(24/04/2020)
Suenan los parlantes de este hospital distrital en Bogotá. “Código Z, código Z”. Solo el personal de salud entiende que a cinco minutos viene una ambulancia con un paciente que padece COVID-19 y al igual que sus colegas, la enfermera Aída López Santana se prepara.
Afuera, la calle está acordonada dispuesta para que la ambulancia llegue; la entrada principal despejada para que la camilla pase sin que haya muchas personas alrededor. Lo mismo se espera con el ascensor en el que subirá el paciente, que esté vacío. Cuando el código Z se activa en el hospital, el protocolo indica que nadie sale y nadie entra. “El Código Z nos ha marcado un poquito”, dice la enfermera López.
Aunque ella trabaja en el área de ortopedia y se dedica más a los pacientes antes y después de cirugía, asegura que es testigo de cómo la prioridad ahora es el COVID-19. Cuenta con rabia y tristeza que algunos de sus colegas están fingiendo padecer tos para que los manden a sus casas y así no exponer a sus familias.
La enfermera López, como la mayoría del personal clínico en estos tiempos en Colombia, no puede mencionar dónde trabaja porque su hospital no se lo permite. No quieren que se conozca públicamente que allí se atienden casos confirmados del virus. Por eso, solo cuenta ciertos detalles, como que en su centro de salud se comenzó por despejar uno de los ocho pisos para pacientes con el nuevo SARS-CoV2 y, ante la expansión de la enfermedad, han dedicado otras cinco plantas enteras para la atención de pacientes enfermos por los que se requiere la activación del Código Z. Los números del Instituto Nacional de Salud (INS) indican que Bogotá es la ciudad colombiana donde más casos se han confirmado, con 1.883 de las 4.561 personas infectadas que hay en el país.
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Aunque en el hospital tienen lugares exclusivos para esas enfermos, todas las instalaciones y espacios los desinfectan como si fueran las zonas comunes. Lavan desde el techo hasta el piso y cada ambulancia que llega, se tiene que ir impecable por fuera y por dentro.
Pero ese es un fragmento de la parte oficial de la historia. Aída López narra las dificultades que ha tenido fuera del trabajo y una de ellas es la odisea de llegar al hospital. El trayecto que antes tardaba hora y media en hacer desde su casa hasta su trabajo, ahora se redujo a 30 minutos por lo vacía que está Bogotá, debido a la cuarentena oficial. El problema, según cuenta, es que conseguir transporte es más difícil y, a veces, tiene que hacer transbordos que antes no hacía. Además, una vez dentro del bus, cuenta la enfermera que las miradas la siguen y nadie quiere sentarse a su lado. Esto contrasta con el taxista de hace una semana que la paró en la calle sin que ella lo llamara y la transportó gratuitamente, no sin antes darle gel para que se desinfectara sus manos cubiertas por guantes de latex.
“Nunca me imaginé estar en un virus de estos que nos tiene alarmados en todo el mundo”, asegura la enfermera antes de salir de su casa. Confía y se encomienda a Dios para que vuelva sana y salva a casa todos los días.
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