“Ya no solo corren peligro los indocumentados, sino todos los que parezcamos diferentes”
Pedro* huyó a EE. UU. tras ser declarado objetivo militar por las Águilas Negras, por haber participado en la campaña presidencial de Gustavo Petro en 2022. En este relato, le contó a Cuestión Pública lo que sufrió en los centros de detención para migrantes y cómo hoy se vive una cacería de brujas para deportar extranjeros, hasta por su color de piel.
La decisión de abandonar el país se la sugirió un funcionario de la Fiscalía. Pedro, a quien le cambiamos el nombre para proteger su identidad, acudió a la entidad para denunciar que dos hombres armados habían intentado asesinarlo mientras paseaba a su perro, junto a su esposa, en un parque de Engativá (Bogotá).
Esto ocurrió en enero de 2023, dos días después de que le deslizaran un papel bajo su puerta, con un mensaje firmado por el grupo paramilitar Las Águilas Negras, en el que lo declaraban “objetivo militar por su participación en la campaña mamerta del Pacto Histórico”.
Las amenazas y agresiones comenzaron luego de que, en junio de 2022, se filtraran reuniones del equipo de comunicaciones de la campaña presidencial de Petro, que él integraba, con figuras como el entonces senador Roy Barreras, en las que se discutían planes para atacar y desacreditar a sus rivales políticos.
Pedro consignó su desacuerdo con esa estrategia política en el testimonio que entregó al Centro de Servicios Migratorios de EE. UU. para buscar asilo, al que accedió este medio. Tras la filtración, sus teléfonos, correos y datos personales fueron expuestos, lo que puso en peligro su vida, según le contó Pedro a Cuestión Pública.
—Mire, nosotros nos vamos a tardar en investigar esto de dos a cinco años, le respondió el funcionario de la Fiscalía a Pedro y su esposa al recibir su denuncia. En realidad, no podemos protegerlos, continuó. No tenemos los recursos, ni los medios. Si tienen a dónde irse, váyanse. Esto se está poniendo feo. Hasta yo me voy a España, confesó el agente.
—Entonces si mi propio gobierno me dice: “oiga, aquí entre nos mejor váyase porque nadie lo va a cuidar”, pues obviamente, uno tiene que salir corriendo, señala Pedro.
Dos años después, desde el medio oeste estadounidense, y con estatus de refugiado, Pedro relata la tortura psicológica y el maltrato al que fue sometido en los centros de detención para migrantes en Texas, EE. UU.
Migrar no es un delito, incluso si se hace sin papeles, pues los países tienen mecanismos que permiten regularizar la situación por razones humanitarias. Por eso, a la par de las noticias, datos y análisis, Cuestión Pública da a conocer este relato para ayudar a comprender la dimensión humanitaria de la crisis migratoria.
Cuestión Pública (CP): Una vez tomada la decisión de dejar el país, ¿cómo planea el viaje?
Pedro (P): Uno no está preparado para huir de repente. Yo tenía visa de turista y visa de estudiante porque había estudiado un año en EE. UU. y le estaba sacando la visa de estudiante a mi esposa, pero cuando estaba en ese proceso en la embajada [de EE. UU. en Bogotá], me las cancelaron. Me preguntaron en qué había trabajado y cuando expliqué que había sido el comunicador social de una concejala de izquierda de Bogotá, me la cancelaron. Así que vendí lo que pudimos, mi familia nos prestó dinero y el 17 de febrero de 2023 compramos vuelos y un plan turístico para Cancún (México). Allí duramos tres días y luego volamos a Ciudad Juárez. Apenas uno se baja del avión, lo recibe migración mexicana porque es ciudad fronteriza, es peligroso y no es turístico, [ellos] saben la gente a qué va, pero en realidad lo que ellos querían era plata y en ese punto ya no teníamos.
“Uno no está preparado para huir de repente”: Pedro
CP: ¿Cómo hicieron entonces para cruzar hacia Estados Unidos?
P: En realidad, [Ciudad Juárez] es un retén para sobornar. Entonces, entramos a la sala donde estaba Migración y me dijeron: “usted y yo sabemos a qué viene, no me mientan”; y le dije: “mire, yo vengo porque soy perseguido político en mi país”. “Exacto, me gusta que me diga la verdad. ¿Cuánto dinero tienen?”, me contestaron. Le dije que 200 pesos mexicanos. Me dijo que habláramos en dólares, que por dejar pasar a cada uno cobraban 250, pero respondí que solo teníamos 200 USD y me dijo ¨listo, bienvenidos a Ciudad Juárez, tengan cuidado que es un poco peligroso”. Pasando ese filtro conseguimos un Uber que nos llevó a uno de los puentes internacionales. Pero una vez allí nos dijeron que esa era la forma de pasar antes del Covid. Eso cambió.
CP: ¿En ese punto, tuvieron que conseguir un coyote (traficantes de migrantes que los ayudan a cruzar de una frontera a otra)?
P: Unos venezolanos que estaban en situación de calle nos explicaron que había que sacar primero una cita por una aplicación llamada CPB ONE de los servicios migratorios de EE. UU. Eso se podía demorar hasta seis meses. Uno de Colombia ya sabe cuando respira seguridad y cuando no, y Ciudad Juárez era bastante peligroso, no podíamos y no teníamos plata, así que conseguimos una mujer coyote. Como ya estábamos cerca de la frontera nos dijo que nos cobraba 50 dólares por persona y nos dio las instrucciones. Dijo que fuéramos a un parque que le dicen la X y que corriéramos sin parar hasta ver el muro. Corrimos como nunca, cruzamos una autopista. Los carros ya sabían qué hacíamos cuando nos veían. Luego, dijo que cuando viéramos el caño del Río Bravo, que estaba seco, debíamos cruzarlo. Una vez ahí ya estábamos en [El Paso, Texas] EE. UU. y no nos podían devolver. Los venezolanos nos dijeron que buscáramos la puerta 57 y nos entregáramos.
CP: ¿Encontraron la puerta 57?
(P): Encontramos la puerta y a dos señoras de Bucaramanga con sus hijos. Uno de ellos tenía necesidades especiales y decidimos caminar juntos. Nos encontramos con un agente de migración que nos empezó a gritar y a tratar mal, a decirnos que nos devolviéramos. El niño se puso muy nervioso. Todos estábamos nerviosos, pero él más, porque era un niño con necesidades especiales.
Yo le hablé al agente en inglés, le expliqué la situación, pero dijo que no nos creía. Solo nos gritaba, le dije que debía hacernos el debido proceso, hasta que nos dijo que siguiéramos caminando hacia el este. Allí llegó otra patrulla fronteriza más amable, le expliqué nuestro caso y me dijo “súbanse, ya llegaron a Estados Unidos, aquí los vamos a proteger”.
CP: ¿Se imaginó que iba a ser detenido en un centro para migrantes?
P: No, yo siempre que viajaba a Estados Unidos lo hacía en avión, con mi visa, fue muy duro. Cuando nos bajamos de la [camioneta] Van, veo muchos niños solitos. Niños que dejan en la frontera para que la guardia los recoja y los procese porque no los pueden devolver a ningún país, pues no están con un adulto. Niños, sobre todo mexicanos y guatemaltecos, que [sus familias] esperan que tengan una vida mejor acá, pero muchos de ellos no sabían ni caminar, me dio mucha tristeza. Yo dije: “si pudiera, me llevaría al menos uno”. Entonces el oficial me dice, «sí, aquí tengo muchos, cuando salga se puede llevar el que quiera”.
De ahí nos llevaron como a unos galpones gigantes donde había unas 200 personas. Allí nos quitaron todo, la ropa, los documentos, nos guardaron el celular en una bolsa plástica, mi pasaporte y nos separaron. A mi esposa la llevaron con las mujeres y a mí me dejaron con el grupo de hombres. Eran unos salones gigantes donde hay muchísima gente y huelen horrible, porque no lo dejan bañar a uno, ni cepillarse los dientes. Allí nos mezclaron hasta con narcos, con todo.
“Es bien triste llegar allí y ver a tantos niños. Yo dije, si pudiera me llevaría uno y el oficial me dice ‘aquí tengo muchos, cuando salga se puede llevar al que quiera’”: Pedro
Yo lo único que les decía a los agentes era díganme dónde está mi esposa. Necesito saber si está bien y me respondían: “no sabemos si ella viene huyendo de usted. Si usted es violento. Entonces, no podemos decirle nada”. Les decía, necesito hacer una llamada y respondían sí, en algún momento. Estuvimos en El Paso (Texas) siete días en esas condiciones.
CP: ¿Se pudo volver a reunir con su esposa?
P: A finales de febrero nos sacaron esposados. Ahí, amarrados de pies y manos, por fin logré ver a Lucía* [la esposa, a quien cambiamos el nombre para proteger su identidad] a lo lejos en la fila de mujeres. La saludo y me derramo en llanto, ya eran ocho días sin ver el sol. De ahí nos vuelven a separar. Cuando me meten a un cuarto de hombres lo que hago es orar. Me arrodillo y me pongo a orar en voz alta con un grupo y le digo a Dios que nos proteja y cuando abro los ojos, de repente hay unos 60 colombianos conmigo que me dicen, por favor, ore más duro. Luego alcanzo a ver unas hojas que dicen Colombian Flight [vuelo colombiano] y digo, sí, este es un avión para devolvernos. Nos llevan al aeropuerto de El Paso y nos suben a un avión por la puerta de atrás. Yo veo que suben y suben mujeres, pero no veo a Lucía*.
Entonces, desesperado, le digo a uno de los Marshall [agente] en inglés que, por favor, me ayude, que con mi esposa venimos huyendo de la política en Colombia y necesito que se suba al mismo avión conmigo, que por favor, no nos separe. Al oficial se le aguan los ojos y me dice, «todo va a estar bien. Yo le aseguro que a su esposa la vamos a subir a este avión”.
“Nos llevaron a unos salones gigantes. Olían horrible, no nos dejaban bañarnos. Nos mezclaron con narcos, había de todo”: Pedro
CP: ¿En ese vuelo los devuelven a Colombia?
P: Mi esposa es una de las últimas en subirse. De ahí aterrizamos en Brownsville (Texas). Allí nos hacen la prueba de Covid y salgo positivo. Dije: “lo que faltaba, hijueputa”.
Yo nunca me despedía de Lucía*, pero ahí sentí que nos íbamos a separar. Estábamos en un centro de procesamiento para migrantes. A mí me llevan a una celda. En una colchoneta dormimos cinco personas. Estuvimos en cuarentena cinco días. Ahí, me encuentro a alguien que me dice “si usted venía con el grupo de colombianos, a ellos los devolvieron”. Después de la cuarentena duré recluido 16 días en un centro de procesamiento. Allí, por fin, me dejan hacer una llamada y mi hermana me confirma que mi esposa regresó a Colombia.
En ese centro de detención me hacen la entrevista de Miedo Creíble [o Temor Creíble de Persecución o Tortura, conocida como entrevista de verificación para quienes solicitan asilo], un procedimiento donde te entrevistan para ver si tu caso es cierto, y si, sale positivo, te quedas, si no te devuelven. La mía duró seis horas, tenía mucho por contar.
CP: ¿En ese punto cómo estaba usted física y mentalmente y qué pudo decirles?
P: Durante la entrevista empezaron a darme ataques de pánico por todo lo que estaba viviendo y me pusieron psicólogo. Les expliqué [todo] desde que empecé a trabajar como voluntario en la campaña de Petro. Pero que antes me convertí en el jefe de prensa de una concejala y luego me extendieron la invitación para unirme a la campaña [presidencial].
Por mi trabajo en territorio, viajamos con el equipo a dialogar con comunidades sobre temas de la campaña. Sin embargo, en estos viajes también hubo reuniones con guerrilleros, paramilitares y hasta narcotraficantes que estaban interesados en las propuestas.
Señalé que después de que se revelaran las reuniones del equipo de campaña, empecé a recibir amenazas por WhatsApp y que se detuvieron cuando Petro llegó a la presidencia [en agosto de 2022]. Conté que también hice parte del equipo de empalme del presidente Gustavo Petro. En medio de esta labor, encontramos un entramado de corrupción del gobierno anterior, en el cual el dinero para la reparación y ayuda a las víctimas se lo robaron, dejando un déficit gravísimo.
Luego trabajé con la concejala y, al descubrir hechos de corrupción, renuncié. Y es a comienzos de 2023 cuando me llegaron unos mensajes de texto a mi celular, en donde me declaraban objetivo militar de las Autodefensas Unidas de Colombia, las Águilas Negras y el Bloque Capital, así como a mi familia.
Después de esa entrevista [la de Temor Creíble] se tardaron en darme respuesta como dos semanas, pero salió positivo. La tercera semana de marzo de 2023 salgo de detención. Nos sacan esposados. Mi hermana me tuvo que comprar el vuelo para irme a su ciudad, en el centro de Estados Unidos.
CP: ¿Cómo pudo volver a rehacer su vida allá después de esa experiencia?
P: Imagínate, fueron como 15 días sin ver el sol, sin que tocara mi piel. Ahora, dos años después, estoy como refugiado, pero no como asilado, tengo permiso para trabajar. Sometí mi caso ante una Corte de inmigración con un abogado y estoy esperando respuesta. Mientras llegaba mi permiso, tuve que trabajar nueve meses en construcción, entonces, ahora soy un comunicador social que puede construir una casa, eso fue muy duro, pero ahora es muy positivo.
Donde estoy hay muchos indígenas y nativos americanos, los verdaderos dueños de esta tierra. También hay muchos inmigrantes, en su mayoría mexicanos, que generalmente son discriminados y maltratados por su color de piel, por sus facciones indígenas. Ahora que Trump volvió se siente mucha tensión. Hace poco estábamos mercando y estábamos hablando con mi esposa en español y nos miraron feo, como si uno hubiera cometido un delito.
“Estábamos en un centro de procesamiento para migrantes. A mí me llevan a una celda. En una colchoneta dormimos cinco personas”: Pedro
CP: ¿Cómo logró reunirse con su esposa en Estados Unidos?
P: Como nos habíamos registrado a esa aplicación de CPB ONE del centro de servicios migratorios del Gobierno norteamericano cuando estuvimos en Ciudad Juárez la primera vez que entramos, ella pudo entrar muy rápido. Tuvo que esperar 20 días en México y con una libertad condicional sacó su permiso de trabajo y ahora vivimos acá los dos.
Nota: Tanto la aplicación CPB ONE como el sistema de libertad condicional hacen parte de las medidas que Trump ha suspendido en su cruzada antimigratoria. Conozca más sobre las implicaciones en este análisis de la ong WOLA que replicamos.
P: ¿Cómo es su vida ahora con Trump de regreso en el poder?
Mi esposa y yo trabajamos y estamos bien, pero se siente el miedo. Yo soy consciente de que las órdenes ejecutivas de Trump deben ser aprobadas primero, pero muchos migrantes no han tenido la oportunidad de educarse o no conocen la democracia y eso genera mucho miedo. Se están viendo las medidas arbitrarias que está tomando el gobierno como poner a todas las agencias federales a buscar migrantes en las redadas. Las capturas son de gente indocumentada que no ha cometido ningún delito.
Cuando pasamos la frontera nosotros no debíamos estar esposados ni ser tratados como criminales. Yo estoy en tratamiento psicológico y con medicamentos psiquiátricos para calmar los ataques de pánico y la ansiedad que me provocó esa detención.
Hace poco vi en redes sociales un letrero en un puente acá en Estados Unidos con una esvástica nazi que decía Make America White Again [Haz América Blanca Otra Vez]. Ya no solo corren peligro los indocumentados, sino que corremos peligro todos los que parezcamos ser diferentes. Ya no es solo por no tener documentos, sino por el color de piel. Hay una cacería de brujas y los niños también están pagando eso.
“Ya no solo corren peligro los indocumentados, sino todos los que parezcamos diferentes”: Pedro
Tengo una amiga española que trabaja aquí en las escuelas y me dice, «cada vez hay menos niños porque están haciendo redadas en las escuelas y alrededor. Entonces esperan a que salga el niño y saben que los papás lo recogen y es para agarrarlos de una vez. Con niños y todo y se los llevan”.
Con la llegada de Trump, el fascismo imaginario blanco y el racismo son latentes, concluyó.
Créditos: Equipo Cuestión Pública.
Publicada a las 03:00 pm