(12/07/2020)

Politólogo, Especialista en Opinión Pública y Marketing Político. Magíster en Estudios Políticos. Docente universitario e investigador. Interesado en temas de comunicación política, opinión pública y cultura política

Por: Juan David Cárdenas Ruiz

Casi que siguiendo un libreto las fuerzas armadas han ido neutralizando violentamente en las noches a los manifestantes que en el día son la muestra de tácticas de protesta innovadoras, pacíficas y en muchos casos apoyadas por el arte y la cultura. La respuesta del estado ha sido brutal. Distintas organizaciones no gubernamentales y medios independientes han ido registrando los abusos, y en algunos casos transmitiéndolos en tiempo real. A esto se le ha sumado la iniciativa de decenas de ciudadanos que siendo testigos de los abusos han decidido utilizar sus redes sociales para darlos a conocer al mundo.

Actuando en la línea del principio que desde el discurso siempre ha criticado, el de la lucha de clases, el gobierno nacional ha decidido partir a la sociedad en dos: los colombianos de bien y los vándalos. Los primeros se han abrogado para si mismos con el beneplácito del estado y sus fuerzas armadas el derecho a defenderse por mano propia utilizando armamento de grueso calibre. Los segundos, han sido catalogados de esa manera por el gobierno y los medios de comunicación masivos, aun cuando en el 99% de los casos son ciudadanos que simplemente están expresando su inconformismo y rabia a través de los mecanismos constitucionales y son provocados por infiltrados o miembros de la fuerza pública. El 1% restante pesca en rio revuelto y echa más leña al fuego ayudando a perpetuar los prejuicios y estigmas que históricamente se han reproducido frente a la protesta social, los indígenas, los estudiantes, etc.

Una de las críticas más fuertes que se ha escuchado frente al paro es que tiene objetivos políticos. Esto es más que obvio, sin embargo más que sus intenciones y objetivos lo más interesante del paro son las transformaciones y fracturas que viene teniendo el proceso de representatividad política y lo que me atrevo a llamar una “resignificación” de lo popular, materializando un sentir que hasta antes del paro parecía ser simplemente un lugar común o una declaración de principios eternamente aplazada.

Más allá de la representación mediática que se ha construido en torno a la organización social en los distintos territorios lo que es evidente es que el resurgir de lo popular tiene la esencia del volver a lo local, a la comunidad, al barrio, a la auto representación de los propios intereses ante la omisión y la falta de legitimidad de las instituciones tradicionales.

Lo que interpreto es un choque de visiones sobre la naturaleza de la democracia, sus agentes y sus espacios, pero sobre todo sus fuentes de legitimidad. Por un lado la democracia del establecimiento, cada vez más despojada del “demos”, unas instituciones defendiendo los intereses de las elites que las gestionan y de espaldas a las necesidades de la ciudadanía. Por otro lado una democracia popular, que ha desintermediado la relación entre el pueblo y el estado, una ciudadanía que ya no confía en el estado, en los medios y en muchas instituciones sociales que en algún momento tuvieron algún rol positivo en la cohesión social de las comunidades.

No quiero afirmar que esto sea bueno o malo, si es en esencia distinto. Por eso el paro ha perdurado como elemento simbólico, más allá de que a veces parece una movilización masiva y en otras simples acciones de desestabilización para algunos caprichosas y sin sentido.

La incapacidad de representación de los partidos, sindicatos y movimientos sociales tradicionales y establecidos, sumado al papel lamentable de los medios de comunicación masiva han empoderado a miles de ciudadanos a asumir formas propias y autónomas de organización y relacionamiento con el sistema político. Este es quizás el rasgo característico y a la vez más disruptivo de lo que estamos viviendo. El no poder controlar los ritmos, los espacios y las agendas por parte del gobierno y los antiguos representantes de lo popular nos ponen frente a un escenario de transformación, de cambio, de cuestionamiento de la misma esencia de la política como la experimentábamos en Colombia.

Como todo proceso social disruptivo quedan las dudas acerca de hasta cuándo estará vivo, cuál será el desenlace político y qué efecto tendrá todo lo que viene ocurriendo sobre las elecciones que se avecinan en el país.

Por lo pronto, y es mi opinión, creo que estamos viviendo un resurgir democrático “desde abajo”. No solo en la participación política, también en la representatividad, en la construcción mediada de la realidad y en la lucha por darle sentido a lo que pasa en el pais.

 

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