Ensayos  sobre  fotografía y escritura  en la obra de Juan Rulfo hay otro tanto. Lo cierto es que desde la aparición de este aparato atrapa  instantes, se ha dicho que fue adoptada también por la escritura, puesto que lo visto en la imagen supera la descripción detallada de un evento, espacio, personas, tiempo, momento y, equivale para el oficio, a una herramienta para el escritor,  quien  revierte en lenguaje lo que la cámara presenta desnuda de palabras; como antes, también se dijo de la pintura, valga el ejemplo que expone Benjamin sobre el asunto, en la obra antes mencionada: “Pero en manos de no pocos pintores se transformaban en medios técnicos auxiliares. Igual que setenta años después,  Utrillo confeccionaba sus vistas fascinantes de las casas de las afueras de París, no tomándolas del natural, sino de tarjetas posta‐les, así el retratista inglés, tan estimado, David Octavius Hill, tomó como base para su fresco del primer sínodo general de la Iglesia escocesa en 1843 una gran serie de retratos fotográficos. Pero las fotos las había hecho él mismo”.

 

«Desde la aparición de este aparato atrapa  instantes, se ha dicho que fue adoptada también por la escritura, puesto que lo visto en la imagen supera la descripción detallada de un evento, espacio, personas, tiempo, momento y, equivale para el oficio, a una herramienta para el escritor,  quien  revierte en lenguaje lo que la cámara presenta desnuda de palabras»

 

Con la obsesión del arte, de guardar,  imitar o captar la realidad tal como se nos presenta, la literatura no ha sido la excepción.  Ya desde la explosión de los Dadaistas y  luego los Surrealistas,  de querer trascender el realismo en la escritura, hicieron todo tipo de experimentos para acercarse de manera original a la naturaleza del lenguaje y renovarlo con formas espontáneas de inspiración, como lo hicieron con las experiencias desde el mundo onírico, así mismo trabajaron la inspiración desde el automatismo con su famoso –Cadáver exquisito- de los  pintores se escribió otro tanto, en el  caso de los Impresionistas, queriendo pintar el aura de luz natural, utilizaron la fotografía para imprimirle fidelidad a la naturaleza de sus obras, pero pronto se dieron cuenta que tampoco ésta brindaba lo que ellos se proponían.

Julio Cortázar explicó mejor que nadie esta relación: “Fotógrafos de la calidad de un Cartier-Bresson o de un Brasai, definen su arte como una aparente paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara”.

No hay duda de que el Argentino bebió de Benjamin, toma que bien ha podido inspirar el cuento  “Las babas del diablo”,  relato cuya trama se desarrolla a partir de la imagen atrapada por la máquina que un fotógrafo aficionado toma en la ciudad de París, sin sospechar que se vería también enredado en aquel suceso  y,   sobre este tópico,  es  lo que el autor del ensayo sobre la historia de la fotografía pone en entredicho sobre el trabajo de Eugen Atget, quien revela el París que nadie quiere ver, o la ciudad como una inmensa mole desolada, sin alma, a través del trabajo que ejecutaba cuando la ciudad dormía.

Fotografía del libro 'Juan Rulfo. Letras e imágenes' (editorial RM).

Rulfo, como buen fotógrafo, literaturiza los paisajes.  En contraposición al anterior comentario, en la  escritura sencilla del  mexicano,  encontramos la misma visión dinámica, panorama que se abre a  diversas interpretaciones y trasciende, como dice Julio, el campo abarcado, en este caso, por las letras.

Es así que los sentidos contrarios, los silencios, el  lenguaje breve, el subjetivismo de  los diálogos  de sus personajes  nos llevan  más allá de lo que dice la imagen de una fotografía, escenas que el escritor escribe en  descripciones sugerentes de  paisajes: el ruido del agua que trae el río  va a mitigar la sed de los caminantes, el ladrido de los perros predice vida, el verde de la vegetación  calmará el cansancio, narraciones en el cuento “Nos han dado la tierra”, sensaciones cenestésicas que se acercan a lo obsesivo para hacer del relato algo vívido, pariente de lo real. De Walter Benjamin transcribo el fragmento sobre lo concerniente a la literatura: “En este momento debe intervenir la leyenda, que incorpora a la fotografía en la literaturización de todas las relaciones de la vida, y sin la cual toda construcción fotográfica se queda en aproximaciones. No en balde se ha comparado ciertas fotos de Atget con las de un lugar del crimen. ¿Pero no es cada rincón de nuestras ciudades un lugar del crimen?; ¿no es un criminal cada transeúnte? ¿No debe el fotógrafo —descendiente del augur y del arúspice— descubrir la culpa en sus imágenes y señalar al culpable?”. Juan Rulfo, como fotógrafo y escritor cumple con la asignación que Benjamin da a los dueños de la imagen, el que adivina los signos plasmados en ella, la fotografía.

Como escritor de mediados del siglo pasado, Rulfo recibió las  influencias  de  los  inventos que a finales del siglo XIX y principios del XX  conmocionaron las artes:  el daguerrotipo, la cámara fotográfica, el cine, el avión  y,  no pudiendo escapar a sus influencias, su narrativa es una labor en filigrana con la que tejió  imágenes en movimiento en su escritura,  patentando un estilo único y  revolucionario para el momento.

Conocedor de ese México profundo, del mundo campechano, por donde  el estado o la falta de éste ha revenido el lenguaje,  más que  su gramática, los diálogos de pocas palabras, la malversación de realidades, que aunque presentan un panorama extenso de lo que sucede, se malversa con códigos angostos, trocados, con palabras que  inventan otra realidad, una fantasmagórica,  que mengua lo que el cuerpo no podría soportar.  Referente al lenguaje de los oprimidos, vale la pena recordar lo que dice Chomsky en su ensayo “Lingüística, política y responsabilidad”, a propósito de una mirada más amplia a lo Orwelliano y desde su postura política: “Por qué el hombre llega a conocer y comprender tan poco, siendo que la evidencia a que tiene acceso es tan amplia. Para resolver el problema orwelliano es necesario descubrir los factores institucionales y de otra naturaleza que bloquean la reflexión y la comprensión en ciertas áreas fundamentales de la vida del hombre y preguntarse por qué estos factores son efectivos en impedir el desarrollo de estos procesos”.

Aunque el primer tiraje de cuatro mil libros no se hubiera vendido y, en palabras del escritor, “solo la mitad de éstos circularon porque los fui regalando”.  Así mismo, tuvo en contra fuertes críticos, como Monterroso, quien dijera de ellos: “ser lo más malo que había leído en mucho tiempo”.   Desde la escritura de las idílicas y lentas descripciones decimonónicas, Rulfo pasa al movimiento, la imagen.

De  mis modelos preferidos de  lectura,  el placer está primero, me  dejo llevar,  he transitado sudando  por los pueblos desérticos mexicanos,  he tragado  el polvo de los caminos, he sentido la dejadez y también los fantasmas,   la ingenuidad e inocencia aparente de los personajes con que Juan Rulfo reviste la atmósfera, el espacio de sus cuentos, elementos con los que  condensa, en una dialógica entre el  bien y el mal, aciagas historias.

Para hacer una lectura atenta, los caminos del escritor cuentan. Rulfo quedó atrapado en la ensoñación que dejaron las impresiones de sus primeros años de vida en su pueblo natal, Sayula, región de Jalisco, centro de la guerra Cristera  que él conoce como la palma de su mano. La niebla,  la tierra, el pantano, la búsqueda del agua, el río, elementos recurrentes en la narrativa del mexicano, nos marcan derroteros de sus búsquedas y obsesiones, a la vez que nos transportan a  regiones donde la miseria y la injusticia hacen la ley. Según Gastón Bachelard, en su texto -El agua y los sueños-, análisis  de la escritura desde la filosofía, dice: “el ser consagrado al agua es un ser en el vértigo. Muere a cada minuto, sin cesar, algo de su sustancia se derrumba, la pena del agua es infinita”.

 

Como escritor de mediados del siglo pasado, Rulfo recibió las  influencias  de  los  inventos que a finales del siglo XIX y principios del XX  conmocionaron las artes:  el daguerrotipo, la cámara fotográfica, el cine, el avión  y,  no pudiendo escapar a sus influencias, su narrativa es una labor en filigrana con la que tejió  imágenes en movimiento en su escritura,  patentando un estilo único y  revolucionario para el momento.

 

Las historias del “Llano en llamas” se desarrollan en pueblos donde las vivencias  tejen contrastes abruptos, extravagantes,  coronados de  ingenua melancolía, para  pronto sorprendernos con la fatalidad que trae   abusos y desmanes. En sus cuentos se percibe  la podredumbre que dejó la guerra, estremecen  los sentidos  las tragedias que nos narra el escritor a través  del habla campechana de su gente,  diálogos en un lenguaje corto, revestido de una sencillez que raya con la ignorancia, verbo y gracia el relato en el cuento “Anacleto Morones”, en el que entreteje, entre bendiciones, misas, rosarios y señoritas viejas, el fanatismo religioso que venda los sentidos a quienes lo padecen, no dejándoles ver  el infierno  que  han propiciado Lucas Lucatero y el mismo Anacleto, sus personajes.

Temprano, Juan Rulfo queda huérfano de padre por el homicidio que uno de sus capataces comete contra éste, luego, muere la madre. Desde entonces, el niño queda al cuidado de una abuela, para después, transitar por las rutas  pedregosas de la orfandad.  Buscando caminos aquí y allá llega a Ciudad de México a casa de un tío y encuentra la escritura, pero también se topa con la fotografía, ejercicio que le encanta y ejerce desde los primeros años de escritor. Sus relatos primeros van acompañados de una fotografía que narra,  cuenta, que se anticipa a la desolación de sus historias. Pareciera  que de manera inocente, Juan Rulfo pintara los escenarios en los diferentes cuentos que leemos en “El llano en llamas”.

Algunos son idílicos, pero nunca alambicados, como la descripción que hace en el primer párrafo del cuento “En la madrugada”. Esta descripción topográfica nos lleva al edén: “San Gabriel sale de la niebla húmedo de rocío. Las nubes de la noche durmieron sobre el pueblo buscando el calor de la gente. Ahora está por salir el sol y la niebla se levanta despacio, enrollando su sábana, dejando hebras blancas encima de los tejados. Un vapor gris, apenas visible, sube de los árboles y de la tierra mojada atraído por las nubes; pero se desvanece enseguida. Y detrás de él aparece el humo negro de las cocinas, oloroso a encino quemado, cubriendo el cielo de cenizas”.  En esta imagen se palpa  la bruma, la liviandad etérea de la niebla que cubre el pueblo en la madrugada y que luego se eleva poco a poco como una cinta, hasta la montaña para que el sol deje al descubierto la vida que allí existe y, como vida, también trae la muerte, “cubriendo el cielo de cenizas”.  “Las fotografías no parecen depender en exceso de las intenciones del artista. Más bien deben su existencia a una cooperación libre (casi mágica, casi accidental) entre fotógrafo y tema”, dice Susan Sontag en su ensayo –Sobre la fotografía-, enunciado que preconiza la descripción que hace de este pueblo el escritor y, aunque la autora escribe sobre la fotografía, valga el ejemplo en esta literaturización que hace el mexicano en este cuento, solo una panorámica desde lo alto  daría tan dedicados y bellos detalles de un  amanecer.

 

Rulfo mezcla de manera magistral la vida y la muerte, la pureza de la niebla, casi como un velo, la tiñe el humo negro y empaña el cielo con ellas.  

 

El candor que se percibe en esos relatos contrasta de manera sutil pero contundente  con la hermosura del paisaje, la imagen y la voz  pueril de los personajes con la gran tragedia que se avecina y  lo contiene. El lector, confuso, no adivina que en un pueblo que se describe con tanto esmero poético, con tanta  belleza y  poblado de personajes tan inocentes, puedan ocurrir tragedias ensañadas en las miserias humanas.

Lo mismo ocurre en –Pedro Paramo-; como  abrebocas a la realidad de  horrores que le esperan, el hijo de Dolores, camino hacia Comala,  recibe estas señas de parte de Abundio, el arriero: “¿ve aquella loma que parece vejiga de puerco? Pues detrasito de ella está la Media Luna. Ahora voltié para allá. ¿ve la ceja de aquel cerro? Véala. Y ahora voltié para este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de lo lejos que esta?

La inocencia de la escritura que Rulfo despliega con tanto tino, no es producto del azar, personajes incautos, ingenuos, resentidos por  un odio  que el tiempo ha nutrido con grandes y fuertes raíces, que se ha macerado en la revolución, en la injusticia, en la guerra Cristera, curtido con el don de la malicia y pacificado con un lenguaje que niega en todo momento la maldad de quien lo nombra en un  juego magistral de contrarios, es labor que se ha registrado a través del conocimiento y con mucho empeño; se podría decir, que la misma guerra religiosa, de la cual es víctima y testigo  es un gran oxímoron, pues en nombre de Cristo Redentor, se mataron entre sí los miembros del rebaño de Dios. Resultado de imagen para juan rulfo

Es a partir de los primeros escritos de críticos como Ángel Rama, publicado en la revista de la Universidad de México, en agosto del 75,  que la cara de literatos y críticos mira de manera diferente al mexicano, de quien dice Rama, pone al descubierto con su lenguaje la transculturación, palabra dicha por vez primera por el antropólogo Ortiz, cubano, lo que digiere en un habla diferente, del campesino mexicano, no como el realismo del XIX, sino desde otra perspectiva y, es ahí, donde Rulfo ejerce su fuerza, lenguaje que ha sido estudiado con amplitud.

–Antítesis- , dice el diccionario: figura de oposición o contrariedad de dos juicios o afirmaciones. Rulfo maneja esta figura con precisión y logra el efecto que producen los contrarios en una justa medida. En el cuento “El hombre” describe el camino que recorre el perseguido y su perseguidor, como algo tormentoso pero también, algo que te lleva a Dios: “La vereda subía entre yerbas, llenas de espinas y malas mujeres, parecía un camino de hormigas, de tan angosto. Subía sin rodeos hacia el cielo. Se perdía allá y luego volvía a aparecer más lejos, bajo un cielo más lejano”. Mientras el narrador detalla el camino, los pensamientos del borreguero también esbozan contradicciones: “Tengo mi corazón que resbala y da vueltas en su propia sangre, y el tuyo está desbaratado, revenido y lleno de pudrición”,  personaje que no admite haber hospedado y dado la mano a un criminal, pero que a través de su relato lo descubre a cada paso, así. Sí fue, pero no entendía, parece que dijera dicho hombre, no me alcanza el entendimiento para tanto.

Y aunque el tío Celerino se haya muerto (mentado en varias entrevistas por el escritor), personaje con el que recorría pueblos y caminos en su niñez durante la guerra Cristera llevando la confirmación a los fieles y con este hecho pararan la producción de sus historias, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, (Juan Rulfo), dejó un legado literario de indiscutible valor en el que se trasluce la idiosincrasia mexicana, se pinta la transculturación que dejó el través de una cultura que arrebató lo propio para imponer la suya.

Ejercicio de ensayo escrito en el taller de lectura y escritura RELATA de la biblioteca de la Universidad Santiago de Cali, dirigido por el maestro y escritor Harold Kremer.

Rosalba Plaza P. 

Licenciada en literatura, Universidad del Valle.
Premio Jorge Isaacs de Novela 2014

 

  • Bibliografía Citada:
    Bachelard Gastón, El agua y los sueños, Imaginación y materia, (pág.15)
    Benjamin Walter: Pequeña historia de la fotografía
    Cortázar Julio: Relación entre fotografía y literatura. ”El patio del diablo” Blog sobre fotografía
    Chomsky Avram Noam, ensayo: Lingüística, política y responsabilidad. Blog de la RAE.
    Rama Ángel, ensayo: Una primera lectura de “No oyes ladrar los perros”.
    Revista Universidad de México en su número de agosto de 1975 (XXIX, 12).
    Rulfo Juan: Pedro Páramo/El llano en llamas
    Sontag Susant: Sobre fotografía

 

  • Créditos fotografías:
    Portada: Diario Las Américas, tomada de https://bit.ly/2RIwGOB
    Imagen 1: Fotografía del libro ‘Juan Rulfo. Letras e imágenes’ (editorial RM).
    Imagen 2: Revista Escenarios, tomada de https://bit.ly/2rojDEV
    Imagen 3: Diario El Mundo, tomada de https://bit.ly/2CGvPtu

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