(31/08/2019)
Por: Gerald Bermúdez
En un momento me quedo solo viendo el televisor, los dos comandantes se retiran a discutir algo sobre la logística de los días que siguen, de eso puedo darme cuenta por los gestos y una que otra palabra que se escapa. La casa está rodeada de una zona deforestada que no debe superar una hectárea.
—Nosotros tumbamos selva para sobrevivir, una parte para comida, otra para ‘coquita’ que es lo único que da y la otra se deja enmontada porque la selva hay que cuidarla, cuenta el dueño de la tienda que además se sienta a hablar conmigo, me cuenta historias del Caquetá a donde he ido tantas o más veces que las que he estado en el Putumayo.
Intento acercarme a los demás guerrilleros que están visibles, alrededor de cinco, pero es difícil hablar con ellos. Están herméticos y es entendible, es la primera vez que un periodista llega a estas estructuras. Después de un rato de estar buscando con la mirada a los vigías camuflados entre la selva me doy cuenta de que además de reforzar esa sensación de estar con menores de edad, muchos de ellos no tienen uniformes completos. Solo visten los pantalones de campaña; los acompañan con camisetas de colores como cualquier civil. Siento que empieza a desdibujarse la idea del conflicto que conocimos en las pasadas décadas; existen unas nuevas formas que escapan a lo que he cubierto o fotografiado. Ya no hay unos ejércitos sofisticados como los que pude conocer en algunas zonas de Colombia; las jerarquías no me son claras; las cabezas no son visibles.
Sin embargo perduran símbolos y elementos de la iconografía guerrillera. Algunos guerrilleros tienen en sus brazos o en sus pechos unos parches nuevos que dicen FARC-EP sobre el mapa de Colombia. Un parche que funciona como un recordatorio de que esta guerra no se inventó ayer, sino que lleva más de cincuenta años dándose de una manera casi que continua. Pienso que, a lo mejor, lo acordado en 2016 no marcó el fin de una guerra sino que inauguró una nueva fase de ese largo baño de sangre que es la historia colombiana. Una nueva fase que aún no me es clara en sus formas pero que se asoma y deja ver una confusión cuando intento definir mandos y fuerzas en los territorios.
Aparece Danilo detrás de una larga antena de radio que se tendió hace un rato. Se comunican con el mando superior en el Guaviare y con otras estructuras que operan en el Putumayo.
—Mano, ya tomó fotos y habló con la gente. Nos vamos. Si trajo poncho, póngaselo que va a empezar a llover.
Y como si fuera una suerte de profeta comienza a llover. Es una lluvia cálida que refresca poco. El regreso es casi un calco del trayecto anterior. Y para matar el tedio Danilo comienza a contarme sus planes a futuro.
—En el plazo máximo de 5 años estas FARC deben volver a tener el poder militar que tenían antes de las negociaciones. Eso quedó establecido en una reunión secreta entre todos los máximos comandantes de las diferentes estructuras, para establecer un plan coordinado de acción.
Con eso confirma un rumor que se había extendido entre varias fuentes oficiales que consulté antes de llegar a este punto de la selva. Danilo prosigue:
—Uno de los cambios de esta nueva etapa es que ahora funcionamos en grupos más móviles, somos más ágiles y funcionales… Vamos a hacer una guerra que nos asegure ganar el poder, puede ser en cincuenta años o puede ser menos, lo que importa es que existan convicciones para hacerlo.
Y las convicciones se le notan. Lo que no está tan claro es el poderío para resistir la ráfaga de fuego aéreo que ha demostrado tener el gobierno colombiano y que le aseguró golpes como la muerte de Raúl Reyes, comandante de las FARC en la frontera con Ecuador en 2008.
—¿Pero cómo sostenerse otros cincuenta años? ¿De dónde sale la plata para hacer eso, de dónde salen esas armas?—. Le pregunto por encima del ruido del motor y las aves que se van a descansar al empezar a morir la tarde.
La lancha continúa su viaje a favor de la corriente a la par que Danilo sigue:
—Nosotros podemos acabar con la coca si quisiéramos, pero es la única vía de ingresos de los campesinos en estos territorios. Si no hay alternativas pues los campesinos no tienen más opción. Y la verdad no es un secreto que en Colombia todos se lucran del narcotráfico en cualquier punto de la cadena. Nosotros seguimos impuestando [sic] y eso nos asegura ingresos constantes. Las armas las provee el enemigo; eso es algo que siempre ha sido así. Y en la medida en que la gente siga pobre, descontenta y abandonada pues seremos la única opción válida.
Ante esa lógica aplastante, que es la misma que soporta la realidad de las zonas cocaleras a donde he podido llegar y conocer de primera mano cómo el comercio de pasta base de coca es la única actividad rentable, solo puedo callar y tratar de organizar un mapa mental en el que otros cincuenta años de guerra dejen inaccesibles a estas regiones, en donde los cocaleros seguirán viendo cómo los compradores de pasta base llegan a sus fincas, con el control del mercado por parte de la guerrilla, mientras que del cielo llueve glifosato.
El día se acaba cuando nos sentamos a cenar y empezamos a hablar sobre las posibilidades de cada uno de los que acompañan a Danilo. Me cuenta que muchos de ellos quieren formarse políticamente, pero que en este momento hay un proceso de reorganización que exige que esos perfiles se vayan identificando en un tiempo un poco más largo del que tomaba hace unas décadas.
Andrés sigue pendiente de mis movimientos, no me pierde de vista. En las noches duerme a pocos metros de mí; un sueño profundo que se dosifica de a poco y que se corta cuando tiene su turno de guardia en medio de la noche selvática. Esa noche decido acompañarlo a patrullar y conocer un poco más de su historia.
A las tres de la mañana caminamos hacia una mata de selva que podría ser cualquier otra. Mi valentía y arrojo flaquean al estar frente a la oscuridad profunda y de la que emanan sonidos animales difíciles de identificar. Andrés con su fusil se sienta en un tocón de un árbol.
—Yo vengo del Cauca, allá vivía con mi mamá y las cosas se empezaron a poner feas con mi padrastro, porque a mi papá no lo conocí. Mi padrastro me pegaba muy duro y un día tuvimos una pelea muy fuerte. Me fui de la casa. Llegué a estas tierras y comencé a trabajar con ganado. Imagínese yo tenía como 9 años cuando me fui de la casa y ya a los 13 o 14 andaba en las fiestas del pueblo, acá en el Putumayo, con sombrero y a caballo. Hace como seis meses me encontré con un amigo que está trabajando de miliciano y me contó qué tal es la vida acá en la guerrilla y me pareció una buena cosa. Hay disciplina, orden y pues uno puede luchar para que a los niños no les pasé lo que me pasó a mí.
Se queda callado súbitamente, si pudiera verle los ojos sabría que la nostalgia se está convirtiendo en lágrimas.
—¿No le da duro estar lejos de su mamá?
Pregunto creyendo saber de antemano la respuesta.
—Claro, ¿usted qué cree? Yo de piedra no soy. A veces me siento y miro hacia la selva o el cielo y pienso en qué estará haciendo ella. Pero pues acá se vino a luchar y sé el costo de estar en la guerra. Un día espero ir hasta donde está ella y que sepa que la pensé todo este tiempo. Pero no me puedo poner a pensar en eso todo el tiempo. Acá toca muy duro, caminar bastante y trabajar todo el día y estar pendiente si llega a pasar algo, si hay un combate o una infiltración. En ese caso yo me hago matar antes que entregarme y que le hagan algo a usted.
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Ese ofrecimiento me vuelve a poner en perspectiva del momento que estoy viviendo; Estoy a cientos de kilómetros de mi casa, de mi hijo, rodeado de extraños armados y con el riesgo constante de un bombardeo.
Le ofrezco un cigarrillo y un trago de mi petaca de bolsillo. El primero lo recibe agradecido, al segundo le hace cara de pocos amigos. Se nos va su turno de guardia hablando sobre la selva y los animales que puede encontrar y sobre los riesgos de vivir en una ciudad. Cada uno toma el camino de las pocas horas de sueño que quedan.
* Cuestión Pública consultó, además del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, con la Defensoría del Pueblo el 14 de agosto de 2019. Nunca obtuvimos respuesta. Lea a continuación las respuestas del ICBF:
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