"Mamá, yo estoy bien": las últimas palabras de Michael Aranda Pérez
(22/12/2021)
El joven caleño fue asesinado el 28 de mayo por un impacto de bala en el abdomen mientras participaba, por primera vez, en una manifestación. Sus familiares presumen que el disparo vino de uniformados de la Policía y aseguran que la investigación por su asesinato no avanza en la Fiscalía.
Para la reconstrucción de esta historia participaron las voces de María Italia Pérez y Abelardo Aranda, padres de la víctima.
María Italia Pérez, madre
Mi hijo llegó al Hospital Universitario del Valle (HUV) con una herida de bala en el abdomen el 28 de mayo de 2021, cuando se cumplió el primer mes de Paro Nacional en Colombia contra las medidas económicas del gobierno de Iván Duque, hasta esa fecha se contaban al menos 63 personas muertas en el país en el marco de las protestas. Cali estaba paralizada por más de 20 bloqueos realizados en las vías públicas y ese día, además, se convocaron marchas en el oriente y en el sur de la ciudad. De esta última movilización volvía mi hijo cuando le dispararon.
“Familiar de Michael Andrés Aranda”, llamó un doctor de la unidad de urgencias del HUV. “¡Yo, yo soy la mamá!” grité y me levanté a la carrera. Entonces el médico habló del trayecto de la bala, de los agujeros en el pulmón, riñón e intestinos, pero no mencionó lo más importante. Le pregunté: “Va a estar bien, ¿cierto?”. Él agachó la cabeza y susurró: “No, lo siento mucho”.
Esa noche del viernes 28 de mayo me quedé sin su compañía. Él despertaba cada día a las 5 a.m. para no dejarme sola mientras yo le preparaba el almuerzo antes de irme a trabajar. En la noche, cuando llegaba a la casa luego de la jornada laboral, era él quien me recibía siempre con una sonrisa en la cara y un vaso de jugo helado. Luego se iba a jugar fútbol y a su regreso veíamos televisión junto a mi esposo y mi nuera.
Mi negro era muy hermoso: alto, delgado, ojos color café y una sonrisa que lo caracterizaba, siempre con ella en el rostro. Le gustaba verse bien, con la ropa bien organizada, combinando pantalón y camisa. Se vestía y me preguntaba: «¿Así estoy bien?, ¿me cambio?”. Luego se miraba al espejo o se tomaba una foto para decir su frase favorita: “El que es bello es bello”, y se reía.
Fue mi único hijo varón y creció a la par con sus dos hermanas, siempre alegre y muy noble. Tenía una sensibilidad especial con la gente mayor. Cuando iba con el papá al centro de Cali le dejaba unos pesos a los ancianos de la calle y aquí en el barrio cada noche ayudaba a una señora en silla de ruedas que vive en lo alto de una de las lomas de Siloé, al occidente de la ciudad.
Las dos marchas que se programaron para el 28 de mayo en Cali para conmemorar el primer mes de Paro Nacional buscaban cubrir dos grandes zonas de la ciudad: una, que se realizó en el oriente, inició en un sector que se conoce como Cuatro Esquinas y terminó en Puerto Resistencia. La otra tuvo lugar en el sur y, desde el punto de encuentro en la glorieta de Siloé hasta la Universidad del Valle, comprendía casi ocho kilómetros de recorrido.
El primo de Michael lo acompañó a la marcha y le prometió que, a cambio, le compraría un cholado, una bebida dulce tradicional en Cali. Se encontraron en la glorieta de Siloé entre las 9 a.m. y las 10 a.m. y caminaron hasta la Universidad del Valle. Allí cantaron, saltaron y jugaron fútbol. Salieron de regreso a casa más o menos a las 4 p.m. y ya cuando estaban cerca al barrio vieron a un viejito que estaba convulsionando, como sufriendo un infarto o un ataque de epilepsia.
Mi Michael levantó al señor y lo acompañó a que lo atendiera la brigada médica instalada en el centro cultural del barrio Belisario Caicedo, que estaba a un kilómetro de donde lo encontraron. Así nos lo contó el primo de mi hijo.
Michael y el primo salieron del centro cultural de nuevo hacia la glorieta de Siloé, y cuando llegaron fue que se armó esa balacera tan impresionante. Desde la casa escuchábamos la algarabía y los disparos. Empezaron a llegarme videos al celular de cómo la Policía disparaba contra los manifestantes del bloqueo; también contra la gente que pasaba por ahí, que volvía del trabajo. Más tarde, cuando pude visitar la zona, saqué fotos de las fachadas de las casas, los portones de los negocios… Todo quedó agujereado por los tiros.
A las 5:30 p.m., más o menos, mi esposo recibió la llamada de una sobrina que casualmente estaba en el puesto de la brigada médica. Nos avisó que Michael estaba allí, herido, y yo bajé corriendo del tercer piso para salir a encontrarlo. Una vecina me llevó hasta la glorieta en moto.
Al llegar al lugar se sentía el revuelo, la gente corría, había mucho ruido. Me dijo una de las muchachas de la brigada que lo primero que pidió Michael, cuando llegó herido, fue ver a Madeleine, su hija de dos años. Quería saber dónde estaba. Entonces lo vi: estaba pálido y parecía estar entredormido. No vi sangre en su cuerpo, pues al parecer lo habían limpiado, tenía solo unas vendas que cubrían el lado izquierdo de su estómago. Entre dos paramédicos lo sacaron en camilla para trasladarlo al HUV en ambulancia.
Me dijo: “Mamá, estoy bien, estoy bien”, pero yo empecé a llorar y a gritar, a preguntar qué pasó. Los paramédicos me obligaron a calmarme, porque de lo contrario no me dejarían subir a la ambulancia. “¿Qué pasó, mijo?” le pregunté en voz baja, acariciando su cabello. “La Policía me disparó, mami, pero yo estoy bien”, me contestó.
Dijo que quería ir a orinar, pero el personal de salud le dijo que no había tiempo, pues ya estaban por salir al hospital. Le tomé la mano derecha en la impotencia de no poder hacer nada. Estaba muy frío y se lo hice saber a los paramédicos, me dijeron que eso era normal. Me indicaron que debía sentarme adelante, junto al conductor de la ambulancia.
En el trayecto desde Siloé hasta el HUV Michael dejó de respirar y su corazón dejó de latir, así que lo llevaron corriendo para poder recibir reanimación y entonces lo perdí de vista cuando ingresamos al hospital. El médico salió a la sala de espera y allí nos explicó que durante 45 minutos trabajaron para estabilizar su ritmo cardíaco porque se iba y volvía, se iba y volvía. Pero a las 6:40 p.m. de ese 28 de mayo se fue para siempre.
Medicina Legal nos entregó el cuerpo de Michael el 30 de mayo —dos días después de su muerte—, pero tuvimos que esperar hasta el 23 de septiembre para que nos entregaran el informe de la necropsia. Mi abogada tuvo que interponer un memorial el 17 de septiembre para obtener el documento. Se lo entregaron en digital (formato pdf); cuando lo consultamos vimos que allí están detallados los estragos de la bala resumidos en una sencilla causa de muerte: “Herida por proyectil de arma de fuego”.
Michael era bachiller y no pensaba estudiar más. Trabajaba como mecánico para poder mantener a su hija y le daba todo lo que podía. Tiene que haber justicia; no hay derecho a quitarle la vida a un muchacho como él solo por salir a protestar. No hay derecho.
Abelardo Aranda, padre
Yo estaba sentado en la casa viendo una transmisión en vivo por Facebook de lo que estaba pasando en la glorieta de Siloé. En los videos que grabó la gente se puede ver cómo la Policía entró con la tanqueta al barrio. Al parecer aprovecharon que con la marcha se había aflojado el bloqueo que los manifestantes tenían en la glorieta de Siloé pero después, al ver que los muchachos regresaron al lugar donde tenían obstruidas las vías, buscaron repelerlos y empezaron a dispararles. Nunca me imaginé que Michael estuviera en medio de esas balas.
Mi hijo nunca había ido a una protesta. Por esos días él me preguntaba si las manifestaciones me parecían correctas, me preguntaba por qué los jóvenes estaban haciendo bloqueos y marchas. Cuando salí el 28 de mayo para una cita médica, él estaba vestido con pantaloneta y zapatillas. Yo creí que iba a jugar fútbol a la cancha, pero resultó que, como era tan aficionado al equipo de fútbol Deportivo Cali, se había sumado a la barra brava del equipo para apoyar el Paro Nacional.
Él no nos dijo que iba a manifestarse, fue raro porque siempre me pedía consejos y teníamos buena comunicación. Todas las mañanas yo le preparaba el desayuno —porque según él nadie hacía los huevos en cacerola como yo—, nos alistábamos y bajábamos al primer piso donde está ubicado mi taller de mecánica. Allí trabajamos juntos hasta las 5 p.m.
En la madrugada del 29 de mayo llegaron las autoridades a la glorieta de Siloé. Mi sobrina que es enfermera me dijo que no dejáramos que la Seccional de Investigación Criminal de Cali (SIJIN) metiera las manos en la escena del crimen, que no podíamos dejar que eso pasara si un miembro de la Policía era el responsable del asesinato de Michael.
El Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía (CTI) también fue a la glorieta para recoger las evidencias y un vecino los dejó entrar para recoger una de las balas que había atravesado su casa.
Al mediodía del 29 de mayo fuimos a poner la denuncia por el asesinato de mi hijo en la Fiscalía, pero a partir de allí todo ha sido muy opaco en la investigación. Por ejemplo, no pudimos ver los resultados de la necropsia sino hasta septiembre, casi cuatro meses después de su muerte. Cada vez que la pedíamos nos decían que no había llegado y en Medicina Legal dijeron que supuestamente ya se había mandado a la Fiscalía argumentando que por ley no la podían entregar a la familia, sino directamente a esa entidad.
No había pasado ni una semana del inicio de la investigación y la funcionaria de la Fiscalía nos notificó que le habían quitado el caso al fiscal Wilson Gutiérrez y se lo habían asignado a José Reinaldo Cañón. Cuando hablamos con él, nos dijo en tono disimulado que si nosotros como familia no nos movíamos, la investigación se terminaría archivando*.
Pasamos más o menos un mes sin recibir noticias, pero hicimos presencia en varios actos en memoria de las víctimas. En junio fuimos a la exposición ‘Vidas Robadas’ en Bogotá y al pasar ese tiempo mi esposa le escribió a Heidy Yohanna Ricardo Villareal, la investigadora de la Fiscalía, para consultar por los avances. Resulta que sin avisarnos habían cambiado otra vez de fiscal y ella ya no estaba a cargo del caso.
Juan Carlos Oliveros, el fiscal especializado en Derechos Humanos que ahora lleva el caso, nunca nos contestó. Con Margarita Marín, la nueva investigadora, las indagaciones volvieron a empezar de cero.
Todos estos sucesos nos hacen pensar que no se quiere hacer justicia. Yo conocí el caso de Jhonny Silva Aranguren, el estudiante que la Policía asesinó en la Universidad del Valle en 2005. Han pasado 16 años y el papá sigue luchando porque ese crimen no quede impune. ¿Qué le espera a nuestra familia y a la memoria de nuestro muchacho entonces?
Por eso nosotros, que nunca habíamos gritado una arenga, ni estampado una camisa, ni participado en una marcha, ahora estamos junto a las familias de las demás víctimas del Estado exigiendo que estos crímenes se investiguen y se condene a los responsables. Se tiene que hacer justicia.
*Cuestión Pública solicitó a la Fiscalía General de la Nación – Seccional Cali un pronunciamiento del fiscal José Reinaldo Cañón sobre su afirmación a la familia de Michael Aranda. Esta fue la respuesta que nos dio la oficina de prensa el 24 de noviembre de 2021: “Los fiscales que llevan procesos no pueden hablar ni dar detalles del proceso que adelantan. Las investigaciones no han terminado. La directriz desde Bogotá es esa… Los fiscales no pueden hablar”.
Créditos
Directora Cuestión Poder
Diana Salinas
Texto y reportería
Alexander Campos
Edición
Ingrid Ramírez Fuquen
Diana Salinas
José Marulanda
Cover
Heidy González
Edición legal
Camilo Vallejo
Webmaster
Valentina Hoyos G