él va a dejar de hacerlo”. Y claro, como los vidrios eran automáticos pude bajar el de mi ventana y el de la suya. Cuando vinieron los vendedores ambulantes él ahí se hizo el disimulado, pero cuando vieron que no se les compró nada, se fueron y Guillermo continuó. Hizo eso todo el trayecto cuando estábamos en el trancón y solo paró en el momento que eyaculó ahí en mi carro.

Después de ese espantoso momento, él me llamaba y me llamaba, pero yo no le contestaba. Pasaron varios meses hasta que en septiembre de ese año me llamó desde otra línea telefónica, ahí sí contesté y me ofreció excusas, me dijo que lo disculpara, que era que yo le gustaba muchísimo, pero que lo perdonara. 

Otro día me marcó de un teléfono que yo no tenía guardado y me dijo: “Mira tu correo electrónico que te acabo de mandar un regalito para que veas cómo me pongo cuando hablo contigo”. Entré al correo y era una foto de su pene erecto y él cogiéndolo con la mano. Me lo envió desde su correo electrónico. También me mandó fotos en dos ocasiones, pero yo inmediatamente las borré. El último correo que me quedó fue porque se lo reenvié a una amiga antes de borrarlo. Yo le dije a mi amiga: “Debe ser que Guillermo está peleando con su novia y por eso otra vez se alborotó y me está mandando esto”. Yo ahí en el correo le explico y a ella le cuento precisamente que él a mí no me gustaba ni cinco.

Este es el correo que Guillermo Rodríguez envió a Viviana. Posteriormente ella lo reenvió a su amiga Gloria*.

Yo le conté a mi hermana y a mi hijo Manuel Felipe, que en ese momento era un adolescente. Llegué a la casa demasiado compungida, muy mal, llorando, porque yo pensaba que Guillermo era amigo mío. Le decía a mi hijo: “No puedo creer que una mujer no puede tener un amigo, o sea, ¿por qué siempre tienen que llegar a ese punto de la parte sexual?” Mi hijo me dijo: “Mamá, cuéntale a tu amiga que es novia de Guillermo”, entonces yo le dije: “No, Manuel Felipe, pero yo qué le voy a contar si yo sé que él va a decir, para defenderse y quedar bien con su novia, que fui yo la que lo incité. Él también va a decir que yo soy una viuda y que después de seis años sola estaba desfogada, va a decir “ella fue la que me buscó”. Y mi amiga está tan enamorada de él que sé que va a preferir creerle a él. Entonces no, prefiero evitar ese problema”.

Después de eso nunca lo volví a ver. Él me siguió llamando, pero no le contesté. Finalmente se cansó. Lógicamente, tampoco le dejé el caso de la sucesión. La última vez que lo vi fue en el 2011.

Fui el soporte de mi mamá porque fui la primera persona a la que le contó. Ella llegó a la casa muy afligida, llorando porque, según tengo entendido, nunca había vivido este tipo de experiencias en su vida. Llegó de trabajar en la noche y estaba como muy temblorosa, la noté pálida, uno lo nota porque es la mamá de uno y sabe cuando no está, entonces le pregunté: «¿Pasó algo? ¿Te estrellaste o qué pasó?» 

Ella estaba un poco apenada, pero yo, lejos de juzgarla o algo así, la impulsé a que me contara todo. Entonces me empezó a relatar que estaba en una cita netamente laboral en una oficina que no era muy lejos de Unicentro, que después él fue el que le dijo que lo llevara a su casa porque había dejado el carro. Mientras estaban en el carro este señor se sacó el miembro, se empezó a masturbar, la hacía mirar aunque ella era la que iba manejando,  la forzó a verlo, la forzó a que le tocara el miembro. Me contó hasta la parte en que ella trató de hacerse visible ante los vendedores ambulantes para que él se lo guardara, pero al final el tipo eyaculó. Muy enfermo.

Mi mamá me dijo que ella nunca se había imaginado en ese punto de su vida que alguien que fuera más joven que ella, y con quien tenía una relación de trabajo, hiciera esas cosas. Era inconcebible y mi mamá entró en shock.

Yo le dije: “Mamá tú deberías hablar”, pero asumo que ella en ese momento no se quería meter en problemas. Ella era una madre cabeza de familia y que se metiera con alguien así de pronto podría generar malos comentarios que la afectaran laboralmente. Entonces, yo creo que por eso no lo hizo. Finalmente, esto es una sociedad patriarcal donde el hombre, la posición machista del hombre, impera sobre la posición de la mujer, entonces el tipo era el que tenía el poder.

Sé también que cuando ella empezó a trabajar con él, justo al inicio, el señor como que la llamaba jadeando, gimiendo, a altas horas de la noche.  Mi mamá tiene indicios y está casi segura de que era él.

Me acuerdo que en el 2011 conoció al señor este a través de Magda Egas. Viviana me contó que empezó a trabajar con Guillermo Rodríguez y tuvo que tener contacto todo el tiempo con este señor para hacerle un trabajo que él le solicitó a Magda, pero que no podía hacer porque ella tenía un viaje. Y como mi hermana maneja el tema de política le pidió ayuda.

Ella tuvo contacto con él unos días. Luego el abogado que estaba llevando el caso de la sucesión del esposo de Viviana renunció, entonces ella llamó a Guillermo para ver si él podía llevar el caso y la citó en la oficina que quedaba como en la 15 con 93. Ella fue a llevarle los documentos. Todo en la oficina estuvo normal, pero ya cuando ella se iba a ir, él le dijo que tenía pico y placa y que si lo podía acercar a su casa. Y como ella vio que le quedaba más o menos por el camino pues le dijo que sí. 

Ya cuando estaban en el carro el tipo empezó a sacarse su pene y a masturbarse, y casi que obligarla a que le pusiera la mano en su pene y pues mi hermana empezó a gritarle que se bajara del carro, que no hiciera eso, que cómo se le ocurría. Trató de que el tipo entrara en razón, pero no lo logró.

En la noche Viviana me llamó y estaba super mal, llorando. Eso había pasado hacía unas horas y ella estaba con su hijo. Entonces me contó lo que le había acabado de hacer ese señor que pues a ella le caía bien, lo sentía casi que como un amigo. Él no se había portado mal hasta ese día. 

Tiempo después  me contó cuando le llegó al correo la fotografía del pene del tipo. Me mandó foto por WhatsApp diciéndome que mirara lo que acaba de hacer ese señor enfermo. Ella estaba aterrada de ver que una persona que aparentemente es respetable, inteligente, profesional, más joven que ella hiciera ese tipo de cosas. Ella no entendía por qué. Más si ella conocía a la periodista que era novia de él en ese momento. 

Viviana y yo nos contábamos todo. Ella me comentó que tuvo una cita de trabajo con él y que en el carro él se comenzó a masturbar y le decía que le pusiera la mano en el miembro. Ella estaba indignada, brava, rabiosa como mujer, vulnerada al ver lo atrevido que fue el tipo. 

Ya después, como para septiembre del 2011, Viviana me envió un correo que él le había mandado que decía: «Querida, ahí te mando la foto y lo que me mandó este tipo Guillermo, pero quiero que una vez lo veas lo borres». Claro, y yo lo hice, así ella no me hubiera dicho que lo borrara lo habría hecho. 

Ese día ella llegó al noticiero en el que trabajábamos y me dijo: «¿Cómo le parece? Mire lo que me mandó este tipo tan atrevido y tan vulgar». Me contó que él le había dicho: «Así me pongo cuando hablo contigo» y le mandó una foto de él con su pene erecto. 

***

Caso N.5

Cuestión Pública Feminista y Volcánicas conocieron un quinto caso en el que el abogado presuntamente habría obligado a una mujer a practicarle sexo oral al interior de su vehículo, luego de sacarle un arma, en el año 2013. La víctima asegura que fue contactada por el abogado a través de LinkedIn y que él la citó en un centro comercial del norte de la ciudad con la promesa de una oferta laboral. Al finalizar el encuentro, él se ofreció a acercarla a su residencia y tomó un desvío hacia un lugar oscuro, sin mucha gente alrededor. Allí la amenazó con un arma y la obligó a hacerle sexo oral. Luego la dejó en una avenida del norte de Bogotá y ella tuvo tanto miedo que solo habló del hecho varios años más tarde. 

Su amigo Daniel* confirmó que ella le contó este hecho en 2019, dos años antes de que se supiera la existencia de otras mujeres agredidas. 

El primero de noviembre de 2021, esta mujer radicó una denuncia contra el abogado Guillermo Rodríguez por el delito de acceso carnal violento en concurso heterogéneo con amenazas. El registro quedó en la Unidad de Delitos Sexuales de la Fiscalía.

El relato de la denunciante anónima es similar al de Viviana León, a quien también agredió sexualmente en el carro, y tiene en común con el testimonio de Stephanie el uso de un arma como forma de intimidación.

Entrevista a Guillermo Rodríguez Martínez

Esta alianza periodística buscó al abogado Guillermo Rodríguez, el 22 de febrero del presente año, para conocer su versión de los hechos y hacerle preguntas concretas sobre todos los casos. Esta es la transcripción de la llamada telefónica:

Volcánicas y CP Feminista: Lo llamo de parte de Volcánicas Revista y Cuestión Pública para hacerle unas preguntas sobre una investigación.

Guillermo Rodríguez: ¿Cuestión Pública? ¿Qué es Cuestión Pública? ¿Y tú quién eres?

V y CP: Volcánicas y Cuestión Pública son medios periodísticos. Soy una de las redactoras de Volcánicas. Lo estoy llamando para conocer su versión e incluirla en una investigación que estamos haciendo sobre usted.

GR: Sí, ¿cuál es el tema?

V y CP: Violencia sexual y violencia de género. Le voy a hacer entonces las preguntas: ¿Alguna vez agredió física, verbal o psicológicamente a Stephanie Muñoz mientras ella residió en Colombia?

GR: Jamás.

V y CP: ¿Es cierto que luego de la primera medida de protección solicitada por Stephanie en 2018, usted le solicitó firmar un documento en donde ella se retractaba de su denuncia?

G: Jamás.

V y CP: ¿Es cierto que ha agredido verbalmente a Stephanie delante de su hija?

GR: Jamás. Pero ven, excúsame. Yo no tengo por qué contestar el cuestionario que me haces. Pero sí te digo que ese tema me tiene demasiado aburrido porque es un tema interpersonal que ella ha ido graduando como ha querido. La verdad, a la única a la que le están haciendo daño es a mi hija, de quien yo tengo la custodia. No solamente eso, ella [Stephanie] también tiene varias medidas de protección, varios procesos en su contra y es un tema interpersonal que va más allá de lo que tú crees. Yo vivo con mi hija, veo por mi hija y de pronto ustedes no tienen todo el contexto o no saben sino una parte de la historia. A ella [Stephanie] le quitan la niña por violencia, por negligencia, por maltrato y pues, obviamente está haciendo todos estos asuntos de la manera que ella mejor cree. Esperemos a ver qué decisiones traen los jueces. Hay un proceso de violencia, efectivamente, en mi contra. Esperemos a ver qué decisión hay sobre eso.

V y CP: Guillermo, nuestra investigación no es solo sobre Stephanie. Nosotras tenemos más de cinco testimonios de mujeres que están declarando en su contra. 

GR: No, no, no. Mira, puede haber doscientos. Todo eso son personas que han tenido algún tipo de relacionamiento conmigo y ella [Stephanie] las contacta por redes sociales.

V y CP: ¿Cuántos procesos legales tiene usted en su contra?

GR: Solo un proceso. 

V y CP: ¿Le puedo terminar de hacer el cuestionario o prefiere que se lo mande por escrito?

GR: No. Mándamelo por escrito a mi correo, si quieres.

V y CP: Perfecto, se lo mandamos a su WhatsApp y también a su correo, inmediatamente. ¿Algo más que quisiera decir para que quede en la publicación de nuestro reportaje?

GR: Me coges como a mansalva. Estoy aquí en una reunión. Realmente es un tema de una ruptura de una relación en donde nace una niña. Yo estoy protegiendo a mi niña. Todos estos temas al final le hacen daño a mi niña y me parece totalmente tirado de los cabellos todo lo que la mamá de mi niña me ha hecho, porque todo lo que ha hecho son ataques tras ataques.

En este punto de la conversación Guillermo Rodríguez dijo que sus declaraciones eran off the record. Luego, como acordamos en la llamada, enviamos el cuestionario completo a su WhatsApp y a su correo electrónico. Respondió lo siguiente: 

Entrevista a Aida Martínez

También consultamos a Aida Martínez, mamá del abogado Rodríguez, mencionada en las denuncias de Stephanie Muñoz y Jimena. Esta fue nuestra conversación con ella:

V y CP: La llamo en nombre de Volcánicas Revista y de Cuestión Pública, medios periodísticos. La llamamos para que nos responda unas preguntas sobre una investigación que estamos haciendo sobre su hijo Guillermo.

AM: Sí, claro. Pero yo no voy a hablar en medios de publicidad. 

V y CP:  No, esto no es publicidad, es una investigación periodística acerca de más de cinco denuncias por violencia de género cometidas por su hijo […] ¿Ninguna de las parejas de Guillermo la ha buscado para hablarle sobre violencia cometida en su contra?

AM: Ninguna. Él nunca ha tenido violencia con ninguna mujer. Ha sido víctima de dos mujeres. La mamá de la niña y otra señora que ni siquiera conozco.

V y CP: Entonces, ¿ninguna mujer la ha llamado a usted a pedirle ayuda por violencia de género?

AM: No, señora.

V y CP: ¿No estuvo usted en el teléfono el día que Guillermo Rodríguez presuntamente agredió físicamente a Stephanie delante de la bebé?

AM: No estaba yo presente. No puedo decir algo que no vi, que no me consta. 

V y CP:  ¿Ella no la llamó a pedirle ayuda?

AM: Ella me llamó y me dijo que no sabía con qué se había pegado, si con la puerta o con la mano, o con el forcejeo, pero en ningún momento me dijo que le había pegado Guillermo Andrés.

V y CP: ¿No fue usted quien llamó a la Policía ese día en que Stephanie estaba siendo golpeada?

AM: Independientemente [de eso], señorita. Yo llamé a la Policía pensando en la bebé ¿sí?, pero, muy claramente Stephie contestó después por un WhatsApp que ella no sabía con qué se había golpeado, no sabía si se había golpeado ella con la puerta.

V y CP:  ¿Cómo describe usted la relación entre su hijo y Stephanie mientras ella estuvo en Colombia?

AM: Siempre vi a mi hijo muy afectuoso con Stephie, desde que la conoció por teléfono, desde que la trajo de República Dominicana, le decía “baby”. Cuando la niña nació, [Guillermo] le tenía enfermera de día y de noche, empleada del servicio, y yo, que iba a cuidar la bebé. Él siempre le decía: “Mi amor, baby” mientras que ella chateaba con tipos que no conocía, poniéndose citas con tipos cuando mi hijo iba a viajar a México… Con un corredor de carros francés que ella no conocía y se chateaba con él. Por estar chateando mientras le ponía el seno a la niña, a ella [la niña] se le salió el seno de la boca y le untaba toda la cara con la leche. ¡Antes no la ahogó con la leche! Porque para ella [Stephanie] era más importante estar chateando que darle pecho a la niña con amor. En tres oportunidades lo hizo delante mío y le llamé la atención. Es una señora cizañera, enredista, mentirosa…

V y CP: ¿Es cierto que Guillermo presenció violencia intrafamiliar en su núcleo familiar mientras estaba creciendo?

AM: Eso no es problema de la pareja de Guillermo Andrés.

V y CP: ¿O sea que no es cierto?

AM: No tiene ningún contexto que yo hable de mi vida.

V y CP: ¿Alguna vez Guillermo ha sido violento con usted? 

AM: No, señora.

V y CP: ¿Usted ha sabido de otras mujeres que acusan a Guillermo por violencia?

AM: No, señora.

V y CP: ¿Ninguna otra mujer la ha contactado?

AM: No. Ninguna.

V y CP: ¿Qué ocurrió con la niña cuando Guillermo fue detenido en Cartagena?

AM: La niña estaba con él detenido en Cartagena en el apartamento donde él estaba trabajando. La niña estaba ahí con él y conmigo, y con la empleada después.

V y CP: ¿Usted sabe por qué Guillermo dejó de darle reporte sobre la niña a Stephanie y por qué no dejó que ella hablara con su hija durante esta detención?

AM: No, señora, siempre hablaba con ella. Es más, si yo estaba ahí, yo misma le ponía a la niña que hablara. En ningún momento la niña dejó de hablar con la mamá.

V y CP: Bueno, muchísimas gracias, señora Aída…

AM: Siempre ha habido contacto de la niña con la mamá y la mamá lo que hace es mirar para otro lado y decir: “Sí, mi amor”, “Bueno, mi amor” y no interactúa con la niña.

Remitimos el cuestionario completo a la señora Martínez a través de un mensaje de texto a su WhatsApp. Al cierre de la edición de este texto no hemos obtenido respuesta.

La Rueda de Poder y Control

La Rueda de Poder y Control es una herramienta creada, a comienzos de los años noventa, para entender los patrones de violencia doméstica a través de la sistematización de entrevistas a víctimas y agresores. Hace parte del Modelo Duluth, un programa desarrollado en gran parte por la feminista Ellen Pence para reducir la violencia doméstica contra la mujer.  

Según ese modelo, «las mujeres y los niños son vulnerables a la violencia debido a su situación social, económica y política desigual en la sociedad». El modelo entiende la violencia contra las mujeres como consecuencia de un problema estructural que incluye: desigualdad de poder entre hombres y mujeres, y la creencia de que los hombres tienen derecho y control (entitlement) sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres. El Modelo Duluth fue desarrollado para tratar de cambiar las actitudes violentas y machistas de los maltratadores. Ha sido el más usado en Estados Unidos.

La rueda se entiende a través de un diagrama circular: en el centro se ubican las palabras “poder” y “control”, dos objetivos principales que los hombres buscan obtener al violentar a sus víctimas, en otras palabras, pretenden que se comporten como el agresor quiere. En el círculo externo de la rueda se encuentran la “violencia física y sexual”, para explicar que es a través de esas formas extremas de violencia que los agresores mantienen el “poder” y “control” sobre sus víctimas: si no cumplen sus deseos, esas agresiones (la violencia física y sexual) se convierten en una amenaza tácita y permanente.

Al interior de la rueda hay ocho tácticas que usan los agresores para mantener el control sobre sus víctimas. Todas ejercidas por el abogado Guillermo Andrés Rodríguez Martínez según los testimonios recogidos en este reportaje: 1) intimidación, 2) abuso emocional, 3) aislamiento, 4) evadir responsabilidades y culpar a la víctima, 5) usar el privilegio masculino, 6) violencia económica, 7) coerción y amenazas; y 8) usar a les hijes.

Violencia física y sexual: el Modelo Duluth señala que algunos agresores exigen una “cuota de sexo” a la que las víctimas deben acceder frecuentemente. Algunos hombres entrevistados en el proceso de la creación de la Rueda llamaron “make up sex” a las violencias sexuales ejercidas contra las mujeres después de una pelea. Por otro lado, la violencia física es también una amenaza de muerte. 

Todas las denunciantes en este reportaje manifestaron haber vivido violencia verbal por parte del abogado Guillermo Rodríguez. Stephanie, Jimena y Diana también vivieron violencia física. 

Stephanie Muñoz relató que, en la primera golpiza que recibió de Rodríguez, a él no le importó que tuviera a su hija en brazos. Aseguró que él le pegaba “con la mano abierta” para no dejar marcas visibles que pudiera identificar la Policía. Según Jimena, en una ocasión Rodríguez le pegó un puño en la cara destrozando su operación de nariz. 

En este reportaje hay varias denuncias por violencia sexual que van desde el acoso —en persona y vía internet—, hasta las violaciones frecuentes. Jimena contó en su testimonio que Rodríguez la llamó mientras él se masturbaba. Viviana, por su parte, sospecha que quien la llamaba a ella en las madrugadas era Guillermo. Aseguró que el abogado le enviaba fotos de su pene erecto vía correo electrónico y que, durante un trancón, Rodríguez se masturbó en su carro y la obligó a tocarle su miembro.

Volcánicas y Cuestión Pública Feminista tuvieron conocimiento de un caso en el que Rodríguez presuntamente obligó a una mujer a hacerle sexo oral en un vehículo amenazándola con un arma. Diana, otra de las denunciantes, también contó que vivió un episodio de violencia sexual: después de una pelea y tras horas de insultos, Rodríguez presuntamente le anunció que tendrían “relaciones sexuales” y abusó de ella. Diana eligió no mostrar resistencia por miedo a represalias. 

Stephanie Muñoz aseguró que vivió violencia sexual por parte de Rodríguez en repetidas ocasiones. También relató que, cuando ya no eran pareja, “me tocaba estar en su habitación, en su cama y, una vez cada semana y media, me tocaba tener relaciones con él.” Según Muñoz, quedó embarazada contra su voluntad debido a que Rodríguez presuntamente le mintió sobre el uso de preservativo.

Jimena, por su parte, narró que el abogado abusó sexualmente de ella sin usar preservativo: “En otra ocasión me cogió a la fuerza, llegó adentro mío sin mi consentimiento y no pude hacer nada. Obviamente, al otro día me tomé la pastilla del día después, porque el tipo me quería dejar embarazada”.

Ambas, Jimena y Stephanie, comentaron que Rodríguez quería tener hijes; a las dos les comentó que una expareja suya había perdido un bebé y que su sueño era ser papá.

En inglés se conoce como “stealthing” la práctica en la que un hombre se quita el condón sin consentimiento de su pareja durante una relación sexual o cuando la pareja solo ha consentido tener sexo con protección. Es una forma de abuso sexual que tiene precedentes de condenas en Alemania, Suiza, Reino Unido, España, Australia, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda.

1) Según la rueda, la intimidación se da cuando el agresor hace que la víctima “sienta miedo usando miradas, acciones, gestos, romper cosas en su cercanía, destruir su propiedad, violentar a una mascota, mostrar armas de fuego”. La intimidación se puede extender a los niños y niñas, otros miembros de la familia y personal subalterno. 

La violencia física llegó al extremo con la amenaza de muerte explícita de Rodríguez señalada por dos mujeres: Stephanie Muñoz y Jimena.

Muñoz relató que durante la primera golpiza, cuando su hija tenía meses de nacida, Rodríguez la amenazó con una pistola. Esta alianza periodística tuvo conocimiento de un segundo caso en el que Guillermo Rodríguez presuntamente usó un arma para amenazar a otra mujer. Después de estas amenazas tan traumáticas, para Stephanie era muy difícil decirle que no a las peticiones de Rodríguez pues ya había demostrado de todas las formas posibles que podría hacerle daño a ella o, peor, a su hija.

Por otro lado, Jimena aseguró que, en varias ocasiones, el abogado Rodríguez rompió su celular y le tenía tanto miedo que solía ceder a sus demandas por temor a que la golpeara de nuevo o le hiciera algo a su hija. Según Camila, su hermana, en una ocasión Rodríguez acusó a un mesero de ladrón y le pegó un puño. 

Diana, otra de las denunciantes, dijo que a veces en público recibía miradas intimidantes y llenas de ira de Guillermo Rodríguez. 

Varias de las mujeres que entrevistamos coinciden al asegurar que Rodríguez usó a sus guardaespaldas para intimidarlas. También, Diana aseguró que “se apareció” en la Notaría cuando ella estaba con su abogada tratando de devolver el apartamento de Rodríguez y la persiguió en la calle hasta un centro de salud donde ella se acercó a pedir ayuda.

2) El abuso emocional tiende a ser más frecuente que la violencia física. El hombre agrede a través del gaslighting: disminuye a la mujer con comentarios displicentes, la hace sentir mal sobre sí misma (o que está loca), le dice apodos hirientes, la humilla y la hace sentir culpable:

Los agresores buscan destruir la autoestima de la víctima para que ella se vuelva dependiente. Con frecuencia los agresores dejan de usar el nombre de la mujer y lo reemplazan con insultos. En algunas ocasiones esto hace que las víctimas experimenten una crisis de identidad: se sienten totalmente desconectadas de “la mujer que fueron” antes de que el abuso comenzara. En una conferencia de 2015, Alison J. Towns (psicóloga clínica experta en violencia doméstica)  reiteró que los agresores usan insultos como “gorda”, “flaca”, “fea”, “perra”, “escoria” y “puta”, palabras que tienen una carga misógina.

Según Towns: “Estas formas de denigración, que pueden ejercerse continuamente durante horas, se basan en construcciones aceptadas de la mujer ideal y de las nociones tradicionales de sexualidad […] Las mujeres son representadas como putas si se involucran en relaciones sexuales, mientras que los hombres son representados como “sujetos de impulsos sexuales fuera de su control y sin relación con la promiscuidad”. 

Stephanie Muñoz, Jimena y Diana hablaron de un fuerte abuso emocional en su relación con Guillermo Rodríguez. A las tres las insultaba constantemente con palabras como “perra hijueputa”, “prostituta”, “sidosa”, y reiterados ataques a su moral sexual.

A Muñoz le prometía que podía viajar con su hija a República Dominicana solo para retractarse en el último minuto. Jimena manifestó que esa relación la destrozó psicológicamente y Laura, su hija, contó que en una ocasión tuvo que recibir a Muñoz en su casa, quien llegó llorando y sin haber comido.

Al igual que Stephanie y Jimena, Diana habla de repentinos cambios de humor de Guillermo Rodríguez, quien pedía perdón e insistía en “arreglar las cosas”, pero la violencia que ejercía se mantenía. También identificamos presuntas manipulaciones emocionales para lograr que sus parejas hicieran lo que él quisiera: retirar demandas, anular relaciones, controlarlas totalmente. 

Y, en los casos en que su manipulación emocional no era suficiente, recurría a su poder profesional y económico amenazando con acabar a sus parejas a punta de demandas y contactos con “personas poderosas”.  

3) Según la rueda, el aislamiento se da cuando el agresor quiere “controlar lo que la víctima hace, con quién se reúne, con quién habla, qué lee, a dónde va; limitar sus salidas a la calle y usa los celos para justificar sus acciones”. Es decir, restringe los vínculos externos al agresor.

El agresor quiere que su víctima piense y sienta de una forma específica y por eso no quiere que tenga contacto con nadie más. Por eso hace que corten contacto con su familia y amigos, a veces con estrategias sutiles como iniciar una pelea siempre que ella va a verlos. También controla y revisa el contenido de su celular y sus redes sociales para que ella no tenga privacidad y no pueda hablar con nadie. 

Stephanie Muñoz contó que Rodríguez la cortejó de forma obsesiva y le hizo escenas de celos desde estadios tempranos de su relación. Al quedar embarazada (contra su voluntad), el abogado Rodríguez convenció a Stephanie de dejar su país de origen, aislándola de su familia y logrando así que la niña naciera en Colombia. Lo anterior le permitió tener más control sobre ambas.

Por otro lado, Rodríguez le pidió a Diana que dejara su ciudad natal y se mudara a Bogotá al comenzar su relación. Las mujeres migrantes quedan aisladas de sus familias y contactos, lo cual las hace más vulnerables al control de su agresor. 

A partir de ese punto, Guillermo Rodríguez empezó presuntamente a revisarles el celular y a controlar lo que publicaban en redes sociales. Cuando Stephanie recibió mensajes de felicitación por su embarazo le quitó el teléfono alegando que ella estaba siendo infiel. La insultó durante horas y la amenazó con enviarla de regreso a República Dominicana sin sus pertenencias. 

En su denuncia, Jimena relató que desde comienzos de su relación con Rodríguez, él empezó a controlar lo que ella publicaba en redes sociales (como la foto de perfil de su WhatsApp) usando expresiones como “está prohibido”. En una ocasión le quitó la tarjeta SIM del celular para interceptar sus comunicaciones. Su hija también aseguró que Rodríguez a veces le quitaba el celular (a su mamá), respondía mensajes haciéndose pasar por ella y que creó varias cuentas en redes sociales para hostigarla.

4) Evadir responsabilidades y culpar a la víctima: consiste en “minimizar el abuso, no tomar en serio las preocupaciones de la víctima, decir que el abuso ‘no pasó’, culpar a la víctima por los comportamientos violentos y decirle que ella los causó”. 

El agresor argumenta: ‘yo no estaría ejerciendo estas violencias si tú no lo hubieras provocado’. Cuando este discurso es constante, las mujeres intentan pensar como su agresor para poder anticipar sus comportamientos y así mantenerse a salvo de las posibles agresiones. De esta manera, cuando esto se hace de manera sostenida, las víctimas pueden adoptar el punto de vista del agresor y pueden llegar a creer que ellas sí son culpables.

De acuerdo con algunas de las denunciantes, Rodríguez excusaba su comportamiento argumentando que, cuando era niño, su padre también agredía a su madre y les decía que debían entenderlo, porque su violencia era parte de un trauma. 

Las escenas injustificadas de celos también fueron usadas para ejercer su comportamiento violento.

5) Usar el privilegio masculino consiste en: “tratarla como una sirvienta, tomar todas las decisiones grandes, actuar como ‘el rey del castillo’, ser quien define los roles en la relación”. El agresor no concibe la idea de que su pareja esté a su mismo nivel, por eso, cree que puede controlarla y golpearla.

Según los testimonios recabados para este reportaje, el abogado constantemente ubicaba a las mujeres en una situación de subalternidad. Uno de los síntomas de esta forma de pensamiento son los ataques de celos, obsesivos e injustificados, que terminan por convertirse en excusas para controlar más a las mujeres.  Todas las denunciantes manifestaron haber vivido este tipo de episodios con Rodríguez y hablaron de malos tratos del abogado a su madre. Tienen la sospecha de que ella también ha sido víctima de violencia física.

Varios de los testimonios coinciden en señalar que Rodríguez utiliza a las personas que trabajan para él (empleadas domésticas, escoltas, secretarias y vigilantes) para tratar de obtener lo que desea y los obliga a seguir órdenes que son violentas.  Es una de las formas en que demostraba que tenía poder sobre otras personas, y eso resultaba muy intimidante para sus víctimas. 

Diana contó que la empleada del servicio no la dejó salir del apartamento después de uno de los episodios de violencia de Guillermo porque, si la dejaba salir, “se metía en problemas”. 

Por otra parte, Stephanie y Diana aseguraron que el portero del edificio donde vive el abogado Rodríguez les negó la salida porque tal vez “se habían robado algo”. Jimena agregó que los escoltas del abogado escondieron su celular en una ocasión.

De acuerdo con los relatos, Rodríguez también usa sus privilegios de clase para amedrentar a las mujeres con sus contactos y solvencia económica. Una de las estrategias del abogado para intimidar es mencionar a sus parejas que él fue “el abogado que defendió a [Álvaro] Uribe”, para establecer su estatus social y su cercanía al poder al estar presuntamente relacionado con el expresidente colombiano.

El abogado Rodríguez aseguraba que tenía “amigos” en oficinas de Migración, Fiscalía, la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN) y en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para amenazar a sus víctimas, según estos testimonios. 

Según Jimena, cuando ella trató de hacer una denuncia a través del medio de comunicación donde Rodríguez era columnista, el abogado la llamó de manera intimidatoria para detener sus acusaciones antes de que la dirección del medio tomara acciones en su contra. Stephanie Muñoz también supo de presuntas amenazas de Guillermo a una exnovia, a quien le habría mencionado que, supuestamente, tenía vínculos con paramilitares. 

6) El dinero es una materialización del poder y el control. Al limitarlo, los agresores también restringen la movilidad y autonomía de las víctimas. Así se ejerce la violencia económica: “evitar que la víctima consiga o mantenga un trabajo, controlar todo el dinero (hacer que la víctima pida dinero a cuentagotas); asignarle una ‘mesada’, quitarle el dinero a la víctima, no dejarla tener acceso al patrimonio familiar”. 

Aunque Stephanie Muñoz estuvo temporalmente en una Casa Refugio, se vio obligada a salir de allí para poder permanecer con su hija. Como no tenía dinero ni un lugar donde vivir, tuvo que volver a convivir con su agresor. Varias veces Rodríguez le dijo a Muñoz que tenía que “ponerse a trabajar”, aunque saboteaba todos sus esfuerzos de buscar empleo impidiendo que llegara a entrevistas y rompiendo su computadora.

Jimena contó que Rodríguez le “pidió prestados” varios millones de pesos (que nunca le pagó) y que también la amenazó con acabar su negocio. Varias veces usó la excusa de devolverle el dinero para verla. También que en una ocasión Rodríguez le dijo: “Stephanie nunca va a tener todo el poder que tengo yo. Como no tiene plata, yo soy el que paga”.

Diana relató que Rodríguez la hizo firmar los papeles de un apartamento y que luego usó los documentos para amenazarla. En varias ocasiones ella intentó devolver la propiedad. En uno de esos intentos Rodríguez trató de engañarla para que ella le permitiera “administrar” sus “bienes, muebles e inmuebles, tanto los presentes como los que en un futuro ingresen por cualquier motivo a mi haber y celebrar con relación a ellos toda clase de contratos relativos a su administración”.

Otra de las estrategias de Rodríguez para tener control económico sobre sus víctimas era que mujeres de fuera de Bogotá, como Diana y Stephanie, migraran a la capital y se quedaran en su casa, que su única opción para tener un techo fuera regresar al lugar en donde él las violentaba.

7) Coerción y amenazas: amenazar con hacerle daño a la mujer o a una persona cercana a ella, amenazar con suicidarse, con dejar a la víctima sin dónde vivir, amedrentarla para que retire una denuncia, obligarla a hacer cosas ilegales.

Según Stephanie Muñoz, Guillermo Rodríguez constantemente la amenazaba con el estado de su situación migratoria y con quitarle a su hija. 

En 2018 Rodríguez le propuso a Muñoz organizar un viaje a República Dominicana con la niña, pero luego le dijo que solo daría el permiso del viaje si ella firmaba un documento en donde dijera que “lo denunció porque tenía depresión postparto” y no porque la había agredido físicamente. 

Jimena relató que Rodríguez grabó una discusión que tuvieron y aprovechó que ella se defendía en la grabación para señalarla públicamente como la agresora. Además, la obligó a dejarse tomar una foto desnuda con la que la estuvo amenazando, durante varios meses, hasta que la publicó en una cuenta de redes sociales desde donde siguió a todos los amigos de su hija. La hermana de Jimena narra que la amenazó con enviarla a la cárcel. Diana también explica que Rodríguez la intimidó diciendo: «Perra, puta, prostituta, te voy a destruir».

En su testimonio, Jimena aseguró que, en algún punto de su relación con Rodríguez, él amenazó con suicidarse.

8) Usar a les hijes para hacer sentir culpable a su pareja, para enviar mensajes (que pueden ser amenazantes). El agresor tiende a usar las visitas de custodia para controlar a su víctima y amenazar con quitarle a sus hijos o hijas, hacerles daño o matarlas. 

El agresor se convierte en el máximo disciplinador, y esto hace que los hijos e hijas no respeten la autoridad de la madre víctima de violencia. Los agresores usan el amor de las madres por sus hijos e hijas para chantajearlas y controlarlas. Con frecuencia las amenazan con quitarles la custodia (una amenaza difícil de cumplir, pero las víctimas lo creen porque observan que el agresor siempre se sale con la suya). 

Lundy Bancroft y Jay Silverman describen en su libro ‘The Batterer as Parent’ (El abusador como padre) algunas de las características que los padres abusadores tienen. La primera es que son autoritarios, pues son rígidos, intolerantes y suelen ver a su descendencia como su propiedad. Además, no aceptan la retroalimentación de sus familias y tampoco permiten que su autoridad se vea cuestionada.

La segunda es la irresponsabilidad, negligencia y el poco involucramiento. En este sentido, los padres esperan grandes recompensas que normalmente no son realistas para la etapa de desarrollo en que sus hijes se encuentran. A la vez, no están dispuestos a hacer sacrificios en su vida personal para aportar al crecimiento de sus hijes. Por el contrario, esperan que ese rol lo cumpla la madre. Para compensarlo, suelen tener momentos de “superpadres” en que prestan atención a sus hijos, gastan dinero en ellos y hacen cosas para que los tengan en una estima mayor a la de su madre.

La tercera característica es la manipulación. Los padres abusadores tratan de “confundir a sus hijos sobre la naturaleza del abuso en casa, qué miembros de la familia son responsables de él, y cuál es el padre más amable o preocupado”. 

En cuarto lugar, mencionan la socavación de la madre. Para ello, los padres pueden ridiculizar a la madre en frente de sus hijos, darles a entender que está bien violentarla si ella “los provoca”, y desvirtuar su autoridad y maternidad. La quinta es la habilidad para desempeñarse bajo presión. De este modo, en eventos sociales pueden parecer unos padres atentos y cuidadores, aunque en realidad no lo sean.

Según Stephanie Muñoz, Guillermo Rodríguez estuvo presuntamente ausente y emborrachándose los días siguientes al nacimiento de su hija, pues no aceptaba que la niña hubiese nacido con bridas amnióticas en la mano. Muñoz también contó que ella tenía a la niña en sus brazos la primera vez que Rodríguez la habría golpeado.

Varias veces, cuando Muñoz intentó dejar a Rodríguez, este le dijo que no podría llevarse a su hija. En la actualidad, la niña vive con él en Bogotá mientras su madre está en República Dominicana. Cuando ella y su hija lograron ir a un refugio para víctimas de violencia doméstica, Rodríguez solicitó una restitución de derechos al ICBF aprovechando que su hija tenía conjuntivitis. El ICBF le dijo a Muñoz que no podría llevarse a la niña a la casa refugio porque allá se había enfermado, luego, Rodríguez presuntamente le dijo a Muñoz: “yo soy el que tiene el poder, ¿viste que te quité a la niña?” Stephanie tiene grabaciones de Rodríguez insultándola frente a la menor, o diciendo cosas como que su madre la había abandonado.

Jimena relató que, mientras sostuvo la relación de pareja con Rodríguez, pudo ver que él era violento frente a su hija. Manifestó estar preocupada por el bienestar de la niña, que siente que él puede hacerle algo y que, dada toda la violencia que la niña ha presenciado (en contra de su madre y de otras mujeres), para ella resulta probable que la menor tenga secuelas psicológicas. 

La psicóloga Alison J. Towns explica que las disputas por custodia o procesos de separación pueden ser escenarios favorables para los agresores pues “encuentran en el tribunal de familia un sitio bienvenido para sus prácticas continuas de control coercitivo y discursivo. Las declaraciones juradas, los correos electrónicos y los textos proporcionan una oportunidad para que el hombre se reconstruya a sí mismo como víctima”. También explica que con frecuencia los agresores le impiden a sus parejas hablar con los hijos e hijas: “excepto en ciertos momentos especificados por él, para que ella no sepa cómo está el o la niña, ni qué le está pasando.”

Según Towns, las madres a menudo dicen que esta es una de las peores formas de castigo. Esta restricción de las conversaciones entre madre e hija es otro elemento presente en el testimonio de Stephanie Muñoz.

Análisis de los procesos judiciales 

En los distintos testimonios recogidos para este reportaje se evidencian momentos en los que las víctimas acudieron a autoridades buscando guía, ayuda o con la intención de denunciar, pero resultando en situaciones que fueron revictimizantes y en las que poco se hizo para mantener a las víctimas fuera de peligro. 

En su relato, Stephanie Muñoz aseguró que, luego de la primera agresión física en su contra por parte de Guillermo Rodríguez, los uniformados de la Policía que acudieron al llamado de emergencia le dijeron que no podían hacer nada, pues no veían sangre en su rostro. No obstante, al día siguiente, cuando Stephanie denunció a Rodríguez por violencia intrafamiliar, tuvo una valoración de Medicina Legal que arrojó como resultado “riesgo grave de sufrir lesiones muy graves o incluso la muerte”. 

Que las víctimas de violencia intrafamiliar deban tener rastros físicos de las agresiones para ser tomadas en serio hace que los agresores puedan seguir ejerciendo su violencia de manera impune. La falla en la atención oportuna a estas mujeres puede resultar incluso en feminicidios que pudieron ser prevenidos. De acuerdo con la jurisprudencia nacional e internacional, la violencia de género debe ser tenida en cuenta incluso si no existen lesiones físicas aparentes. De no hacerlo, se desconocería el fenómeno de la violencia intrafamiliar de naturaleza emocional y/o económica.

Más adelante, el ICBF instruyó que la hija de Stephanie Muñoz no podía regresar a casa refugio. Esta decisión obligó a que Muñoz tuviera que tener contacto con su agresor y, eventualmente, volver al lugar donde fue violentada. Todo para no perder contacto con su hija. 

En este caso el ICBF ignoró la condición de vulnerabilidad de la madre, que ya había denunciado a Rodríguez ante la Fiscalía y tenía una medida de protección en su contra.

Stephanie supo que el abogado Rodríguez había dado un falso testimonio al ICBF, argumentando que ella era drogadicta y que no cuidaba a su bebé, y que la institución se basó en ese testimonio para darle a él la custodia de la niña. Según afirmó a esta alianza periodística, la entidad nunca la buscó para pedirle su versión de los hechos o para corroborar las acusaciones hechas en su contra. Es así que, aún ahora, a pesar de las denuncias públicas y procesos legales que el abogado tiene en su contra, sigue manteniendo él la custodia de su hija. 

Diana, por su parte, narró lo revictimizante que fue ver personalmente a Guillermo Rodríguez cuando, solicitó una medida de protección en su contra, luego de que él fue violento con ella. Le dijo a las autoridades que no quería verlo porque “sentía mucho miedo», pero le comunicaron que su presencia era obligatoria. “Yo sentía pánico de solo saber que le tenía que ver la cara otra vez”, dijo.

Los procesos ante instancias estatales, bien sean administrativas o judiciales, en los que se denuncian este tipo de hechos deberían considerar los protocolos internacionales para el tratamiento de víctimas de violencia sexual, que incluyen la previsión de no someter a las mujeres a enfrentar a quienes identifican como sus agresores. Existen posibilidades que permiten respetar el debido proceso del denunciado, sin tener que exponer a las víctimas a un estrés emocional y psicológico de esa magnitud.

Según los testimonios y las evidencias recabadas para este reportaje, el abogado Guillermo Andrés Rodríguez Martínez lleva más de una década presuntamente usando su poder, privilegio y prestigio para violentar mujeres. A pesar de que algunas de las víctimas hicieron las denuncias correspondientes y aunque varias de ellas viven con miedo a que sus testimonios tengan represalias, acudieron a la denuncia periodística como un último recurso en contra de la impunidad. 

Todas coinciden en que hacer públicas sus experiencias es una manera de prevenir la violencia en contra de otras mujeres.

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